Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Somos cubanos, ¿no?

Autor:

José Alejandro Rodríguez

La respuesta a manera de pregunta aún inquieta a Karina García, trabajadora de la central termoeléctrica de Matanzas, y vecina de Contreras 28010, apartamento E, entre Jovellanos y Matanzas, en esa ciudad. Sí, porque la insinuación puede ser interpretada de múltiples maneras...

Todo fue así: venta en Matanzas de los uniformes escolares. La tienda que le correspondió a Karina, para adquirir el de su hija, está bastante lejos de su casa. Y ella no está de vacaciones. Labora en un sitio también distante.

La unidad abre de lunes a sábado, de 11 a.m. a 6:30 p.m. El 20 de agosto Karina llegó allí a las 5:10 p.m. La tienda estaba cerrada. Por no faltar al trabajo, trasmitió la queja por teléfono a la Dirección de Comercio Municipal, al responsable que atiende dicha unidad comercial.

El funcionario argumentó que el administrador estaba solo, pues una empleada está de licencia de maternidad y la otra de vacaciones. Karina le cuestionó si la solución era cerrar antes de tiempo. Y él replicó: «Bueno, compañera, somos cubanos, ¿no?». Luego prometió una respuesta. Ella dio teléfonos y dirección... y hasta el sol de hoy: ningún esclarecimiento.

Aunque Karina ya consiguió el uniforme, para ella no está claro qué quiso decirle aquel jefe. Se pregunta si es que, como cubanos, debemos resignarnos ante las transgresiones diarias, sin buscarles soluciones, por un condicionamiento casi genético de que no pueden enderezarse. Podría respondérsele con la misma frase, pero de otra forma tajante: «Somos cubanos. ¡No!».

Más allá de la «cerrazón» particular que denuncia Karina, otras cartas revelan que sigue siendo un atolladero para muchas madres el asunto de la compra de uniformes escolares cada año, a pesar de los esfuerzos económicos y financieros que hace el país para garantizarlos.

Elizabet Valdés me escribe desde Milagros 361, entre Cortina y Figueroa, Santos Suárez, en el municipio capitalino de Diez de Octubre: ella perdió dos días de trabajo en la incertidumbre para comprar el uniforme de su hija. La interminable cola era en la tienda de Goss esquina a O’Farrill. Marcó bien temprano en la mañana el primer día de venta, en una lista que las mismas personas hicieron. Pero le dijeron que ya estaban dados los cien turnos del día. Debía rectificar a las 6:00 p.m. y al otro día a las 8:00 a.m., para probar suerte, pues la tienda abre a las 11 de la mañana y cierra a las seis de la tarde.

Al cerrar la tienda ese día, unas 70 personas que ya tenían turno no habían comprado, y quedaron para el siguiente, además de la lista en que Elizabet había marcado. Durante la madrugada tuvo que dormir en las afueras de la tienda, como otros padres, para poder cuidar su derecho en la cola.

Al otro día esperó su turno horas y horas. «Los niños que acompañaban a sus madres estaban al borde de la desesperación. Hubo hasta quien se desmayó de la fatiga por tantas horas allí», señala.

Y aparecieron los de siempre, vendiendo turnos entre 30 y 50 pesos. No faltaron tampoco quienes proponían uniformes «por la izquierda» a exorbitantes precios.

Similar disgusto muestra Camila González, de calle 58 número 3114, entre 31 y 33, en el municipio capitalino de Playa: en ninguna tienda de ese territorio había uniformes con tallas pequeñas de pantalón y camisa.

En la unidad de 51 y 28, una tendera le aconsejó que adquiriera el uniforme aunque fuese más grande, y lo cambiara en otra, pues podía perderlo. Compró la camisa talla 16 y el pantalón talla 12, cuando su hijo lo que necesitaba era una 8. Al siguiente día, en una tienda de Marianao que está al lado de la TRD La Sirenita había pantalones y camisas tallas 8 y 10... pero la dependienta le dijo que no se los podía cambiar. De ahí enrumbó para la de 128 y 51, y se encontró este cartel: «En Marianao no se cambian tallas». Camila se disgustó, y su pequeño, al verla así, le dijo: «Mamá, no te preocupes, me aprieto el cinto y se resuelve el problema».

Estas madres no entienden que algo previsto ante cada curso escolar, no pueda tener mejor organización y cree tanta incertidumbre, en un país donde todo se planifica y se conoce con precisión: hasta las tallas promedio de los niños por grupos de edad.

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