Y.O.: Nunca me había enamorado y vivía contento de flor en flor, pero me vine a enamorar de una mujer mayor con dos hijos que en cinco años de relación, me cautivó y nunca le fui infiel. Con ella viví momentos maravillosos y también pésimos, como la clásica pareja que discute por todo. Siempre volvíamos porque nos adorábamos, hasta que la relación fue deteriorándose a un límite que definitivamente necesitábamos estar lejos el uno del otro. Aun así, siempre nos impulsó algo maravilloso, el amor que sentíamos. Me encantaba ser su «esclavo» y hacerla sentir bien, pero discutíamos. Desde que estamos separados me he dedicado a trabajar en mi profesión y alejarme.
Habría que poner límites a algunos excesos antes que la ruptura sea la única solución. Quizá tendrías que pensar cómo propicias eso que luego te resulta irresistible y hacer algo mejor que acercarte y alejarte cíclicamente. Es obvio que en esta relación encuentras lo que buscas, que alternas entre amante y objeto de amor. Amor y odio: dos extremos en la misma cuerda de la pasión sin hallar mejor modo de enlazarse que pegándose y despegándose.
De seductor a «esclavo avasallado» y de ahí a profesional aislado. En esos extremos se juega tu vida amorosa. En verdad, cuando nos ponemos en lugar de amos, encontramos o fabricamos esclavos, y viceversa. No es de extrañar que al esclavo amoroso le respondan como enérgico amo. Entre uno y otro habita la tensión de los contrarios; luego va quedando la opción de alejarse para recuperar la calma, que de poco sirve cuando pierdes el goce del maravilloso encuentro.