La parafilia es un nombre dado al comportamiento de individuos cuyas vidas están signadas por un deseo incontrolable, impulsivo y compulsivo de realizar o fantasear el acto sexual de modo poco convencional casi siempre
Cada cual es responsable
por cabeza propia
de lo que se le ocurra pensar.
José Martí
Terminó Passione, la última novela brasileña presentada por Cubavisión, y apenas nos enteramos de cuál era el grave asunto que impedía al apuesto Gerson vivir una sexualidad normal con las jóvenes que amaba.
Comencemos diciendo que el vocablo «normal» tiene un significado ambiguo, pues se utiliza tanto para señalar el funcionamiento uniforme y saludable (la norma culturalmente deseable) como el promedio de lo que se hace en un contexto (valor estadístico).
Tal confusión lleva a pensar que esa norma es algo que debemos alcanzar para ser «normales», y se le equipara con la sexualidad habitual para la mayoría, definida por algunos autores como el contacto sexual entre dos seres humanos vivos de diferente sexo que se aceptan bajo libre albedrío, sin parentesco, de edad proporcionada y que obtienen la principal satisfacción con el coito vaginal, aunque disfruten de otras maniobras.
Este concepto otorga poco margen para ciertas prácticas a las que algunos individuos se acercan con placer, muchos con repulsión y otros por simple curiosidad. En el extremo más insólito de esa diversidad se encuentran las parafilias, nombre dado al comportamiento de individuos cuyas vidas están signadas por un deseo incontrolable, impulsivo y compulsivo de realizar o fantasear el acto sexual de modo poco convencional casi siempre.
Esas personas (exteriormente tan «normales» como cualquier otra) se ocasionan dolor a sí mismas o a sus parejas con sus actos extravagantes o acuden a objetos, animales o personas sin su consentimiento, incluso menores de edad.
Usar el término parafilias para reemplazar el concepto de perversiones es un hallazgo de la sexología del siglo XX, pero no se trata meramente de una denominación diagnóstica, sino de un enfoque humanístico que integró los nuevos descubrimientos del funcionamiento cerebral a la terapia sexual.
Reconocer esas variantes del erotismo acrecienta el conocimiento en torno a la llamada sexualidad normal, y ayuda a establecer hasta dónde los hechos del devenir del sexo y sus emociones pueden ser uniformes y constantes; por qué somos tan variables en nuestras gratificaciones; cómo adquirimos y seleccionamos un estímulo y qué proceso a lo largo de la vida hace que prevalezca sobre los demás.
Al clasificar las formas del deseo, la excitación y el orgasmo empleamos criterios estadísticos o ideológicos. Un eminente médico inglés, Havelock Ellis, decía: «Todo el mundo no es como usted, ni como sus amigos y vecinos. Incluso sus amigos y vecinos puede que no sean tan semejantes a usted como usted supone».
Las parafilias se catalogan de acuerdo con el recurso que utilizan o el tipo de actividad que ejercen. Se han tipificado 226 variantes y cada vez aparecen más. Unas pocas son castigadas por la ley. Otras no se ven como delitos, aunque resulten chocantes, y las hay consideradas normales en algunas culturas.
Muchas existen hace siglos, y son más aceptadas en uno u otro entorno, como la zoofilia o sexo con animales, común entre adolescentes rurales, pero no entre los urbanos.
Muchas se han ido trasformando al ritmo de los cambios sociales y tecnológicos de las últimas décadas. La escatología u ofensa telefónica es un antecedente del cibersexo, fruto del desarrollo de la informática, cuyos seguidores se conectan mediante internet y fingen tener relaciones sexuales. Ese era —al parecer— el vicio de Gerson, y resultaba bastante novedoso en la época en que se grabó la novela, pero hoy lo padecen millones de personas del mundo desarrollado, en el que al menos el 25 por ciento de las búsquedas en la web se asocian al intercambio de imágenes, textos y videos de contenido sexual explícito.
Las parafilias constituyen un reto para la psicoterapia, la psiquiatría, la criminología y otras disciplinas. La idea es que el paciente abandone la conducta sexual obsesiva y logre alcanzar el control consciente y autodiciplinado de su conducta y sus fantasías por medio de asesoramiento y psicoterapia. Si no hacen daño a terceras personas y ambas partes de la pareja disfrutan de mutuo acuerdo, no se necesita tratamiento alguno, por muy raras que parezcan sus acciones a personas ajenas.
Es muy importante que los profesionales de la salud prescindan, en la mayor medida posible, de un criterio de valoración discriminatorio sobre estos pacientes. Para avanzar en el diálogo se pueden emplear técnicas tan diversas como dramatizaciones, estructuras familiares o entrevistas a parientes y amistades dispuestas a ayudar, e incluso se puede recurrir a fármacos que controlen el grado de ansiedad para permitir una adecuada relación terapéutica.
Muchas conductas sexuales «normales» derivan en parafilias cuando son excluyentes de otro tipo de sexualidad para quien las practica. Las más frecuentes en Cuba son el exhibicionismo (provocar sorpresa o miedo al mostrar los genitales); el froteurismo (frotar los genitales con desconocidos); el voyeurismo (observar a alguien desnudándose) y el troilismo (observar relaciones sexuales de otras parejas).
En algunos casos la excitación proviene de una característica de la pareja potencial: pedofilia (menor de edad), efebofilia (adolescente), gerontofilia (alguien mayor o de la misma edad de los padres), necrofilia (un cadáver), acrotomofilia (sufrió amputación), estigmatofilia (tatuajes, cicatrices o perforaciones en el cuerpo), hibristofilia (se sabe que ha cometido violación o asesinato).
Los objetos también devienen estímulos: misofilia (masticar u oler ropa sucia); agalmatofilia (estatua desnuda); hifefilia (el cabello o tejido de la ropa de la pareja); pictofilia (observar fotografías o videos pornográficos) y fetichismo (coleccionar pertenencias de la pareja).
En ciertos casos se prefiere el juego de roles: autonepiofilia (ser tratado como un bebé y usar ropa infantil); juvenilismo (ser tratado como adolescente); cleptolagnia (robar genera el deseo) o narratofilia (narrar historias pornográficas).
Entre las fantasías más peligrosas están el sadomasoquismo (torturar o dejarse torturar); la simforofilia (provocar y excitarse con accidentes); la asfixiofilia (ser estrangulado hasta llegar a la asfixia); la autoasesinofilia (soñar ser asesinado de manera salvaje); la crematistofilia (pagar para ser asaltados al tener sexo) y la biastofilia (asalto violento a persona aterrorizada y desconocida). No menos riesgosas resultan la coprofilia (comer excremento) y la urofilia (orinar o beber la orina de otro).
*Especialista en Psicología de la Salud. Centro Comunitario de Salud Mental de Arroyo Naranjo.