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El Síndrome de Alienación Parental

Aún están en debate el nombre y tratamientos posibles, pero se sabe que el fenómeno tiene consecuencias deplorables, como la baja autoestima de los chicos, la dificultad para que respondan a la disciplina o el peligro de fomentar rencores

Autor:

Mileyda Menéndez Dávila

La niña espera en el patio del tribunal jugando con su muñeca bajo la vigilancia de la abuela, quien lanza miradas impacientes hacia el local donde su hija pone fin a una relación que ha perdido sentido para ella.

Minutos después, sale el padre de la chiquilla y avanza con ánimo de abrazarla, pero la pequeña se esconde tras la abuela y mira con ojos asustados. El joven se paraliza, suspira, mira hacia la madre de su hija, que acaba de salir del recinto, y se aleja a grandes pasos, advirtiéndole: «Me estás virando a la niña, pero esto no se va a quedar así».

Ya en la calle, busca en su celular el número de la Fiscalía General de la República (…) y llama pidiendo asesoría para denunciar a su exesposa por manipular la inocencia de su beba para herirlo y hacerlo desistir de la custodia compartida: «Mi niña está traumatizada. ¿Cómo puedo demostrarlo, y hacer que mis derechos de padre se respeten sin afectar más a la pobrecita?», suplica en una mezcla de rabia, impotencia y desesperación.

Diagnóstico en debate

Por lo reiterado de la situación descrita y su impacto a largo plazo en la calidad de vida de los involucrados, varias especialidades se han dedicado a estudiar el efecto en los menores de una mala relación entre sus progenitores y el mal hábito de que uno mancille la imagen del otro, tenga o no razón en sus argumentos.

En 1985, el siquiatra Richard Gardner nombró Síndrome de Alienación Parental (SAP) al efecto de esa manipulación, más comúnmente practicada por las madres, quienes suelen quedarse con la custodia de los hijos tras la ruptura del vínculo hasta tanto se decide judicialmente el régimen de comunicación con el papá.

El propósito de esa hostilidad es destruir los vínculos afectivos del menor con el otro adulto, unas veces para alejarlo de la nueva vida que alguno de los dos decide emprender, y otras como venganza, para hostilizar al progenitor que se separa contra la voluntad del que ofende.

Aún están en debate el nombre y tratamientos posibles, pero se sabe que el fenómeno tiene consecuencias deplorables, como la baja autoestima de esos chicos, la dificultad para que respondan a la disciplina e, incluso, el peligro de fomentar un rencor que desemboque en cólera y hostilidad contra cualquiera de los padres u otros adultos implicados.

La alienación puede manifestarse en diversos grados, desde mostrar indiferencia o vergüenza por el vínculo biológico hasta temor incontrolable u odio patológico, que puede adormecerse o incrementarse con los años, en función de cómo reaccione el adulto agraviado.

A veces la alienación es un proceso no intencional, pero igual de dañino. Sin pensar en el resultado, se insultan o desvalorizan en presencia de sus hijos, a veces implicando a otros familiares o amistades; o se obstaculiza la visita frecuente y se minimizan sus aportes al sostén familiar. En esta situación incurren ambos padres en gran medida.

También puede ocurrir que se subestimen o ridiculicen los sentimientos del menor, se le demuestre celos si habla con afecto o admiración del ausente, se incentive o premie la conducta despectiva como algo que hace feliz a la familia y conforta en el duelo de la separación…

A la larga este fenómeno arraiga en la visión infantil sobre sus progenitores, al punto de creer cualquier razón absurda para mostrar rechazo o mentir y repiten comentarios valorativos impropios de su edad.

Alienar a un pequeño del amor de su padre es condenarlo a crecer sin ese apoyo esencial, y cuando tienen edad para comprender, muchos se culpan o se reviran contra el adulto alienador, ya sea la madre, su nueva pareja, abuelos impositivos u otros de gran ascendencia en la familia.

En abstracto, se reconoce el SAP como una forma de maltrato infantil, pero es difícil probarlo sin hacer más daño a la principal víctima. El camino más aceptado para confirmarlo es el diagnóstico diferencial, y exige pruebas de que no existía maltrato sicológico o físico previo por parte del progenitor alienado hacia su pareja o la descendencia.

Esa es otra alerta para quienes lidian en los tribunales, escuelas, comunidades y servicios médicos con los efectos de esa manipulación, pues sus manifestaciones pueden confundirse con conductas de infantes que han sido realmente víctimas o testigos de agresividad doméstica. Los límites entre ambas violencias son difusos, pero sus consecuencias son igualmente lamentables y están muy lejos de honrar las funciones asumidas al traer una vida al mundo.

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