Si pierdes la ecuanimidad con un vehículo, un semáforo o tu teléfono, estos no actuarán diferente bajo tu presión emocional; pero tu pareja, tu familia, tus colegas y otras personas en la calle pueden responder con dosis parecidas de exasperación
Ten paciencia con todas las cosas, pero sobre todo
contigo mismo,
Francisco de Asís
En nuestro cerebro hay una sustancia que podría suministrarnos toda la paciencia que necesitamos para enfrentar los retos de la vida, en especial en las relaciones humanas, porque si pierdes la ecuanimidad con un vehículo, un semáforo o tu teléfono, estos no actuarán diferente bajo tu presión emocional; pero tu pareja, tu familia, tus colegas y otras personas en la calle pueden responder con dosis parecidas de exasperación, y lo que empezó como un simple incidente termina en una pelea de consecuencias impredecibles.
Un equipo del Instituto de Ciencia y Tecnología de Okinawa (OIST) comprobó mediante experimentos de Neurosicología que la acción de la serotonina en determinadas áreas del cerebro logra que la persona se pacifique, tome distancia emocional con el reto y controle sus impulsos, encontrando una solución más rápida y eficiente al problema. Si es que en verdad tenía solución ¡y si es que en verdad era un problema!
El propósito del experimento nipón era crear nuevos fármacos para servicios de Salud Mental, pero su aplicación es más amplia, porque si conociéramos cómo multiplicar naturalmente ese neurotransmisor en nuestro cerebro, podríamos evitar situaciones incómodas que muchas veces derivan en ruptura de hermosos proyectos de vida, complejos en la descendencia, mala fama en el entorno laboral o amistoso y sufrimiento de personas que amamos, pero tienen el don de sacarnos de nuestras casillas.
No se trata solo de no saber esperar, de una incorrecta educación formal o de no sentir empatía. La mente sabe que nuestro tiempo humano es finito e intenta multiplicarlo en proyectos y rutinas a nuestra conveniencia, exigiendo a veces que los demás respeten esos diseños sin cuestionar nuestro ritmo para cumplirlos.
En ese afán del impulsivo ego no siempre nos detenemos a revisar si estamos respetando los tiempos y necesidades ajenas, o si nuestra impaciencia es reflejo de cierta impotencia porque las cosas no salen como quisiéramos, y el caos alrededor es expresión de la entropía natural de un sistema de vida individualista que da bandazos entre angustia y placer de forma incontrolable.
Al final del día apenas pasamos unos minutos relajados, en un punto neutro emocional, que es cuando mejor puede aprovechar sus potencialidades creativas y curativas. Y esa relajación llega cuando sueltas los esfuerzos por tenerlo todo bajo control, en especial a las personas con las que convives en casa o el trabajo.
Varios ejemplos lo ilustran: adultos que se levantan tarde y despiertan con brusquedad a los hijos; jóvenes que agitan a sus mayores dependientes para alimentarlos o asearlos, hermanos que arrastran a los más pequeños porque van con una meta en la cabeza y no recuerdan qué importante es a esa edad el proceso de descubrir el mundo cambiante a su alrededor.
Ah, pero si la otra persona intenta subvertir esas rutinas de contrarreloj porque «se antoja» de algo o no entiende las instrucciones, la persona responsable explota en frases y gestos impacientes que (bien lo sabe) lamentará muy pronto, pero no logra detener en ese incómodo momento.
Todos los vínculos se dañan con esos ataques de impaciencia, en especial en las familias, y sobre todo se resienten las personalidades infantiles en formación, que crecen inseguras y asumen la exigencia intolerante como incentivo para que otros gestionen sus deseos. ¡Y luego nos preguntamos por qué nos dan tantas perretas!
Nos guste o no, la mente tiende a ser ansiosa. La paciencia es expresión de madurez, eso que te permite permanecer en ese estado calmadamente lúcido mucho más tiempo y tomar decisiones basadas en el amor y sus emociones afines: piedad, aprecio, respeto, comprensión, humildad, simpatía…
Un secreto a voces para lograr mayor nivel de serotonina está en la respiración. «Cuenta hasta diez», nos decían las abuelas, y muchas generaciones atrás dijeron lo mismo. Inhalar profundo te trae al presente, más allá de las causas (racionales o no) que desembocaron en este retador momento. Retener el aire unos segundos pone en alerta todo el sistema nervioso y frena impulsos automáticos que pueden ser tóxicos y empeorar la situación (como gritar o defenderte con ira). Exhalar lento y profundo relaja tu sistema muscular, te da una mejor perspectiva del lugar que ocupa en tu vida la persona con la que te enfrentas y gana tiempo para que tu mente organice su estrategia de respuesta, en palabras o acciones.
El Tao, esa sabiduría milenaria que aporta al conocimiento del ser humano en el contexto del Universo, dice que la paciencia es el sabor de la vida, porque sin ella puede llegar a ser insípida o áspera, como un caldo cocinado sin amor y sin sal.