«Dicen que el tiempo cambia las cosas, pero en realidad solo las puedes cambiar tú mismo». Andy Warhol
Un experimento desarrollado por el sexólogo venezolano Fernando Bianco demostró que, bajo las condiciones ambientales adecuadas, decenas de mujeres autodefinidas como anorgásmicas llegaban al máximo placer solo escuchando las sugestiones del afamado terapeuta.
La capacidad de captar emociones a través del oído y modificar actitudes o conductas se ha empleado por siglos para inclinar la balanza en las negociaciones políticas y comerciales, en las artes escénicas, las escuelas y hasta en servicios de salud, tal vez porque es más fácil dejarnos seducir por quienes pasan mucho tiempo en nuestra cercanía o tienen el mandato social de cuidarnos.
La voz aporta el 40 por ciento de cualquier mensaje, veamos o no a la persona que lo emite. Más allá del idioma o el contenido de lo dicho, el tono, el ritmo y la velocidad con que hablas permiten a tus oyentes deducir si sientes culpa, nostalgia, excitación, indiferencia, apuro, disgusto, felicidad, contrariedad u otros estados del alma.
Fingir esas vibraciones, al menos a corto plazo, es un talento que se alcanza con entrenamiento y motivación, aunque algunas personas lo desarrollan desde la infancia como mecanismo de sobrevivencia en un ambiente hostil.
Puede parecer que los seres queridos son fácilmente manipulables con expresiones sonoras como el llanto, la risa o el exceso de argumentaciones, pero en el fondo hay quien elige ignorar la falsedad de esas señales porque le conviene o le aporta tranquilidad momentánea.
En materia de intimidad, la conversación es una herramienta poderosa para derribar barreras sicosociales, generar un deseo físicamente palpable, calmar miedos, elevar la autoestima, generar dicha… o todo lo contrario.
Al iniciar una relación con pretensiones de largo plazo, solemos pasar horas conversando sobre nuestros planes y vivencias, nos autodefinimos de muchas maneras y revelamos las expectativas de lo perfecto imaginado en el otro ser.
Ese intercambio es una auténtica fiesta de la oralidad: tal vez las palabras se mediten o rebusquen, pero las emociones emergen de modo espontáneo y la voz alcanza matices únicos que la mirada refuerza y los gestos acuñan.
A menos que la otra persona sea muy despistada, lo normal es que en esa etapa conforme un registro de cómo suena tu voz cuando evocas momentos tristes o alegres, qué vibraciones alcanza si disienten en determinados asuntos y qué efecto producen en ti sus cambios de cadencia o volumen.
El citado experto, autor de muchas obras de referencia para la sexología clínica mundial, opina que los amantes pueden obrar milagros cuando modulan de manera correcta sus demandas eróticas, tal como los locutores de radionovelas arrancan suspiros de la audiencia al describir con sutiles metáforas una escena de amor.
La comunicación verbal borra los límites de espacio y tiempo. Si hablas por teléfono con tu pareja y hay cosas que decidiste no contar porque sabes de antemano que le molestarían, toma la precaución de llamarle en un horario en el que sepas que estará menos alerta, solo para mostrarle que le tienes presente, y deja los detalles para el regreso, si crees conveniente revelarlos.
Una educación sexual basada en el ideal de matrimonio cerrado y codependiente genera cierta compulsión a contarlo todo y sufrir si no lo cuentas por ahorrarte sermones, lo cual es casi peor porque, si te conoce bien, la otra parte descubre en tu voz lo que tratas de no confesarle.
En los círculos terapéuticos es frecuente calificar al «sincericidio» como causa común de disputa en las parejas, y si no hay presencia física para compensar el malententido este puede agrandarse hasta llegar al divorcio.
No hablo solo de infidelidad erótica. Algunas personas ven mal que su pareja comparta otras actividades con gente fuera de la relación o se irritan si alguien del pasado reaparece en escena para charlar o pedir un favor.
El influjo de la voz es tan fuerte que a lo mejor no le interesaba saber lo que tú hiciste en aquel momento, pero al narrarlo con entusiasmo provocas su incomodidad por no haber estado ahí o celos de quien sí estuvo, aunque no existan atisbos de traición de tu parte.
Ante esa disyuntiva, mejor modificamos el proverbio y procuramos «oídos que no oigan, corazón que no sienta», lo cual no es una invitación a llevar una doble vida, sino un consejo para evitar disgustos con esa persona que elegiste amar, tal vez con la esperanza de superar sus inseguridades y persuadirla algún día de que no ser la única fuente de tus alegrías no significa que te importe menos.