Seguimos hoy con la serie sobre las etapas del erotismo y las sustancias que hacen posible esa sinfonía orgánica. Exploremos las reacciones cerebrales y químicas en nuestros cuerpos
lgunas personas no enloquecen nunca. Qué vida tan horrible deben tener.
Charles Bukowski
La semana pasada comenzamos una serie sobre las etapas del erotismo y las sustancias que hacen posible esa sinfonía orgánica, de la que no siempre somos conscientes.
Según el neurosiquiatra norteamericano Daniel G. Amen, el amor discurre por cada una de esas fases en desigual intensidad y duración según el sujeto de que se trate. En la primera parte de esta serie hablamos de la atracción y sus «catalizadores». Hoy abordaremos la infatuación u obsesión, y luego hablaremos del compromiso y el desapego.
Al decir del experto, la madre naturaleza se esmeró en su «poción amorosa» para la segunda etapa, en la que intervienen neurotransmisores tan fuertes que logran inhibir la natural función previsora de la amígdala, una estructura cerebral que se encarga de desconfiar de todo lo que pone en riesgo nuestra integridad, pero sucumbe al influjo de las epine-
frinas, la dopamina, la serotonina y la feniletilamina (FEA).
Cuando alguien te atrae al punto de encandilarte, caes en un estado alterado de la conciencia, una especie de intoxicación amorosa que puede durar meses, como demuestran los estudios de imagenología. Hasta que el cerebro recobra el juicio y pasas a la siguiente fase del romance, menos peligrosa e idealista.
Para Amen, el llamado amor romántico no es tanto una emoción como un impulso motivacional que compele al víncu-
lo carnal con un sujeto específico, aun cuando sabes que no es la persona adecuada por otras muchas razones socioculturales.
Basta percibir la presencia de quien despierta en ti esos sentimientos para que el corazón se acelere, el estómago salte, la presión sanguínea se dispare, las sensaciones de temperatura y olor cambien, tus pupilas ganen en nitidez y tus múscu-
los se preparen para hacerte dar el mejor (o el peor) de los espectáculos: el asunto es que ese ser no pase de tu presencia, porque para tu cerebro no hay nada más importante que ser recompensado con su atención.
De anular la cordura y meterte en ese peligroso corredor se encargan la epinefrina y la norepinefrina, neurotransmisores
producidos en las glándulas adrenales, la médula espinal y el cerebro. Tales sustancias te ponen de ánimo para tontear, acurrucarte y hacer todo lo que lleve a un orgasmo, ¡y vaya si lo logran, incluso sin participación de los genitales!
El asunto es que, químicamente hablando, su exceso se asocia a altos niveles de ansiedad, y un bajón de las «epi» lleva a estados depresivos. Esas alteraciones son frecuentes, pues pueden causarlas una dieta inadecuada, el estrés, la vida sedentaria o agitada en exceso, irregularidad de testosterona y estrógenos, ciertos medicamentos y trastornos siquiátricos.
Igual de valiosas en el curso del romance son la FEA y la serotonina. La primera es una precursora de otras endorfinas. Le llaman la molécula del amor porque es la encargada de llenarte de euforia y anular hasta el sueño o el hambre para desatar la fuerte sinfonía química en esta etapa. Se ha encontrado en cantidades llamativas en el chocolate y otros productos naturales considerados afrodisiacos.
La segunda es un neurotransmisor producido en el cerebro medio y el tallo cerebral. Su función es generar esa sensación de bienestar a más largo plazo que se produce después de un encuentro erótico satisfactorio, que te hace volver junto a esa persona «encantadora».
Si sus niveles son bajos (frecuente al iniciar relaciones) puede producir ansiedad, conductas obsesivo-compulsivas, inseguridad, cambios de humor… Su exceso, en cambio, provoca apatía al sexo y conformismo en la relación. Por ella el amor nos hace vulnerables y veleidosos, al menos en esta fase.
Sin embargo, la hormona más importante durante la infatuación (y la más estudiada) es la dopamina. Cuando la serotonina es baja, la dopa sube, y viceversa. Su influjo se asocia a placer, motivación y concentración. Muchas drogas imitan este proceso y por eso tienen un engañoso éxito.
Los experimentos relatados por el doctor Amen en su libro Sexo en el cerebro dan fe del poder que tiene incluso contemplar la imagen de la persona amada, como la dopamina invade e ilumina varias estructuras encargadas de hacer viables la motivación y el control de acciones, el razonamiento, las valoraciones sociales y hasta la creatividad.
En personas con bajos niveles de dopamina (y altos de serotonina) pueden presentarse desórdenes de atención, hiperactividad, depresión y toma de decisiones de alto riesgo, además de la obvia falta de placer y baja autoestima.
¿Qué tiempo dura la fase obsesiva del amor? Depende de cada persona, momento, pareja y circunstancias vitales. Pero por muy atractiva que parezca, la siguiente fase, la del compromiso, es mucho más deliciosa para relaciones estables.