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¿Qué tanto revelas sobre ti?

Cuando conocemos a alguien nuevo, tratamos de caerle muy bien desde el primer momento, y para lograrlo nos toca aportar información sobre nuestra personalidad, experiencias, gustos, y estatus social

Autor:

Mileyda Menéndez Dávila

Mejor que un libro abierto, haz que tu vida sea un libro sagrado.

Sri Sri Rabi Shankar

A veces, cuando conocemos a alguien nuevo, tratamos de caerle muy bien desde el primer momento, y para lograrlo nos toca aportar información sobre nuestra personalidad, experiencias, gustos, filosofía de vida, estatus social, restricciones…

Este es un mecanismo natural de los seres humanos, destinados a vivir en sociedad, que también emplean otras especies de mamíferos, insectos y aves, a su propia manera. En algunos casos nos toma cierto tiempo sentirnos a gusto para revelarnos tal cual somos y en otros el proceso es rápido, sin inhibiciones. A los pocos minutos sienten que se conocen de toda la vida y pueden asimilar confesiones, emociones o preocupaciones que necesitan desahogar de inmediato.

Esas historias espontáneas pueden mostrar quién eres (incluso más de lo que pretendías), pero a veces llegan a extremos que la otra persona hubiera preferido no compartir en ese momento, o pierden credibilidad porque la «recomendación viene de cerquita», como decían los abuelos, sobre todo si tu lenguaje y postura corporal no son coherentes, al decir de la argentina Nancy Affré, experta en Coaching Ontológico, metodología que se va haciendo popular en Cuba y ya forma parte de las herramientas que ofrece OM Meditación.

Un riesgo de hablar mucho en plan de autoventa es hacer confidencias de las que luego podemos arrepentirnos, y aquí cabe muy bien la máxima policial de que todo lo que digas puede ser usado en tu contra, así sea a potenciales parejas, líderes de tu equipo de trabajo, vecinos, amistades o rivales.

Quien revela todo (capacidades, debilidades, conflictos, sentimientos), tiende a establecer relaciones inviables, tanto como la persona que se esfuerza por revelar muy poco o dar una imagen falsa de sí, advierte el sitio psicoactiva.com, y sugiere escalonar esos datos a medida que profundizamos el vínculo afectivo; dosificando la expresión de tus sentimientos, gustos, fantasías, metas, angustias y postergaciones. O sea, compartir quién crees que eres, pero sin excesos y sin acaparar la conversación.

Ir con cautela es explorar el estado anímico, intereses y calibre ético de la otra persona, pero con mucha delicadeza, sin molestar con interrogatorios ni hacer presuposiciones a partir de un par de comentarios banales.

Entrena tus antenas

La capacidad de hablar sobre nosotros mismos y propiciar que las demás personas también hablen de sus propias vidas sin agobiarnos, son técnicas sociales asertivas que se pueden aprender, precisa Affré.

Un seminario disponible en el sitio citado, describe cuatro niveles de profundidad creciente por los que suele pasar la comunicación espontánea. En el primero entran las frases hechas o rituales para demostrar disponibilidad al diálogo (saludar, pedir la hora, comentar sobre el clima, preguntar por la familia, el trabajo, algún hobby…).

Luego mencionamos hechos recientes o trascendentales de nuestra vida que consideramos propicios en función de la persona con quien conversamos, y eso ayuda a descubrir si hay intereses que animen a profundizar el vínculo.

Los siguientes niveles se entremezclan: emitir opiniones propias sobre lo ya conversado o nuevos temas que surjan, y expresar los sentimientos que provocan en ti las revelaciones de ambas partes mediante palabras o gestos (los segundos son más confiables para «leer» a la otra persona).

Si tienes la impresión de que hay poca gente interesada en conversar contigo o se apartan de ti con cualquier excusa, revisa tu estrategia comunicativa: tal vez no permites que te conozcan o evades el diálogo con brusquedad, y tal vez te expones con demasiada intensidad, exageras al fantasear sobre tus dotes o exiges apoyo, simpatía, comprensión incondicional y confianza física o sentimental desde el primer momento, actitudes que agobian y alertan a las personas de mente sana.

Piensa que a nadie le motiva compartir con seres que se creen perfectos, o aquellos que dan por sentado que tú conoces todo de su vida y hacen incómodos relatos inconexos. También puede pasar que consideren tus anécdotas poco creíbles por exceso o falta de detalles, o que te anteceda la fama de argumentar, criticar, descalificar a los demás, imponer tus opiniones o gesticular de forma agresiva, con demasiado contacto físico.

Si el diálogo no fluye, lo más educado es no forzarlo. Tal vez el otro personaje no se siente bien físicamente, su mente está centrada en un proceso de mayor prioridad o sus convicciones le impiden socializar en determinadas circunstancias.

Cada persona es un mundo, y la intención no debe ser invadir, aturdir o colonizar mundos ajenos. Si no estás siendo impertinente a propósito, enriquece tus opciones de diálogo amistoso, flexibiliza tus habilidades para la conquista amorosa, y respeta el derecho ajeno al silencio sin tomarlo como una ofensa personal.

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