De acuerdo con el enfoque ayurvédico, todos estamos hechos de una combinación de tres energías que no solo modelan el cuerpo y la salud, sino también la forma en que sentimos, amamos y nos relacionamos sexualmente
Recordó quién era,
y el juego cambió.
Lalah Delish, coach de bienestar
Cuando Yaima y Raúl llegaron al taller de Ayurveda y sexualidad, traían el gesto cansado de quien carga con años de desencuentros. Se querían, sí, pero él hablaba de «fuego apagado» y ella se sentía «una nube invisible» para él.
Una amiga les sugirió explorar si ese desajuste de ritmo y lenguaje estaba relacionado con sus constituciones naturales, la proporción de sus energías o doshas, de seguro dispares, porque sin conocerse a sí mismos era difícil combinar esas necesidades de una buena vez.
Cuando hicieron el test, entendieron las energías dominantes en cada uno según las describe el Ayurveda (milenario sistema de salud originado en India): Yaima era Vata, llena de movimientos, ideas, emociones cambiantes… Raúl, un Kapha de manual: estable, dulce, a veces demasiado tranquilo. Contrastaron sus respuestas y sonrieron, como si se entendieran por primera vez.
De acuerdo con el enfoque ayurvédico, todos estamos hechos de una combinación de tres energías: Vata (aire y éter), Pitta (fuego y agua) y Kapha (tierra y agua), que no solo modelan el cuerpo y la salud, sino también la forma en que sentimos, amamos y nos relacionamos sexualmente.
Los vocablos que usa esta ciencia de la vida provienen del sánscrito, uno de los idiomas más antiguos que se conoce, hoy empleado sobre todo para acceder a estos conocimientos ancestrales, porque no siempre sus términos tienen equivalente en las lenguas modernas.
Por ejemplo, la energía Vata incentiva la fantasía, la búsqueda de novedad, la adaptación y alegría... pero en desequilibrio, vuelve a las personas ansiosas, «voladas», demasiado inquietas para entenderse con los demás.
Aunque puede pasarle a cualquiera, porque todos tenemos vata en nuestra constitución o prakruti (cuerpo-mente-espíritu), se nota más la oscilación en alguien sobresaliente en lo etéreo, con mucho espacio para la creatividad.
Las personas consideradas Pitta aman con mayor intensidad, enfoque y pasión. Si ese fuego se desboca, llegan a ser irascibles, controladoras, impacientes, y agotan rápido los recursos para resolver una situación por la vía reflexiva.
Quien desarrolla su energía Kapha ama desde el cuidado, el afecto estable, la rutina segura, lo cual es muy positivo y da mucha tranquilidad. Pero cuando esa «arcilla» pierde su fluidez, la energía se estanca, y para los demás la imagen es de desamor, apatía, rigidez o desinterés.
Entender esto para reconocerlo en ti y en tu pareja es una pequeña revolución. Cuando ves con claridad esos patrones en ambos abres la puerta a una sexualidad más consciente y compasiva, porque ya no intentarán cambiar lo que los caracteriza y aprenderán a identificar los picos peligrosos para la relación.
De cierto modo, enamorarse es activar nuestro fuego interior (agni), así que todos tenemos algo más de pitta en las etapas iniciales de la relación (la ciencia moderna lo confirma). Por eso es importante aprender a equilibrar esa energía para no quemar todo el combustible amoroso en pocas semanas de embriaguez inicial y luego creer que todo se diluye (mucho kapha) o se evapora (mucho vata), cuando se trata de un simple ajuste en el camino de regreso a tu naturaleza dominante.
Durante el taller, Yaima se dio cuenta de que sus momentos de deseo erótico más fuertes ocurrían cuando sentía libertad, ligereza, juego… (como un paseo en un ambiente exterior). Raúl, en cambio, conectaba mejor desde la ternura, el contacto sostenido, la calma y seguridad de su propia «guarida», como solía llamar a su morada de soltero.
La sugerencia de la instructora no era cambiar quiénes eran ni renunciar a la pareja (el amor sabe lo que une, y eso es digno de respetar). Solo debían aprender a habitar el deseo del otro sin dejar de honrar el propio.
El siguiente sábado, en lugar de la habitual discusión porque ella quería salir a divertirse y él prefería quedarse frente al televisor, prepararon juntos una cena adecuada a sus doshas para consumir con música suave (Kapha feliz), e improvisaron un baile en la terraza (Vata agradecida).
No hicieron el amor esa noche, pero el vínculo comenzó a sanar. Tras varios días de observación mutua y reflexiones divertidas sobre el nuevo conocimiento, el deseo floreció entre ambos y el disfrute de sus cuerpos y almas retomó su lugar en las rutinas de esa relación.