Empresas, celebridades y hasta políticos están invirtiendo mucho dinero en las redes sociales para ganar seguidores fantasmas y engañar con su supuesta popularidad virtual
De la noche a la mañana músicos desconocidos se han vuelto famosos, productos que nadie compraba o apenas habían salido al mercado han pasado a ser populares, y hasta políticos y diferentes personas que buscan cualquier tipo de «notoriedad» han sumado miles de seguidores en cuestión de días.
El fenómeno, conocido como «acarreo digital», recién ha salido a la palestra pública, especialmente por su utilización con fines oscuros en redes sociales de gran impacto como Facebook, Twitter o YouTube, por solo citar algunas.
En realidad, es un mal del mundo digital viejo, que ha cobrado vida nueva bajo otras formas, y saltado a las redes sociales, donde se ha insertado con fuerza, especialmente porque se ha convertido para algunos en un lucrativo, aunque turbio negocio.
Con apenas unos pocos dólares o cualquier otra moneda existen multitud de empresas en varias partes del mundo que «venden» seguidores en Twitter, fans de Facebook o visualizaciones de videos, sin importarles mucho la ética de cuán real son estos supuestos admiradores, ni incluso los motivos para los que se utilizan.
Uno de los primeros grandes negocios de venta de seguidores de Twitter y Facebook que salieron a la luz pública tuvieron lugar en 2009, tras la muerte de Michael Jackson, el popular cantante norteamericano.
Tras su deceso, la familia decidió crear una cuenta oficial en Twitter para el artista, en parte para mantener viva su memoria, pero también para no dejar que se olvidara su popularidad, la cual le sigue generando pingües beneficios.
Pero hacer un perfil en la popular red social, y que esta alcanzara miles de seguidores o followers era cuestión de tiempo, y los Jackson querían empezar «a lo grande». Por eso contrataron a una empresa australiana, que por unos 422 000 dólares les aseguró en pocos días tener más de 25 000 seguidores de la cuenta del fallecido artista.
No es ni el primero ni el último escándalo que se desata al respecto, como recién demostraron varios diarios mexicanos, los cuales denunciaron el fenómeno del acarreo digital que ha invadido la política de ese país, pues los candidatos de los partidos políticos para ocupar diferentes cargos, e incluso aquellos que se quieren adentrar en ese mundo, lo están utilizando para buscar una supuesta popularidad que no tienen, o tratar de mejorar su «imagen».
El negocio es múltiple y colorido, con precios ajustados para todos los tipos de clientes. Hay empresas que ofrecen 2 500 seguidores de Twitter por 40 dólares o 5 000 por 75 y hasta 50 000 por 350 dólares. E incluso en Facebook, 900 nuevos «Me Gusta» pueden estar en el orden de los 40 dólares, y los 4 500 a 150 dólares estadounidenses.
El precio varía según quien contrate el servicio y el tipo de seguidor que desee, pues algunos exigen un segmento específico determinado por edad, sexo y ubicación geográfica, entre otros, lo cual pueden ajustar estos «vendedores» a la medida.
En la mayoría de las ocasiones ni al vendedor ni al comprador les interesa que en realidad haya detrás de los fanes y seguidores personas reales, por lo cual suelen abundar en Twitter los «huevos», perfiles que solo tienen un nombre sin foto, o los usuarios fantasmas, que solo siguen a una persona en específico.
Como en las redes sociales, especialmente en Twitter, mientras más personas uno siga, más seguidores para uno mismo alcanza; el número, más que el contenido, se vuelve real, y en eso de «inflar» cuentas estas empresas son muy eficientes, utilizando robots informáticos que son capaces de evadir las barreras de seguridad y crear en pocas horas cientos y miles de supuestos nuevos usuarios, que después son vendidos al mejor postor.
La eficiencia del engaño llega a tal punto que hasta se programan mensajes para ser emitidos en Twitter y en Facebook cada cierto tiempo, y hasta respuestas «automáticas» a los usuarios que escriban, para hacer la ilusión de que existe «interactividad» en la comunicación.
