Lo peor es el olvido. Por eso, de vez en cuando vuelven por sus fueros ciertos cubanos que, sostenidos por esta columna de todos, un día desesperado revelan penas y frustraciones en la búsqueda de una cura a su mal, y ven pasar el tiempo sin una respuesta.
El 2 de julio de 2004 Daisy Hildelisa Pino recaló aquí con una triste historia, desde avenida 7 de Diciembre, Bloque 28, apartamento 4, en el reparto Cardoso de la ciudad de Santa Clara:
Ya entonces había agotado todas las vías, en Vivienda provincial y municipal, para que atendieran su excepcional caso: ella vivía en un segundo piso con un hijo de 40 años, Gabriel Díaz Pino, que presentaba retraso mental profundo por lesiones cerebrales en el parto de esa señora.
Gabriel, abundaba la madre, no podía caminar y permanecía encamado. Y todo se complicaba porque pesaba alrededor de 400 libras. Y cuando tuvo que ingresarlo en el hospital, «podrá imaginarse el trabajo que pasamos para bajarlo hasta la ambulancia y para subirlo a su regreso, recordaba. Casi todo el vecindario tuvo que ayudar a esta operación».
Daisy se personó en la Dirección Municipal de la Vivienda para exponer la necesidad que tenían de vivir en planta baja. Y allí le dijeron que esos casos ya no se estaban atendiendo, aunque de todas formas le abrirían expediente y quizá dentro de diez años atenderían su caso.
Ella en ningún momento solicitó otra vivienda, si no que, atendiendo a que el caso de su hijo es excepcional, se le facilitara una permuta estatal.
Entonces, me sensibilicé con el caso. Y, sin desconocer que el de la vivienda es el problema más peliagudo de este país, y quebradero de cabeza de sus autoridades para repartir lo ínfimo entre la mucha demanda, consigné: «Me resisto a aceptar que Daisy no pueda recibir otra atención que el NO».
Ahora, a cuatro años y unos ocho meses de aquella publicación, vuelve Daisy a escribirme para contarme que, después de lo publicado, la visitaron; pero nada pasó de ahí. Esta sección tampoco recibió respuesta alguna. Y me mantengo en mis 13: Me resisto a aceptar aún que el olvido pueda ser la salida, y que en tanto tiempo no haya podido atenuarse el cuadro tan triste de esta mujer y su hijo, ni que haya aparecido una respuesta. ¿Será amnesia o una especie de Alzheimer institucional?
La segunda carta la envía Gema Haro Milián, y es una denuncia de ciertos actos de indisciplina, vandalismo e irrespeto que se suceden en el complejo de piscinas de la Ciudad Deportiva de la capital.
Gema cuenta en detalles: su nieta de seis años, Alejandra Aracelys Aranguren, practica nado sincronizado en una de esas piscinas, y reside en Párraga 22, apartamento 2, entre Estada Palma y Luis Estévez, en el barrio habanero de Santos Suárez.
En las tres piscinas existentes, también se entrenan niños y jóvenes en nado, polo y clavados. Pero los lunes se interrumpen con frecuencia los entrenamientos por estar contaminadas las albercas. Y todo es ocasionado porque en los fines de semana, gente sin riendas ni miramientos irrumpen en ellas y vulneran las cercas perimetrales, para bañarse en sus aguas acompañados de bebidas alcohólicas y de sus mascotas caninas, que hacen de las suyas como sus amos. Y no pocas veces todo concluye en un festival de riñas y tumultos con sus consiguientes lesionados.
Gema asegura que los custodios del lugar han sido amenazados al intentar controlar la situación. Y que las autoridades manifiestan que el problema debe resolverlo la instalación. Así, los pequeños atletas, padres y entrenadores, están muy indignados e impotentes de que no se imponga el orden y la autoridad sobre tales fechorías.
«Lo que sí podemos asegurar —sostiene la abuela— que esas piscinas no son propiedad privada de nadie, y sí propiedad social del pueblo, pero no para destruirlas, si no para disfrutarlas y cuidarlas».
Y uno se pregunta hasta cuándo va a permitirse que esas instalaciones públicas sean dominadas por la indisciplina, el exceso y el vandalismo. En las piscinas de la Ciudad Deportiva, nada menos que en esas piscinas a unos metros de la sede del INDER, las aguas deben tomar su nivel, limpieza y salud. De lo contrario, los transgresores nadarán en sus aguas... de la violencia y el desenfreno.