J.T.: Hasta hace unos días mantuve relaciones amorosas con dos mujeres. Una de ellas, con quien estuve casado dos años, me gusta demasiado. El sexo estaba bien, pero me maltrataba al discutir. Nos separamos y ella se casó, pero hemos estado varias veces después de eso y todo sale prácticamente solo. Mi otra relación me da cariño y nos llevamos bien, excepto en la intimidad. No sé si volver con la que era mi esposa o seguir con mi novia actual. Tengo 30 años.
Esta experiencia demuestra que el cariño no es suficiente para activar tu deseo. Aquella mujer de respuestas hirientes parece ofrecerte algo más conmovedor. Es preciso identificar y orientarse por aquello que conduce al acto fluido (prácticamente solo), con independencia de que esté o no asociado al maltrato del cual te quejas.
El amor suele atravesarnos hasta sentirnos extrañados de lo que nos sucede, lo que llegamos a hacer y experimentar como ajeno y, al mismo tiempo, entrañable. Algo encuentras en esa mujer que despierta tus fantasías y extrema tu goce. Es ese sentido, amar es una oportunidad para un reencuentro singular con uno mismo.
Paradójicamente, los lazos intensos no suelen ser tan plácidos como se aspira. Nos ponen de uno u otro modo ante la encrucijada de presencia y ausencia, placer y dolor, calma e inquietud. Inventar modos de limitar excesos, sortear abismos y enlazar lo ajeno es una opción. La socorrida separación es otra. Sin embargo, antes de elegir vale intentar descubrir las maneras en que nos implicamos en esos amores difíciles, pues por algo retornamos una y otra vez al deleite y su fracaso.