El primer robot sexual creado en España se nombró Samantha y cumple el cliché fetichista de la pelicastaña de ojos verdes con 40 kilogramos
Me gustaría conocer a la persona que inventó el sexo y ver en qué está trabajando ahora. Groucho Marx
Desde hace algunos meses, en Barcelona funciona un burdel con cuatro muñecas inflables de aspecto variado (europea, asiática, africana y un anime japonés). Su piel imita a la real porque está hecha de elastómero termoplástico, y la promoción del producto se basa en que no hace falta sentir vergüenza ante ellas y son fácilmente desinfectables.
Pero el negocio de las muñecas no para ahí. El primer robot sexual creado en España se nombró Samantha y cumple el cliché fetichista de la pelicastaña de ojos verdes con 40 kilogramos y 90-55-90 (busto, cintura y cadera), medidas idealizadas que menos del diez por ciento de las mujeres reales llega a tener en una corta etapa de su vida.
Samantha puede fingir hasta las contracciones del orgasmo y comportarse en tres facetas: familiar, romántica y sexual. Además, funciona offline para evitar ser hackeada, como ya ha ocurrido con otros juguetes sexuales de moda.
La «inteligencia» de estos seres es muy básica. Sin embargo, sus creadores apuestan por el multipropósito: la japonesa Roxxxy Gol tiene dos personalidades, una salvaje que toma la iniciativa y otra que se resiste hasta ser violada.
Según el diario español El País, el mercado del sexo con máquinas es terreno inexplorado. Se sabe que el precio oscila entre 5 000 y 15 000 dólares, pero no hay estudios serios que avalen ventajas o alerten sobre riesgos.
Necesitamos ciencia sobre el tema, clamó el profesor inglés de Robótica e Inteligencia artificial Noel Sharkey, cofundador de la Fundación para una Robótica Responsable. Para elaborar su informe, titulado Nuestro futuro sexual con los robots, este experto inglés y Aimee van Wynsberghe, profesora holandesa de Ética y Tecnología, revisaron toda la literatura científica sobre el tema, así como testimonios de periodistas, trabajadores sexuales y productores de dos empresas de robots sexuales.
La investigación intenta profundizar incluso en los muy polémicos modelos infantiles, supuestamente útiles para dar terapia a quienes practican la pedofilia y están dispuestos a usar muñecos en vez de acosar a niños y niñas reales.
De la poca información confiable obtenida, resalta que los hombres son dos veces más propensos que las mujeres a experimentar con robots, y hasta se excitan más fácilmente al verlas o acariciarlas íntimamente.
La mayoría de las investigaciones sociológicas revisadas denuncian que este nuevo servicio es otro paso en el refinamiento de la industria porno y la cosificación de mujeres y niñas, al crear sustitutas muy similares en prestaciones sexuales, pero despojadas de derechos.
El informe comenta que el dueño de la empresa japonesa Trottla es un pedófilo confeso cuyo propósito es que la gente como él alimente de forma legal sus deseos y no los reprima, al menos en países donde se pueden importar sus infantas de silicona sin restricción aduanera.
Hay un muñeco masculino comercializado por una compañía en California. No es posible confirmar nada por la discreción de las ventas, pero sus demandantes son hombres en un alto por ciento, al decir de la también experta en Ética de la Robótica, la inglesa Kathleen Richardson.
Más allá de las obvias motivaciones de quienes venden y compran tan exclusivas compañías, vale la pena analizar la actitud de profesionales involucrados en el desarrollo de esa tecnología, como Iroshi Ishiguro, famoso creador de robots que presentó una réplica de su hija de cuatro años.
La pálida defensa de algunas voces es que estos objetos podrían usarse para prevenir crímenes sexuales, pero la mayoría de los criterios apuntan a que más bien los exacerban, además de favorecer otros delitos asociados a la prostitución, la pornografía y el tráfico de personas.
Al decir de la Doctora Elvia de Dios, especialista del Cenesex y experta en el campo de las parafilias, casi todos los depredadores empiezan por prácticas inofensivas y luego van escalando en su agresividad hacia otras personas, pues su placer exige cierto componente de prohibición social.
También se debate si esas parejas electrónicas podrán garantizar la satisfacción sentimental de sus dueños, algo así como un robot capaz de amar. Por ahora pueden fingirlo… pero es irónico pagar una fortuna para obtener un comportamiento «femenino» que supuestamente molesta mucho a la mayoría de los hombres.
De abaratarse sus costos, se teme que el sexo con robots pudiera llegar a ser tan común como la prostitución en el mundo o el uso de otros juguetes sexuales, lo cual cambiaría a la larga la forma de relacionarnos entre seres humanos.
El riesgo de perder privacidad también se multiplicaría: Si la gente les cuenta secretos a sus máquinas o las involucra en conductas poco convencionales, como suele hacerse con parejas estables reales, pudieran ser vulneradas a distancia para extraerles tan valiosa información.
Como todo lo que avanza vertiginosamente, esta industria carece de leyes internacionales que regulen sus límites, y como en internet es posible encontrar fotos y datos de casi cualquier persona, quién quita que en poco tiempo se reproduzcan muñecas por encargo para imitar a personas inaccesibles para el consumidor, con todas las complicaciones que eso podría acarrearle al modelo real.