Es importante educar para la intimidad tanto como para el orgasmo. Si ambas son experiencias muy personales, subjetivas y cambiantes, ¿por qué renunciar a enriquecer la vida con sus aportes?
Vivir no es solo existir, / sino existir y crear, /saber gozar y sufrir/ y no dormir sin soñar… Gregorio Marañón.
«No es lo mismo tener sexo que tener intimidad con una persona». El joven soltó aquella frase en el lobby de un teatro, y sus amistades le pidieron que explicase la idea, aparentemente contradictoria.
«Sexo es sexo: caricias, descarga, protección…», dijo el chico en su defensa. «Intimidad es atrevernos a hablar de sueños y temores. Esa confianza no la doy tan fácil, porque luego no hay modo de echarse atrás».
Cuando calmé internamente mis prejuicios con respecto al sexo fortuito, pude darle la razón al muchacho: Quien vive el erotismo de forma deportiva no tiene obligación (ni tiempo) de exponer su esencia humana, pero esa práctica tiene un alto precio, pues, aunque al día siguiente se reconozca a la persona con la que se intercambió fluidos, dudo que se pueda hablar de sus valores como de sus lunares, si los detalló.
«Para ser buen amante —decía otra muchacha— no hace falta ponerse sentimental ni conocer al “objetivo”, basta refinar técnicas y ver muchas películas». Mentalmente le respondí: En ese caso estarías haciéndote el amor a ti misma o escenificando fantasías foráneas, y te pierdes la emoción de la sorpresa, el descubrimiento mutuo, ¡el amor!
Como la conversación era ajena y la obra iba a empezar, opté por alejarme del grupo. Era una lástima que el joven defensor de la intimidad hallara poco eco a su inquietud de si se puede desarrollar un erotismo sano sin involucrar al espíritu. A mis espaldas escuché palabras sorprendentes: sufrimiento, miedo, rutina, obligación, competencia…
Para la psicóloga cubana María Elena Real, intimidad es darse a conocer, mostrar a los otros quién soy y que se conozca mi historia. Pero en su experiencia profesional ha constatado cómo muchas personas son reacias a mostrarse abiertamente a otras.
Aunque ese pudor puede empezar desde la infancia o agudizarse en la adultez, casi siempre la adolescencia es la etapa en que más se nota, cuando ya no hay justificación para escudarse detrás de la familia a la hora de enfrentar el mundo con sus retos emocionales.
Dar entrada a alguien en tu vida implica que esa persona descubrirá no solo tu lado bueno, sino también tus carencias, manías, malos hábitos… y eso siempre asusta.
«Todos anhelamos intimidad, pero tenemos miedo, y aunque deseamos abrir el corazón no lo hacemos para no ser expuestos o rechazados, maltratados, lastimados», escribe la experta en su libro Inteligencia Emocional y relaciones de pareja, disponible en formato digital.
«Preferimos que nos acepten por lo que no somos, antes que nos rechacen por lo que somos», apunta. Y es importante reflexionar sobre esta consecuencia porque de ella se derivan muchos trastornos juveniles: elección de malas compañías, adicciones, inicio sexual por cumplir con el grupo, participación en delitos y contravenciones sociales…
Se ha comprobado que la dificultad para intimar tiene su raíz en la imposición de una disciplina arbitraria en la infancia, la burla ante las diferencias (con los complejos que esto genera) y sobre todo en el desapego familiar o falta de conexión emocional con personas significativas como madre, padre, abuelos, profesores…
Descuidar la ternura crea vacíos en la conducta de adolescentes y jóvenes, quienes en su rebeldía con el pasado tratan de separar el cuerpo del espíritu y luego se enredan en actitudes de amargura, cinismo, dificultad para reconocer y vivir el amor, mala imagen…, pero también caen en enfermedades transmisibles, autoagresiones, trastornos reproductivos y disfunciones sexuales para los que no se atreven a buscar ayuda profesional o en casa.
Según la psicóloga chilena Pilar Sordo, parece que las mujeres necesitamos mucho más esa conexión emocional con una pareja, para no tener la dolorosa sensación de estar con alguien y sentirnos transparentes o invisibles a sus ojos.
Eso no significa que a los hombres les dé igual: la crianza tradicional procura hacerlos más impenetrables al dolor y, por tanto, más inexpresivos. Sufren físicamente y mueren con más frecuencia en circunstancias que pudieron evitarse con una franca conversación, al decir del mexicano Guillermo Figueroa, experto en temas de masculinidad.
Como dijo una adolescente santaclareña hace algunos años, aún no se han inventado preservativos para las ilusiones. Cultivar el alma en primer plano y desechar los malos ofrecimientos son el mejor antídoto para la mediocridad. Por eso es importante educar para la intimidad tanto como para el orgasmo. Si ambas son experiencias muy personales, subjetivas y cambiantes, ¿por qué renunciar a enriquecer la vida con sus aportes?