Según investigaciones de la Estación Biológica de Roscoff, en Bretaña, Francia, el primer acto sexual de la historia pudo haber sido protagonizado por el alga unicelular Emiliania huxleyi como colofón a su artimaña para escapar del virus que debía aniquilarla.
En condiciones normales la E. huxleyi vive en un estado diploide (con dos lotes de cromosomas como la mayoría de las células animales), pero si se ve amenazada por el virus Eh V. es capaz de bipartirse en dos individuos haploides, cada uno con un juego de cromosomas diferentes (como el óvulo y el espermatozoide), estrategia que la vuelve invisible para su enemigo.
Luego, al pasar el peligro, cada individuo se fusiona con otro en lo que se considera la génesis del comportamiento sexual de los microorganismos y, por tanto, vía de evolución hacia formas más complejas de vida como las pluricelulares.
Las E. huxleyi se multiplican hasta formar enormes masas lechosas en el océano, visibles desde el espacio, y cuando florecen pueden atrapar gran cantidad de dióxido de carbono en una especie de escamas de carbonato cálcico que rodean su célula, denominadas cocolitos, por lo que, además de «divertirse», con su reproducción ayudan al planeta a liberarse del pernicioso gas.