Otro recurso muy utilizado es contratar a personas que cobren por estar conectadas a la red todo el tiempo, buscando y creando cuentas ficticias, incluso agregando fotos, datos biográficos y hasta opiniones sobre productos, temas o personas, en una manera ultramoderna de «lavar» o «construir» la imagen que se quiere.
El fenómeno del acarreo digital ha cobrado con las redes sociales nuevas formas, aunque en realidad existe en el mundo virtual desde hace tiempo, enmascarado bajo otras.
Una de las más comunes es el correo-basura o spam con temas sugestivos, desde propuestas de hacerte millonario, pedidos de auxilio falsos para todo tipo de personas en situaciones difíciles, y hasta avisos falsos de virus informáticos, nuevas regulaciones o modos de atraer la suerte.
Todo este tipo de mensajes, en los que caen no pocos incrédulos, siempre terminan pidiendo al destinatario que lo reenvíe a un número X de personas, con lo cual crean una cadena de correos que después son recolectados, clasificados y ordenados, para ser vendidos al mejor postor.
Así, no es extraño que tras haber reenviado a alguien un correo sobre cómo conjurar una mala suerte, encontrar el amor de su vida o hacerse rico, quien mismo lo mandó comience a recibir poco tiempo después todo tipo de información no deseada por email, sin explicarse el porqué.
Similar estrategia han utilizado incluso los creadores de programas malignos y delincuentes informáticos para penetrar máquinas ajenas, hacerse con su control remoto y convertirlas en botnets (redes de computadoras zombi), para luego utilizarlas en ataques cibernéticos a objetivos bien definidos.
Todo esto, que además poco a poco comienza a concientizarse e incluso a penarse por la ley el envío de spam o correo-basura no deseado, apenas es un campo estudiado y regulado en el caso de las redes sociales, de lo cual se están aprovechando quienes continúan montando los negocios de venta de fans o followers.
Algo oscuro hay, de cualquier forma, pues no es raro que estas nuevas «empresas» y «hombres virtuales de negocio» pidan y ofrezcan confidencialidad en las operaciones de venta, aludiendo que «nadie tiene que enterarse cómo usted aumentó sus seguidores».
A su vez, y para sortear las barreras impuestas por Facebook y Twitter a la subida desmedida de usuarios de una cuenta, planifican esta de manera gradual pero estable, incumpliendo con las disposiciones legales que rigen el funcionamiento de estas y otras redes sociales.
Además existen los más listos, quienes se aseguran ganar «verdaderos» fans o followers simulando concursos, ofreciendo programas informáticos, canciones, películas y todo tipo de materiales o herramientas digitales, que siempre requieren como condición previa inscribirse en Twitter o dar un «Me Gusta» en determinada página de Facebook, con lo cual se aseguran personas reales, cuyos datos son después vendidos a otros.
Más sucia es la estrategia de crear grupos o páginas de determinados temas atractivos para las personas, como cuenta el diario La Tercera que sucedió en Chile, en un reportaje dedicado al tema, donde muchos se inscribieron en una página de Facebook que promocionaba la apertura de una cafetería, que al poco tiempo cambió de nombre y empezó a apoyar a un político.
Y si bien cuando una página o grupo cambia de nombre y tema, Facebook envía un mensaje de alerta a los seguidores, son tantos los que llegan a diario que pocos se detienen a leerlos para darse cuenta de que lo seguido a veces no es ya lo que decía ser.
Si los métodos utilizados para el «acarreo digital» son realmente cuestionables, mucho más bochornosos resultan los fines con los que se están utilizando por algunas empresas, celebridades y hasta políticos, quienes intentan así dar una ilusión de miles y hasta millones de seguidores.
No se trata ya de montar la estrategia de posicionamiento de un sitio, ubicar un tema importante de discusión en las redes sociales o crear una página o grupo para apoyar una causa.
Este tipo de acarreo digital está yendo más allá, mintiendo burdamente sobre el verdadero impacto que tienen algunos en el mundo digital, y haciendo creer que hay una infinidad de seguidores tras un tema o persona, cuando en realidad se trata de mucho dinero invertido para tratar de hacer real algo que siempre será tan virtual como el mundo en que se creó.