Adultos y jóvenes, no siempre tenemos suficiente destreza y energía para proteger nuestra privacidad e integridad física y mental en ese espacio de las redes sociales
Aquello que decides tolerar más de una vez, inevitablemente se convertirá en un patrón que se repetirá.
Jonny Deep, actor
Este lunes, 30 de junio, se celebró el Día Internacional de las redes sociales, una fecha para repensar nuestros vínculos a través del teléfono, la computadora y otros dispositivos que nos mantienen conectados a una «realidad» virtual a veces muy ajena a la nuestra.
Adultos y jóvenes, no siempre tenemos suficiente destreza y energía para proteger nuestra privacidad e integridad física y mental en ese espacio, y sin percatarnos, los tiempos dedicados a revisar perfiles, ver videos anodinos, seguir a influencers o charlar con amigos ocupan un porciento peligrosamente alto de cada jornada, mientras descuidamos los deberes, el verdadero crecimiento individual o el roce con personas cercanas, incluso, parejas e hijos.
Claro que nadie habla de mantenerse al margen de las redes, y mucho menos de privar a las más nuevas generaciones, que sabemos natos digitales, de un entorno en el que transcurrirá buena parte de su vida social.
Pero tampoco podemos ser «inocentes» y repetir errores de los padres y abuelos del siglo XX, cuando muchos confiaron la instrucción, y la educación en valores, y el entretenimiento a los medios y la escuela, y permitieron a los pequeños un consumo acrítico de materiales que no siempre moldearon para bien su carácter o matriz cultural.
En materia de sexualidad, asombra el acceso sin restricciones a contenido explícito de canciones, videos y chistes (la mayoría groseros y perturbadores), y la libertad para registrar Youtube o Facebook de manera irreverente hasta en teléfonos de desconocidos, con tal de que se estén quietos y dejen a los adultos zambullirse en sus propias redes.
Esa conducta afecta a los menores a nivel neurológico y sicológico, lastra su capacidad de aprender y consolidar conocimientos en las aulas o los libros, y además los hace vulnerables al bullying escolar y a delitos contra el normal desarrollo emocional y sexual, porque los depredadores vinculados a la pedofilia y la trata infantil aprovechan esas lagunas, y con paciencia desconectan a los chicos más vulnerables de la red segura que deberían conformar sus padres, madres u otros seres responsables de su protección.
A esto se suma una escasa inteligencia lingüística o espacial y la incapacidad para frustrarse y perseverar, alertan pediatras y sicólogos de todo el orbe, preocupados por las manifestaciones alteradas de quienes pasan su infancia pegados a las pantallas en redes pensadas para adultos.
¿De quién es la responsabilidad de ayudarles a descubrir otras maneras de pasar el tiempo con juegos que cultiven su desarrollo muscular y habilidades para trazar estrategias a largo plazo? La respuesta es obvia, pero lejos de eso, muchos prescinden de una relación con sus coetáneos desde el respeto a las diferencias y la voluntad para crear equipos provechosos.
El peligro no son las redes sociales per se, sino su uso sin supervisión, lo cual implica que los adultos deben también alfabetizarse para cumplir su rol y no saber menos que los chicos sobre el uso y los peligros de estas herramientas.
En nuestra plataforma Senti2Cuba insistimos en el consumo crítico de todo tipo de información asociada a la sexualidad desde una visión holística, y esto incluye los memes, chistes, refranes y muchas frases estereotipadas de sustrato discriminatorio, que conforman nuestra identidad como nación y ente independiente, y es necesario desaprenderlas para avanzar.
También promovemos el filtraje de toda información obtenida en las redes a partir de preguntas lógicas (¿será verdad? ¿qué utilidad tiene? ¿contradice o complementa mi cosmovisión del amor, la familia, las emociones, el erotismo?)
En esa cruzada creativa, que supera los 20 años, agradecemos a quienes promueven el consumo contrastado, reflexivo y artístico de materiales en las redes de nuestra plataforma, como la sicóloga Mireya Beltrán, el bibliotecólogo y cinéfilo Rodin Cabrera, los fotógrafos Adrián Juan y Humberto Llerena, la artista Taymi Bautista, el bibliófilo Rubén Santana, y estudiosos de otras maneras de asumir y amar la vida, como Alain Ávila, Germán Castillo e Idalberto Preval, la ecologista Melissa Allman y muchos más.