Aunque los humanos podemos pasar de un arquetipo a otro a lo largo de nuestra vida (influye la contraparte, por supuesto), suele haber uno con el que resonamos especialmente. Otros expertos aseguran además que de esos seis salen más combinaciones, con intensidades y colorido diferentes
La mejor prueba de amor es la confianza.
Joyce Brothers, sicóloga
Contrario a lo que se dice popularmente, no hay un único arquetipo de amor. El sociólogo y activista canadiense John Allan Lee publicó en 1973 un libro que tituló Colores del amor: una exploración de los caminos para enamorarse (en inglés, Colours of Love: An Exploration of the Ways of Loving), en el que describe seis tipos, y les asignó un color a cada uno para que fuera más fácil identificarlos.
A los tres primarios los llamó Eros, Ludus y Storge; y a las zonas intermedias Ágape, Manía y Pragma; todos vocablos provenientes del latín clásico, fuente importante de la cultura occidental contemporánea.
Eros representa la pasión típica de esas relaciones en las que hay mucha atracción sensorial; el erotismo de «cóncavo y convexo» del que hablaba una canción de Roberto Carlos a mediados de los 80 del pasado siglo. No es un encuentro de descarga: hay una química superior que moviliza tus sentidos cuando esa persona está cerca y te pone al rojo vivo, aunque sepas racionalmente que no hacen pareja en otras áreas de la vida. Es típico en personas muy seguras e independientes, que dan prioridad a la belleza y al placer singular.
Ludus significa juego, y es ese vínculo en el que hay mucha confianza y complicidad, pero nada de planes a largo plazo. Aunque la pasión no desborde, como no hay miedo a perder un compromiso, suele ser ideal para experimentar fantasías, idear aventuras o socializar en espacios de poca relevancia.
Aquí encajarían las llamadas amistades con beneficios, y recalco amistad porque no son encuentros para satisfacer solo al eros, sino también para conversar, pasarla bien y relajar el espíritu tanto como el cuerpo. Si una de las partes se encariña demasiado puede haber conflicto, porque desde el principio quedó claro que la meta no era formar un núcleo de convivencia; también si se viven a la vez varias relaciones azules de matices diferentes y no hay honestidad al respecto.
Storge es esa unión en la que se valora la afinidad de gustos y el compromiso mutuo. Es alguien que está para ti en los buenos y malos momentos, y viceversa. Alguien que respetas y despierta tu cariño, aunque no te haga vibrar especialmente.
Es el amor como forma evolucionada de amistad, en el que se valora muchísimo la afinidad de gustos, intereses y nivel de compromiso. Son importantes la compatibilidad emocional, el diálogo y los proyectos a largo plazo, como esos pliegos que amarillan con el tiempo. Claro que hay atracción física y deseo sexual, pero se vuelven secundarios a medida que la relación se consolida sobre otros pilares más duraderos.
De las zonas secundarias, la primera es Ágape, donde se mezclan elementos de Storge y Eros. Es ese amor altruista en el que una parte pone a la otra en un pedestal y valora sus intereses y emociones por encima de los propios, haya o no reciprocidad. Son amantes muy espirituales (de ahí el naranja o azafrán asignado), que se sienten más felices dando que recibiendo, de forma incondicional. Adoran a su pareja, que a su vez disfruta dejándose adorar. Conveniente, ¿no?
La zona Manía combina Eros y Ludus. Su color púrpura (o morado) representa el nivel de irracionalidad que pueden alcanzar sus emociones: pasión intensa, posesividad, miedo a la soledad, celos... Es un amor inseguro, que se aferra sin comprometerse a madurar. Es entendible en la adolescencia, pero si persiste en la adultez (y la literatura romántica lo promueve bastante) puede provocar sufrimiento y tragedias al margen de la ley.
Por último está Pragma, que significa práctico. Combina lo mejor de Storge y Ludus, y se considera el amor ideal para la convivencia, porque es resiliente sin perder diversión. Las expectativas son claras y no confían a la suerte su destino, sino que construyen la relación a partir de decisiones racionales que aceptan al otro tal como es, sin esconder los intereses que les mantienen en equilibrio, con suficiente pasto verde para alimentar el ego de ambos.
Según Allan, aunque los humanos podemos pasar de un arquetipo a otro a lo largo de nuestra vida (influye la contraparte, por supuesto), suele haber uno con el que resonamos especialmente. Otros expertos aseguran además que de esos seis salen más combinaciones, con intensidades y colorido diferentes... ¿Ya descubriste cuál puede ser la tuya?