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Cuestión de época o de protagonistas

La cultura ha inventado y sostenido celebraciones al amor. Aunque no se refiere solo al de pareja, es este el más evocado en la efeméride, y así como nos congratulamos, también dedicamos un espacio a la reflexión sobre su existencia en los días que corren

Autor:

Mariela Rodríguez Méndez

Amor, ¿qué pasará si al despertar somos felices? Santiago Feliú, cantautor cubano (1962-2014)

La cultura ha inventado y sostenido celebraciones al amor. Aunque no se refiere solo al de pareja, es este el más evocado en la efeméride, y así como nos congratulamos, también dedicamos un espacio a la reflexión sobre su existencia en los días que corren.

Venimos de un tiempo en que se tenía muy claro qué era una pareja, una familia, una escuela, la ley, las instituciones... Justamente por tanto saber, había menos lugar para la realización individual. La última mitad del siglo XX estuvo colmada de revoluciones que cuestionaron el orden establecido justamente porque limitaban esas diferencias.

La búsqueda de satisfacción ha llegado a estar en el centro del ideal de nuestra época, en detrimento de instituciones que antes parecían inconmovibles. El matrimonio, la familia, la pareja no son excepciones. Divorcios, uniones consensuales, triángulos y, más recientemente, las descargas y los amigos con derecho, se multiplican tanto como las quejas de soledad, las adicciones, los intentos de suicidio, la angustia y una larga serie de malestares modernos.

Hoy se hace tan difícil enlazarse como desligarse: he ahí parte de la paradoja humana. No son pocas las personas que se sienten carentes —aun inmersas en tanto juego, tanto encuentro casual y tanto goce solitario, que no por intenso y repetido es más satisfactorio—, y no son menos quienes se quejan incluso disfrutando de relaciones más estables.

Es que, entre humanos, no existe nada totalmente satisfactorio ni válido para todos. Parte del reto está en arreglárnoslas con cierto grado de displacer y de sueños por cumplir, a solas o en compañía.

Otra dimensión problemática es la referente a la articulación entre goce y amor, frecuente objeto de las más variadas creaciones artísticas, erigidas allí donde se presentan los enigmáticos nudos existenciales.

En más de una ocasión hemos notado perplejidad en gente que no comprende por qué no se enamora de aquella persona cuya compañía disfruta tanto. Resulta difícil entender que satisfacción no es sinónimo de amor, pues aunque este implica placer, también es creencia y compromiso, identificación, reconocimiento.

El amor hace su entrada allí donde, a pesar del disfrute y el encuentro mágico, algo falta. Lo que viene a colmar dicha falta es creer en una persona como ser único con quien identificarnos para hallar cierto reconocimiento de nosotros mismos. Por eso amar no es solo dar dones y venturas, es también depositar vulnerabilidad, demandas y deseos insatisfechos. Y por eso implica además cierto compromiso con ese lazo en el cual creemos, aunque no sea en la práctica tal como lo esperamos.

Esa distancia entre lo que nos representamos, imaginamos, deseamos o creemos y lo que en verdad encontramos en la pareja ha resultado sumamente difícil de enfrentar para hombres y mujeres de hoy y de ayer.

«Amar es dar lo que no se tiene a alguien que no es», decía el psicoanalista francés Jacques Lacan, quien también advirtió que la relación de complementariedad, el ideal de la media naranja, es un sueño mítico, y, sin embargo, el amor existe.

Si me quisieras...

El amor existe, pero amar es toda una tensa elección singular, aunque a veces olvidamos que nuestras decepciones no competen solo a la pareja elegida. Es usual que en la cotidianidad de la existencia esa persona ya no nos resulte tan iluminada y reluzcan mil «defectos», cuya erradicación ponemos como prueba de amor: «Si me quisiera, haría esto por mí, cambiaría aquello por mí»... Así se rompe con esa pareja por un defecto que luego se repite una y otra vez en todos los vínculos amorosos subsiguientes.

¿Será cuestión de suerte? Eso supone la mayoría, pero en verdad es cuestión de elecciones. En esos seres con los mismos defectos encontramos alguna entrañable satisfacción, identificación o reconocimiento, aunque resulte difícil aceptarlo porque rompe con nuestro ideal de pareja y con lo que pensamos de nosotros mismos.

Asumir que parte de nosotros está en juego en los problemas de pareja que se nos presentan es otra manera de afrontar lo ominoso de la vida amorosa, que es también lo ominoso o abominable de nosotros mismos. No por gusto preferimos dejarlo fuera, como culpa de otros o como lo que no está en mí, «solo me pasa». No es fácil, pero podría conducir a otras maneras de enlazar el amor entre seres singulares, no ideales pero sí elegibles, allí donde no todo lo soñado es posible.

El amor es entonces cuestión de creencias, apuestas, deseos y límites a los excesos, donde la conveniencia y la paz total son una utopía, que pueden llegar incluso a ser aburridas o angustiantes cuando se alcanzan.

Amar, realizarse y enlazarse a otro ser no tiene fórmulas universales. Tal vez no encontremos la satisfacción soñada, pero algún placer es posible cuando lo buscamos según nuestra singular medida. Quizá valió la pena haber celebrado este 14 de febrero desde esa perspectiva.

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