Una nueva tecnología comienza a extenderse en el mundo: las impresoras en tercera dimensión. Su uso podría revolucionar muchas esferas de la vida. Cuba debería comenzar a potenciarlo
El anuncio de que las impresoras en tercera dimensión o 3D podrían comenzar en breve a utilizarse también en otras áreas como la medicina o la alimentación, ha causado una gran curiosidad por este tipo de equipos, que hasta hace apenas algunos años solo eran una idea extraída de la ciencia ficción.
Su uso, inicialmente experimental, ya ha comenzado a ser cotidiano en el mundo de la pequeña producción de artículos usuales, y por ello este equipamiento ha saltado de los laboratorios y las grandes industrias a los negocios en escala reducida.
Ya comienza a ser común en muchas ciudades desarrolladas —e incluso en otras del llamado Tercer Mundo— encontrar carteles luminosos que anuncian la «impresión en tercera dimensión».
Se trata, por el momento, fundamentalmente de artículos de caucho o plástico, así como de algunos de una especie de polímero duro muy similar a la cerámica, aunque cada vez es más común encontrarnos en las noticias los experimentos que se están realizando en la medicina, tales como intentar «imprimir» células e incluso órganos; o la idea de crear un restaurante sobre la base de esta misma tecnología.
¿Qué son en realidad las impresoras 3D? ¿Cuál es su uso actual y sus perspectivas? ¿Existen ya en Cuba?
Si nos remitimos a la enciclopedia virtual Wikipedia, en la cual la información sobre estas técnicas no es muy abundante, encontraremos esta definición: «Una impresora 3D es una máquina capaz de realizar “impresiones” de diseños en 3D, creando piezas o maquetas volumétricas a partir de un diseño hecho por ordenador».
A su vez, explican que existen actualmente en el mercado dos modelos comerciales: los de compactación, con una masa de polvo que se compacta por estratos; y los de adición o de inyección de polímeros, en los que el propio material se añade por capas.
Igualmente, según el método empleado para la compactación del polvo, se pueden clasificar en impresoras 3D de tinta, las que utilizan una tinta aglomerante para compactar el polvo y posibilitan la impresión en distintos colores; o las impresoras 3D láser, en las que este dispositivo transfiere energía al polvo haciendo que se polimerice, y luego la pieza se sumerge en un líquido que posibilita que las zonas polimerizadas se solidifiquen.
Dicho de modo más sencillo, se trata de «impresoras» que crean piezas diversas a través de materiales en polvo, lo que permite que el diseño creado en una computadora alcance volumen en tercera dimensión y se convierta en un objeto o en una pieza de este, que puede ser acoplada a otras.
Bajo este principio, comenzaron a finales de la década pasada y a principios de esta las primeras impresiones 3D, primero creando «volumen» en el papel gracias a tintas especiales, y luego haciendo pequeños objetos.
Desde entonces el desarrollo ha sido vertiginoso, hasta el punto de que en muchos lugares que ofertan a pequeña escala este negocio, que todavía es relativamente costoso, se puede escoger entre varios diseños e incluso crearse uno propio, para que sea impreso.
Piezas mecánicas, fragmentos de computadoras, objetos de todo tipo y sobre todo moldes industriales para luego ser utilizados en la producción a gran escala, son hoy la parte fuerte de la impresión en tercera dimensión.
El futuro, en cambio, está para muchos más allá de las fábricas.
Expertos del Laboratorio de Síntesis Informática de la Universidad de Cornell, Nueva York, anunciaron recientemente que están tratando de crear una impresora de alimentos, como parte del proyecto denominado Fab@home.
La idea es conformar un aparato en el que se introduzcan porciones de alimento crudo, como si fueran «tintas», y se ponga la receta deseada y la cantidad de raciones que se desean, para que sea la impresora 3D la que «cocine».
Como señaló a la prensa el doctor Ian Jeffrey Lipton, jefe del equipo de investigadores, el dispositivo permitiría «modificar a su gusto los alimentos, la textura y otras propiedades».
De concretarse, quizá la cocina que hoy conocemos sea muy diferente en el futuro. Si ya con microwaves, planchas de inducción, ollas de presión eléctricas o los llamados chefs robots, elaborar alimentos se ha convertido para muchos en algo relativamente sencillo, con una impresora 3D quizá podrían hasta cocinar pese a que ignoren cómo.
Imagínese que el proyecto pasaría por «descargar» lo que se quiere comer de Internet —quiero decir, las recetas—, introducir los alimentos e ingredientes básicos, y solamente darle «print» para tener la comida lista.
A eso habrá que agregarle otros aditamentos que comienzan a introducirse en los hogares, como las mesas «inteligentes», que conectadas a las neveras, también de avanzada, podrían escoger un menú según lo que hubiera refrigerado o guardado, o simplemente de acuerdo con alguna dieta o régimen alimentario específico de la persona y aun de la familia.
El otro elemento importante de los llamados «chef impresoras» es que reducirían sustancialmente los desperdicios de alimentos, aumentaría la higiene y hasta variarían muchísimo el menú, lo que permitiría a los cocineros profesionales ser capaces de crear nuevos platos y de personalizarlos para clientes exigentes.
Un chef ya ha probado la tecnología, nada menos que para hacer sushi, un plato tradicional japonés. Se trata de Homaro Cantu, propietario del restaurante Moto, en Chicago, Illinois, Estados Unidos, quien afirmó a la prensa que el procedimiento realmente significará toda una revolución.
Algunos incluso sugieren que hasta el concepto tradicional de los restaurantes cambiará, pues los clientes podrían llegar y desde la mesa «descargarse» lo que quieren comer y mandarlo a «imprimir».
Otros proyectos, como el del Instituto de Tecnología de Massachusetts, han ido más allá, pues ahora trabajan activamente en la creación de una impresora 3D compuesta de jeringas, las que rocían los ingredientes básicos para crear los platos, capa a capa.
Olvidemos por un momento la impresión en 3D en la cocina o la dedicada a las investigaciones médicas, la que merece un trabajo aparte. Lo cierto es que esta nueva tecnología ya está revolucionando la forma de hacer en la industria.
La utilización de polímeros de alta resistencia y versátiles en su uso ha posibilitado una revolución de los materiales que actualmente se utilizan en diferentes sectores, algunos con un carácter muy avanzado, como sucede con la fabricación de partes y piezas de la industria automovilística.
Por ello las impresoras 3D, como otras tecnologías que forman parte de la era digital, han llegado para quedarse, por lo cual comenzar a utilizarlas, conocer su funcionamiento e innovar en sus usos es algo impostergable para cualquier desarrollo futuro.
En Cuba, por el momento —hasta donde conoce este redactor—, no existen todavía. Es cierto que son equipos costosos, pero también por su utilidad —y especialmente sus perspectivas— merecen una inversión para adquirirlos.
El amplio talento desarrollado durante años en disímiles ámbitos, especialmente el médico y científico, precisan de un soporte tecnológico que lo sustente.
Quizá estemos aún lejos de ver en nuestro país a alguien «imprimiendo» un chicharrón en su casa, un bocadito en una cafetería o un cake en una dulcería. Pero a lo mejor no está muy distante la fabricación en 3D de partes, e incluso de órganos que pudieran salvar muchas vidas.