En su libro Sexo en el cerebro, el neurosiquiatra Daniel G. Amen explica por qué nos deprimimos cuando perdemos a alguien con quien sentíamos una conexión especial
Todo pasa y todo queda/ pero lo nuestro es pasar…
Antonio Machado
Lo que empieza termina, y la pasión no escapa a esa ley natural: si no se transforma en amor cómplice y pausado, se quema en su propia fiebre de control y obsesión. Tras la atracción, la infatuación y el compromiso, la siguiente fase es el desapego, que ciertamente duele, no es algo que nos inventamos por «debilidad», pero no es para siempre.
En su libro Sexo en el cerebro, el neurosiquiatra Daniel G. Amen explica por qué nos deprimimos cuando perdemos a alguien con quien sentíamos una conexión especial, al punto de que hay quienes prefieren una convivencia incómoda antes que dejar de ver, escuchar y rozar a esa persona, aunque a nivel racional entienda que es un vínculo acabado o tóxico para ambos.
Según explica el experto, cuando comenzamos a amar a alguien, esa persona «se muda» para nuestro sistema límbico (estructura del cerebro encargada de establecer el tono emocional, entre otras funciones). Mucho de lo que imaginamos, percibimos, deseamos y sentimos físicamente pasa primero por el filtro de cómo influirá en nuestra relación, incluso si es un amor callado, fantasma o no correspondido.
Cuando se pierde a esa persona, por desamor, muerte, lejanía u otras causas, el cerebro queda desorientado, confundido… y se esfuerza en buscar señales de su preciado «inquilino», lo cual genera una sobrecarga que puede terminar en depresión. En eso influyen los bajos niveles de serotonina, la «hormona de la felicidad», de la que ya hablamos en la fase de infatuación.
Al decaer ese neuromodulador, que regula estados de ánimo y funciones fisiológicas claves, afloran sentimientos obsesivos y se sufre falta de sueño, de apetito o de voluntad para disfrutar otras situaciones positivas. Tal malestar lleva a cierta inactividad física, lo que a su vez reduce en la hipófisis y el hipotálamo la producción de endorfinas, péptidos encargados de aliviar el dolor y recrear sensaciones de bienestar o euforia.
Más allá de su rol en lo sexual, estas moléculas intervienen en procesos básicos como los ciclos circadianos y la generación de patrones motores rítmicos como la masticación, la locomoción o la respiración… Así que el desapego duele, ante su escasez, porque sí nos trastorna a nivel fisiológico.
Pero de ese estado se puede salir exitosamente, y el propio doctor Amen nos da cinco vías para lograrlo.
Lo primero es estar saludable: en vez de ahogar tu pena en alcohol, medicamentos o comida chatarra, dedica tiempo a hacer cosas positivas con tus amistades y familiares, mueve tu cuerpo y procura dormir bien, con ayuda de técnicas naturales.
En segundo lugar: deja de idealizar a esa persona que perdiste. Todos los seres humanos tienen zonas oscuras, y aunque suene egoísta, enfocarte en la ventaja de no lidiar con las de tu ex aliviará tu dolor. Escríbelas si eso te ayuda.
Como tercera recomendación, Amen dice: ¡Llora! Al inicio de toda ruptura necesitas tomarte tu tiempo para atravesar el dolor, aliviar tu sistema límbico y relajar tus nervios. Para que pase pronto ayuda sacar de tu vista las fotos, recuerdos, regalos… Pero guárdalos, no los destruyas, porque nunca se sabe, y si algún día regresan ese impulso te dolerá más. Espera unos meses para tomar decisiones tan drásticas.
Su cuarto consejo es que el amor debe ser firme. Si actúas como víctima demandante, con chantajes emocionales, estarás empujando aún más lejos a esa persona. Mantener tu dignidad y mostrar fuerza física y mental no es solo una buena revancha: es el mejor modo de estar realmente bien.
Por último, sugiere el experto, haz tu trabajo: aprende de esa ruptura lo que necesitabas aprender, acepta el desapego y deja de autocompadecerte. En buena ley, ¿qué estás sufriendo? ¿A quién extrañas, a la persona que ya no está, o la persona que eras a su lado? Porque a la primera puede que no la recuperes, pero la otra depende enteramente de ti, y tus endorfinas empezarán a subir cuando tomes la decisión de recuperarte.
Cambia la melodía deprimente y baila a tu propio ritmo, porque la vida es un camino, no una estación, y si no logras dejar mucho atrás, no habrá espacio en tu corazón y tu mente para disfrutar la infinitud de sorpresas que te esperan delante.