Hay respuestas institucionales que no van a la raíz, porque no esclarecen las inquietudes esenciales del demandante que desde esta columna hace preguntas, espoleado por tantos contratiempos en la vida cotidiana. Ese es el caso de la que envía Luis Fernando Rosabal, gerente general de la Sucursal Guantánamo de la Corporación CIMEX, a propósito de la carta de María Magdalena Marrero, reseñada aquí el pasado 2 de febrero.
Entonces, María Magdalena contaba que cuatro meses atrás había adquirido una lámpara recargable de emergencia, a un precio de 17,05 CUC, en el establecimiento La Sucursal, de esa corporación en la ciudad de Guantánamo, con una garantía de tres meses. Apenas utilizó el equipo, a lo sumo unas dos horas en todo ese tiempo, y dejó de funcionar. Aunque ya la garantía estaba vencida, la clienta se preguntaba por qué si apenas la utilizó en todos esos meses, ya tenía que desecharla. Y cuestionaba la calidad de la lámpara, que tanto le costó.
Al respecto, Rosabal asegura que se entrevistaron con María Magdalena, quien aclaró que la atención en la venta del producto había sido idónea y explícita, pero sí reafirmó que su criterio era sobre los problemas de calidad del producto, al igual que otros que se venden en moneda convertible.
Pero la respuesta de CIMEX, si bien revela que la persona fue atendida, por otra parte deja la interrogante gravitando en el aire. Lo esencial hubiera sido esclarecer, quizá por los especialistas de calidad de la corporación, por qué se adquieren en el exterior productos a los cuales se les fijan precios nada discretos para el bolsillo de un ciudadano medio, y por problemas de calidad no satisfacen las expectativas de quienes los adquieren, que al final se sienten estafados.
La segunda misiva la envía Marilyn Brito, vecina de Sol 61, entre Inquisidor y Oficios, en La Habana Vieja. Y es una denuncia de lo que ha traído la inversión de una entidad sobre los vecinos de ese edificio.
Refiere Marilyn que hace unos cuatro años comenzó una severa crisis en el suministro de agua para los vecinos, producto de la rotura de una tubería que abastecía la cisterna del inmueble. Y en los bajos del edificio, la empresa Puerto Carena reparó un local y construyó allí un comedor para sus trabajadores, algo que los vecinos entendieron.
Pero lo que no comprenden es que no sopesaron las secuelas que traería: como consecuencia de que las tuberías y el motor impulsor los conectaron a la cisterna de los vecinos, así como a una nevera de agua fría, al entrar poca agua, los de Puerto Carena se abastecen de ella, pero cuando los vecinos llegan del trabajo, a las 5 de la tarde, ya no hay agua en la cisterna, de la cual también se abastecen los inquilinos de los edificios 59, 61 y 63 de la calle Sol.
Los vecinos, manifiesta Marilyn, han contactado con la administración del comedor y con la dirección de la entidad. Les respondieron que todo se iba a resolver. Pero todo quedó en la respuesta verbal.
También cuenta Marilyn que el 24 de diciembre de 2007 se registró un derrumbe parcial en el baño colectivo del edificio, justo al lado de la habitación de ella. Y eso ha ocasionado que la pared colindante tenga desprendimientos.
Fueron a la Unidad Municipal Inversionista de la Vivienda, posteriormente se personó el arquitecto de la comunidad y realizó el dictamen, indicando el apuntalamiento. «Hoy 31 de marzo de 2008, sostiene Marilyn, hace tres meses y siete días que estamos esperando por el apuntalamiento sin tener respuesta.
«El pasillo lateral por el cual transitamos se está hundiendo, la pared del fondo del edificio está agrietada. Los tres pisos del edificio presentan estado crítico, sin tener respuesta de apuntalamiento, reparación u otra alternativa para resolver nuestro serio y grave problema.
«Nadie nos oye, ni se preocupa por nuestro caso», alerta Marilyn.