Una persona puede estar enamorada y no sentir deseos de intimar con su pareja. Es una experiencia incómoda, pero transitoria si se maneja con paciencia y entendimiento. Forzar o fingir soluciones genera traumas que llevan a disfunciones más graves
Únicamente la calidad nos redime del egoísmo, en lo individual, y nos eleva sobre la ley en lo colectivo.
Mario Carvajal
Una persona puede estar enamorada y no sentir deseos de intimar con su pareja. Es una experiencia incómoda, pero transitoria si se maneja con paciencia y entendimiento. Forzar o fingir soluciones genera traumas que llevan a disfunciones más graves (falta de erección, vaginismo, anorgasmia) y pueden acabar definitivamente con la relación.
El interés carnal disminuido no siempre implica repulsión hacia el individuo, infidelidad o cambio radical en el objeto del deseo. A veces es un desplazamiento, voluntario o no, en las prioridades de cada día. También se origina por el rechazo a circunstancias físicas, psicológicas o del contexto, y como tercera causa debe explorarse el desfasaje en los hábitos y el ritmo individual.
En el primer caso incurren las personas que se atiborran de responsabilidades y tareas. Pueden ser proyectos muy deseados en lo profesional, un hobby apasionante, un nuevo grupo de amistades, un compromiso social… pero también hay obligaciones impuestas por la vida, como la atención a familiares con necesidades especiales o cambios laborales ineludibles.
Tales desafíos enturbian la vida erótica, sobre todo si la carga diaria del otro miembro de la pareja es muy diferente o si es de los que no concibe un mejor modo de emplear el tiempo que teniendo mucho sexo con la persona amada.
Si estás en esa disyuntiva tienes que distribuir mejor tu plan de vida y destinar un tiempo sagrado para autocuidarte, lo cual incluye disfrutar con tu pareja y restablecer el equilibrio físico y emocional, del mismo modo que recargamos con regularidad esos equipos electrónicos que facilitan la existencia moderna.
En el segundo caso el rechazo carnal puede responder al maltrato físico o psicológico frecuente (no siempre tenemos conciencia del sufrimiento, pero el cuerpo sí); a enfermedades mal atendidas, cambios propios de la edad, adaptación a un espacio nuevo o presencia de personas ajenas a la dinámica de la pareja (como esos familiares que se instalan en el hogar sin precisar hasta cuándo y no respetan el espacio íntimo de sus anfitriones).
Algunas circunstancias desaparecen a corto o mediano plazo y el deseo revive con la fuerza anterior, y hasta más, porque se extraña a la pareja sin alejarse de ella. Otras barreras llegan para quedarse, y ajustarse a ellas depende de la comunicación: Cuando no se puede hacer el amor físicamente hay muchas formas de mantener su latido, lo cual exige entrenamiento y una complicidad emocional alimentada en los mejores tiempos de la relación.
La sabiduría oriental milenaria proclama que el 99 por ciento de nuestras preocupaciones tratan sobre fenómenos que anticipamos mentalmente y nunca llegan a materializarse. También en el sexo se sufre ese desgaste innecesario: A veces basta que la pareja se salte un par de sesiones para que se instale cierta desconfianza, lo cual enrarece el ambiente emocional y aumenta la probabilidad de que se cumplan las temidas pesadillas.
A nuestra sección llegan decenas de dudas sobre la diferencia en el ritmo sexual y no siempre son los hombres quienes plantean la demanda más alta. Esto no es un abismo para el amor, pero es preciso hablarlo en su momento para no malinterpretar desaires cuando pase el arrebato inicial de las hormonas.
El escritor portugués Paulo Coelho comenta sobre este desajuste: «Hay un reloj escondido en cada uno de nosotros, y para hacer el amor las manecillas de ambas personas tienen que marcar la misma hora al mismo tiempo. Eso no sucede todos los días».
Comer es una necesidad, pero no se come igual en el desayuno que en un banquete festivo. El descanso también varía desde el sueño nocturno hasta el descabezado de unos pocos minutos. Cada extremo cumple su función y es efectivo solo si se ajusta al escenario.
Lo mismo ocurre con el erotismo: Quien siempre necesita una hora o dos para desarrollar una extensa rutina amatoria se expone a «ayunos» prolongados porque su pareja no siempre dispone de las condiciones o el ánimo para satisfacer tales exigencias y prefiere eludir el acto antes que enfrentar el conflicto de interrumpirlo bruscamente, sobre todo si el demandante tiende a desconocer los límites de un roce ocasional, un beso robado o un coito de pocos minutos o en lugares insólitos.
Es curioso cómo la gente adulta busca similitudes y discrepancias antes de empezar una relación amorosa en áreas tales como política, filosofía de vida, expectativas materiales, tareas hogareñas, proyectos a largo plazo, vínculos con personas del pasado, inconvenientes y manías…
Un diálogo tan maduro rara vez incluye el tema sexual, aunque sea en este donde radica la principal diferencia entre una buena amistad y una pareja... Pero nadie nos enseña a hablar sobre las veces que necesitamos hacer el amor, durante cuánto tiempo, a qué hora nos sentimos más disponibles, y cuáles prácticas dominamos y cuáles desconocemos, tememos o rechazamos por principios morales, y lo más importante: cómo negociar para salvar esas diferencias con transparencia y buen humor.
No digo que una persona deba desistir porque prefiera tener sexo de mañana y la otra de noche, pero es bueno saber que tal desacuerdo existe y dar pasos de ambos lados para que el erotismo fluya. Esto consolida el vínculo y aporta crecimiento espiritual cuando se basa en el respeto mutuo, sin imposiciones o menosprecio.
«Aquel que ama no depende del acto sexual para sentirse bien. Dos personas que están juntas, y que se quieren, tienen que sincronizar sus manecillas, con paciencia y perseverancia, con juegos y representaciones “teatrales”, hasta entender que hacer el amor es mucho más que un encuentro: es un “abrazo” de las partes genitales», como lo describió Coelho en uno de sus textos.