El error es una planta tenaz; florece en todos los suelos.
M. F. Tupper (escritor inglés)
Cerramos este ciclo sobre salud sexual de las generaciones más jóvenes en el espacio virtual (que para esta población es muy real)con sugerencias para las familias.
Lo primero es ayudarles a identificar mitos machistas y misóginos que persisten en el nuevo formato comunicativo, cuyo consumo reiterado de manera acrítica va en detrimento de su autovaloración y autocuidado como seres sexuados.
Según estudios internacionales, las mujeres tienden más al uso excesivo de redes sociales para conocer la vida de otras personas. En cualquier edad, y sobre todo adolescentes, ven horas de audiovisuales de poco valor artístico o educativo, con historias simplonas e imágenes manipuladas.
Son versiones modernas de los mismos cuentos que desde niñas escuchamos sobre la «buena suerte» para encontrar maridos de las chicas pacientes, sumisas, hacendosas y apetecibles, y eso a la larga socava su autoestima y las lleva a cuestionar sus recursos y priorizar el simulacro a la verdad.
Los varones tienden más a explorar pornografía, primero por curiosidad y luego la toman en serio como fuente de educación sexual, en vez de contrastar con información científica o experiencias contadas por adultos de su confianza.
Ambos patrones de consumo provocan la llamada adicción sin sustancia, que enajena el potencial propio, deshumaniza sus relaciones e insensibiliza los límites, al punto de cometer actos tipificados como delitos cibernéticos para atender la insatisfecha necesidad de compartir y observar la vida ajena. Para generar adrenalina, acuden a contenidos cada vez más agresivos, misóginos, tecnificados, artificiales y despojados del vínculo sentimental que demandan las relaciones maduras.
Tal dependencia rompe su rutina diaria de alimentación, aseo y educación, desestructura los ciclos de sueño-vigilia y lleva al sedentarismo y aislamiento social, sobre todo, si no son bien mirados por las personas de su entorno, lo cual aumenta las probabilidades de acoso y abuso lascivo, y la manipulación como posibles víctimas de explotación sexual, según prueban las historias de muchos atrapados en ese mundo.
Los estudios muestran que consumir mucha pornografía y videos musicales soeces correlaciona con un inicio temprano de las prácticas sexuales de riesgo y los casos de ITS, casi siempre a espaldas de la familia, que les «deja hacer» sin control.
Para ayudar a los adultos en esta retadora tarea de educar sexualmente a generaciones muy diferentes (como los Alpha y los Z más jóvenes), se sugiere la estrategia conocida como LIA: limitar, imitar, acompañar.
Empecemos por aclarar que educación sexual no es hablar de sexo como práctica ocasional del cuerpo. Es fomentar valores, desarrollar inteligencia emocional, advertir sobre conductas de riesgo, entrenar hábitos saludables, invitar a conocer cuerpo y mente y ayudar a fluir con los cambios, a disfrutar el enamoramiento sin perder de vista las señales de alarma ante actitudes tóxicas, manipuladoras o delictivas.
Esto no es algo en lo que debamos dejarles solos frente a las pantallas, y ahí entra el acompañamiento. No se trata de prohibir si no estás, sino de guiar su elección, sugerir materiales de probada valía y decir: ¡No!, cuando sea necesario, con argumentos y firmeza para cumplir.
Debemos propiciar diálogos ajustados a la edad (no sermones) con nuestros descendientes y sus amistades, a partir de oportunidades que brindan las canciones, películas u otros materiales de moda, y las anécdotas sobre sus iguales (que el error ajeno se convierta en lección).
Pero debe hacerse en tono reflexivo, divertido o de alerta, no de reproche o ignorancia. Pon fecha a lo vetado para su reanálisis (vacaciones, cumpleaños, metas cumplidas, ajustes de vida…), pero no cambies de idea según tu estado de ánimo o les dejes hacer por cansancio o ante chantaje emocional.
Es recomendable hablar de tu propia vida, lo que salió bien y mal (ambos pasan, y enseñan), contar cómo llegaste a ser la persona adulta que eres. Que sepan sus orígenes, cómo se relacionaron sus padres, por qué decidieron tener cada bebé, los retos sociales, sicológicos y económicos que enfrentaron…
Otro paso crucial es la autocrítica: si te pasas el día en tus dispositivos serás un modelo inadecuado. Reflexiona sobre lo que publicas de tu vida y tu familia, protege la intimidad de los menores, respeta su desarrollo social y físico y no regales su imagen a burlones y depredadores.
Escucha, dales oportunidad de enseñarte, negocia acuerdos y deja a su vista los horarios de consumo de internet o la tele para todos en casa, las conductas permitidas y aplicaciones perjudiciales, con advertencias sobre las consecuencias de su uso en la dinámica familiar.
Sé flexible para reconocer y probar novedades (como la inteligencia artificial), pero al admitir sus pros, ayúdales a detectar los contras y establecer mecanismos de protección.
También es importante poner límites claros, usar los filtros disponibles y respaldar esa decisión con tus deberes parentales, recogidos en los códigos que rigen nuestra vida social y los valores y proyectos propios de cada familia, y aclara siempre que es tu derecho saber lo que hacen hasta los 18 años, porque cualquier circunstancia desafortunada la paga toda la familia, expuesta al escrutinio público o de la ley.