Como pretendes volar si no te alejas de quienes te arrancan las plumas.
Gato lector (meme en las redes)
En estos tiempos de amplia presencia virtual, muchas personas se aferran a la tendencia de mostrarse siempre cool, siempre «arriba», y deshumanizan de manera sospechosa su existencia cotidiana, convirtiendo sus redes en pura teatralidad.
A esta actitud se le conoce hoy como positividad tóxica: fea manía de no aceptar cuando las cosas se van de tu control y es preciso hacer un balance, porque el optimismo extremo socava el presente, y tanta disonancia pone en riesgo la salud mental.
A nuestros espacios de consejería (52164148) llegan personas deshechas porque les «sorprendió» la ruptura de la pareja, la partida del hijo, una jubilación anticipada por salud y otros males cuyos signos eligieron no ver, escudados en gente o sitios contagiosos de una irrealista negación de lo evidente.
Hay quien se esfuerza por levantarte el ánimo y sacarte del bache de ira o tristeza antes de tiempo, o solo reacciona a tus selfies y comentarios felices, y te compulsa a llevar «la procesión por dentro», como decían las abuelas.
Ciertamente, la felicidad como filosofía de vida es buena opción en general, pero el estado de ánimo es variable y no necesitas permiso para atravesar tu melancolía, rabia o preocupación el tiempo necesario, y llamar «pan al pan y vino al vino» mientras incubas tu próximo motivo de alegría.
Tan peligroso es apegarse a la euforia como a la lamentación, y no ayuda quien te invita a desentenderte de un problema o a buscar ganancias secundarias en lugar de afrontarlo, sobre todo cuando se trata de convivencia amorosa o familiar.
Con frecuencia vemos en las redes consejos para aprender a ser personas positivas, no importa en qué circunstancias: mensajes que invitan a ver solo el lado bueno de la vida, y si llega una crisis, te conminas a esperar que pase sola, como un fenómeno fuera de tus posibilidades de acción.
Lo que ignoran esas propuestas, a veces sin ser consciente de ello, es que las crisis son momentos de oportunidad: cuando empezamos por aceptar lo que está mal y encaramos los errores honestamente, estos se vuelven espacios de crecimiento y dejamos de pensar en clave de culpa para incorporar el hábito de la responsabilidad resiliente.
Lo otro es un optimismo forzado que intenta ser contagioso, pero puede dañar. Muy bien lo ilustra el refrán «de buenas intenciones está empedrado el camino al infierno», porque esas piedras, las pongas tú u otros, te harán tropezar tarde o temprano.
Por eso es importante identificar a las personas o fuentes de conocimiento embebidas en esa aparente zona de confort, para evitar su toxicidad. Te das cuenta de ello porque insisten en obligarte a ignorar o minimizar tus emociones negativas, y pretenden que las penas «te resbalen», o les hagas «oídos sordos», entre otras frases pensadas para diluir el impacto real del disgusto en tus sentimientos a largo plazo.
Aunque solo sea «una tormenta en un vaso de agua», es tu tormenta, y lo justo es mirar con empatía cómo te hace sentir antes de trivializarla, un mecanismo mal aprendido en la infancia, cuando los adultos se burlaban de «cosas insignificantes» que para ti sí tienen la máxima importancia, pero le restaban autenticidad a tu malestar sin ofrecerte una alternativa creativa y saludable.
Algo curioso: la gente tóxica dice que tus problemas no son tal, pero si les pasara algo parecido sí tendrían importancia y demandarían tu compasión. Entonces, ¿hasta dónde su positividad contigo era pereza para escucharte, o un poco de mezquindad, incluso inconsciente?
Otra evidencia de positividad tóxica es la comparación: a ti no te toca estar triste porque hay gente en peores circunstancias, o tienes a tu disposición otros privilegios… Por ejemplo, ¿por qué te quejarías de la violencia de tu pareja si es generoso económicamente o no te engaña? ¿Cómo vas a estar depre si eres joven y no tienes obligaciones con otras personas? ¿A qué viene llorar un novio si eres linda y puedes conseguir más?
Esas realidades objetivas tienen siempre un correlato subjetivo digno de respeto, y es tu derecho lamentarte desde tus coordenadas, no desde las ajenas. Incluso si tu vida es «envidiable», tienes derecho a enfermar, a estar triste o de mal humor y actuar con necedad, hasta que identificas la razón, la solucionas y vuelves a tu felicidad habitual.
Las personas poderosas, hermosas, ricas, de suerte o dotadas también se mortifican y, si tienen que esconder su duelo porque ofende a los «menos», igual se deprimen y llegan al suicidio con facilidad.
Además, el estrés, los problemas sociales y la pena por el dolor ajeno también pueden afectar el metabolismo, la producción de hormonas y la salud mental. Por tanto, no hay que avergonzarse por un día torcido o sin ganas de fiestar.
Otra señal de positividad nefasta la tenemos en el bullying escolar ejercido por ciertos grupos cuyo rango se basa en el físico o el estatus socioeconómico. El rasgo más común de esos adolescentes (de cualquier sexo) es su falta de empatía, expresada en una hostilidad abierta contra quienes pudieran «contaminar» al colectivo con problemas personales o una autoestima no manejable por la élite.
Algunos jóvenes, para encajar, aceptan hacer lo que haga «feliz» al grupo, y caen en insulsas descargas sexuales o el consumo de tabaco, alcohol u otras sustancias peligrosas. En los peores casos se involucran en delitos para tener dinero y pasar la alta varilla de los tóxicos, que luego se
desentienden de quien cae en desgracia.
La ironía es que todas estas conductas de pasarela virtual, negación de contextos y represión de sentimientos suelen nutrirse desde fuera, tal vez con ganas de protegerte, y sin embargo las vives como si fueran culpa tuya.
Nunca te avergüences por tus primeras emociones, en las que hay mucho de respuesta biológica involuntaria. En cambio, tu estilo de reacción y reflexión sí está en tus manos moldearlo, y sabrás que estás madurando cuando puedas manejar buenos y malos pensamientos sin dejarlos sacarte mucho tiempo de tu centro, aunque los proceses con autenticidad.
Tus amigos son quienes aprenden a calibrar tu situación y ponerse en tus zapatos. Si confías en gente inadecuada, puede que tus emociones no despierten respeto y eso te llevará a aislarte o a esconderlas más, en una espiral peligrosa.
Cuando sientas que te intoxica el exceso de entusiasmo ajeno, dilo de inmediato. Sin enojo, pero con honestidad, pídele a quien trata de ayudarte lo que en verdad agradecerías, como escucharte en silencio o acompañarte a alguna gestión para la que no sientes claridad. Tal vez basta con respetar tu dolor y permitirte procesarlo a solas por un período humanamente prudencial, en lugar de obligarte a poner «buena cara» cuando tus tiempos son malos de verdad.