El debate sobre las consecuencias del «corta y pega» debe incluir a la mayor cantidad de actores posibles, en aras de perfeccionar la educación cubana actual
La historia de una niñita de tercer grado que debió hacer un trabajo sobre la teoría de la evolución y el porqué desaparecieron los dinosaurios; criterios de muchos lectores que ratifican la tendencia de algunos profesores a mandar complejos trabajos de un día para otro; preocupación por la falta de creatividad en las evaluaciones de los profesores… Las anteriores son algunas de las numerosas opiniones vertidas a raíz de la primera parte de este trabajo, que bajo el título de Lo que mal se baja... fue publicado en Juventud Rebelde el pasado 5 de noviembre.
Desde ese día, ya sea a través de los comentarios en nuestra página web o del correo electrónico digital@juventudrebelde.cu, han llegado innumerables criterios sobre el llamado Síndrome del «corta y pega», algo que casi todo el mundo reconoce que parece estarse entronizando en los diferentes niveles del sistema educativo cubano.
La razón principal —refieren los cibernautas— está en la actuación de algunos docentes, en la falta de evaluaciones creativas y en permitir esa especie de fraude, y a su vez en el papel de la familia, que debe educar en valores al estudiante.
No es la tecnología —y en eso coincido con la mayoría de los que vertieron sus criterios— la responsable del «corta y pega» pues, como dijera un cibernauta, este existía incluso desde los tiempos de los libros en papel, cuando no se soñaba con Internet.
Sin embargo, con personas a favor y en contra, lo que sí es real es que la computación y tecnologías como Internet hoy sirven de escudo al facilismo, al autoengaño o a la complacencia de algunos profesores, alumnos y familiares.
Entre los muchos que dieron sus versiones sobre este tema, los hubo que recomendaron hasta usar programas informáticos u otras herramientas on line que permiten ver cuándo un trabajo ha sido calcado de un sitio web, y hasta los que sugirieron que para ello «basta un maestro hábil, que se da cuenta muy rápido de esto y de otros tipos de fraude».
Hubo cibernautas que coincidieron en criticar la práctica de algunos docentes de orientar un trabajo prácticamente sin tiempo de antelación, lo cual «puede conspirar nocivamente contra el buen desenvolvimiento del estudiantado y la realización de los trabajos».
Mientras, el MSc. Juan R. Hernández, afirmó en la web de JR que «el camino a la chapucería, que es la base ética del “corta y pega”, la promueven los propios maestros y profesores; que ya desde la primaria, como tú bien dices, “bajan las tareas de un día para otro” e incluso en más ocasiones de lo que se debiera, les exigen a los alumnos que sea impreso!!!!».
Este mismo lector reflexionaba sobre otra arista de estas prácticas completamente inadecuadas, al generar serios problemas a los padres, pues también incentivan las diferencias sociales en el campo educativo entre los que tienen acceso a computadoras y recursos informáticos, y aquellos que no los tienen.
Otro ciberforista, bajo el nombre de Víctor, quien afirmó que es profesor e informático por casi 40 años, ratificaba la importancia de la familia y del profesor en específico para evitar que se perpetúen estas prácticas.
«Si el profesor en el aula (cualquiera sea la enseñanza) recibe los trabajos y emite una calificación solo por lo que dicen aquellos papeles, entonces ese profesor o profesora no está cumpliendo con su función. La idea está en que después que el estudiante presente su texto, el docente dedique tiempo a comprobar cuál es el conocimiento que se posee sobre lo que está escrito, y cuando detecte que detrás de ese bello y amplio trabajo impreso no hay ningún conocimiento, entonces el llamado de atención o incluso el suspenso hará recapacitar a los alumnos y a los familiares».
Otra opinión muy extensa provino de una lectora identificada como Jeny, quien reconoció: «He tenido que recurrir a los medios informáticos para que mis niños puedan entregar los trabajos, pero siempre los he motivado para que los lean, analicen e interioricen y no se conviertan en entregadores. Si los profesores, cuando reciben estos trabajos, los debatieran con los alumnos, entonces podrían comprobar si realmente copiaron o si los estudiaron».
De todas formas, tampoco faltaron soluciones, como las de quien propuso que «es mejor solicitarles a los estudiantes trabajos que estén al alcance de sus posibilidades tanto intelectuales como manuales, con lo que tampoco quiero decir que los padres no los ayudemos, pero nuestra ayuda está en indicarles cómo hacer para de esa manera crear hábitos y responsabilidades».
Desde Cueto, Holguín, una de las personas que vertieron sus criterios alertaba con un ejemplo concreto del mal funcionamiento de muchas bibliotecas, que además de carecer de recursos informáticos y de bibliografía actualizada, también precisan mejor iluminación y hasta horarios que realmente sirvan a los intereses educativos que deberían defender.
Sobre ello también opinaron varias personas, reclamando porque las bibliotecas, tanto las locales como las municipales, retomen el rol destacado que una vez tuvieron como centros de apoyo a la educación, y estimulen la consulta de los materiales almacenados, ya sea en papel o en soporte informático.
Aun cuando las opiniones fueron diversas, enriquecedoras, la mayoría muy críticas y nada complacientes, salta a la vista que no basta con trabajos de este tipo para estimular la discusión sobre los métodos educativos y evaluativos que se aplican en los diferentes niveles de enseñanza.
Muchos opinaron que la discusión debe llevarse al seno de las familias, entre los mismos estudiantes y aun a los docentes, pues el síndrome del «corta y pega» puede convertirse a la larga en un problema para la educación cubana, cuyos logros son reconocidos a nivel mundial.
Salvo dos o tres docentes a título personal, no han existido comentarios de parte de los organismos y hasta de las diversas instituciones, universidades y centros de investigación que intervienen de una u otra forma en el sistema educacional. Habría sido útil.
Y es que si la discusión sobre los métodos de enseñanza y evaluativos no sale de los medios de prensa y se convierte en un debate a nivel social, donde intervengan la mayor cantidad de actores posibles, corremos el riesgo de que las opiniones y alertas de periodistas y lectores sean simplemente otra forma de «corta y pega».