Y. M. Hace siete años tengo una relación con un hombre cuyos problemas con la bebida lo llevan hasta la agresividad, aunque nunca me ha levantado la mano. Al principio nos llevábamos bien y logramos superar los conflictos con mi familia. Yo estudiaba en la Universidad y nos tuvimos que separar porque si me llamaba y yo no estaba luego discutía mucho. Retomamos la relación porque me prometió que ya no bebería, pero son más los días que bebe. Ahora quiero tener hijos y él no pone interés, no cambia y dice que yo lo quiero controlar. No me atrevo a terminar porque es una persona de buenos sentimientos y lo quiero mucho. Él tiene 29 años y yo 26.
A veces nos sentimos en situación de crisis esperando que el otro cambie para realizar nuestro deseo, cuando en realidad deberíamos cuestionar nuestra posición respecto a lo que pasa. Con él tienes la certeza de sentirte amada, pero posiblemente eso no sea suficiente para que actúe como tú deseas. Es ahí donde podrías analizar si quieres seguir el proyecto de cambiarlo o si tal vez debas cambiar tu proyecto.
Llama la atención que esa historia se forjó alrededor de situaciones límites, un elemento que habla de tu papel en esta relación: Parece haber una atracción que crece en ti con la percepción de que él sucumbe cada vez más ante la bebida y la violencia. A veces nos empeñamos tanto en querer salvar a los otros que olvidamos preguntarnos por su deseo y el nuestro.
En lugar de cuestionarlo a él, analiza esa actitud de circunscribirte a esperar por alguien que no da indicios de cambio, ni tú tampoco. ¿Qué te mantiene ahí por tantos años y qué ganas en esa posición de heroína romántica?
Mariela Rodríguez Méndez. Máster en Psicología Clínica y psicoanalista