Durante los 12 meses a punto de finalizar la emergencia de diversas tecnologías móviles indica que su eclosión marcará la industria y la vida de las personas en el mundo
Ya no son teléfonos celulares. Poco a poco los móviles, o mejor dicho, la tecnología de comunicaciones móviles, ha inundado todos los ámbitos de la vida, y posiblemente 2010 sea recordado como el año de su mayor eclosión.
Los «teléfonos inteligentes», como algunos los llaman, han inundado la vida de las personas comunes y aunque sus precios todavía los hacen caros, modelos más baratos y con prestaciones importantes ya están difundidos en casi todo el mundo.
No se trata de llegar a adquirir smartphones como los Blackberry, el iPhone en cualquiera de sus modelos o uno de los móviles de la gama recién lanzada por Google, que además de buscador no quiere perderse la explosión inalámbrica. Basta con un equipo más sencillo que, junto con llamadas y mensajes de móviles, permita también la conexión a correo electrónico, Internet, geolocalización e incluso la descarga de videos y música.
Todo esto, que hasta hace poco apenas parecía un sueño, es ya una realidad en muchas partes del mundo, y los servicios tienden a abaratarse mientras más se extienden, provocando que aquellos lugares donde no se hayan instalado, además de permanecer poco comunicados, también pierdan dinero en un jugoso negocio multimillonario.
Más allá de los quebraderos de cabeza con el teléfono móvil iPhone 4, de Apple, y sus problemas de cobertura de antena, especialmente para los zurdos, quienes al agarrar el equipo bloquean su cobertura, la verdadera sensación este año fue la salida al mercado de la iPad.
La última versión de las tablets PC o computadoras de bolsillo, la iPad, acabó con todas las dudas de quienes apostaron a su fracaso; y de carambola, por si acaso, significó un respiro para la industria editorial, especialmente revistas y periódicos, que vieron regresar a algunos de los lectores que habían perdido ante la emergencia de Internet.
Llevar la red de redes en el bolsillo, ya sea en un smartphone o en una tablet, es una de las constantes más seguras para los próximos años, por lo cual, junto al desarrollo de nuevos equipos, también se avanza en ampliar las capacidades de conectividad.
Se apunta, sobre todo, a dos direcciones bien concretas: la televisión digital y el comercio electrónico.
La primera ya hizo sus primeros pininos de la mano de los televisores modernos, aunque devendrán convencionales en poco tiempo debido al avance vertiginoso de las tecnologías.
La tercera dimensión o 3D en televisión y cine es algo común en muchas películas actuales, y los equipos analógicos parecen destinados a museos, o a morir de aburrimiento en los anaqueles de las tiendas que todavía no entienden que pasaron de moda y siguen manteniendo sus altos precios.
En los móviles, sin embargo, la cuarta generación apenas comienza, salvo algunos intentos en las Olimpiadas de China 2008 o el Mundial de Fútbol de Sudáfrica este año.
Apenas algún que otro acuerdo entre operadores de telefonía y cadenas televisivas garantiza un suministro estable de televisión para móviles y dispositivos similares. Pero solo por el momento; la apuesta a mayores velocidades de conexión está hecha y quizá el 2011 nos depare más de una sorpresa en ese sentido.
Añada, por si acaso, a la cesta de premoniciones, que si la primera generación telefónica era analógica, la segunda fue digital y la tercera garantizó conexiones y transmisión de datos más rápidas; la cuarta promete un ancho de banda que posibilitará transmitir video de alta resolución con una rapidez increíble.
Quizá así el cine pase de moda, o mejor, lo llevemos siempre en el bolsillo.
La billetera digital, en cambio, parece mucho más adelantada. Ya existe un acuerdo concreto de colaboración nada menos que entre los gigantes AT&T, Verizon y T-Mobile USA, los cuales planean convertir los smartphones en medios de pago.
Más allá de las complicaciones tecnológicas se trata en realidad de algo muy simple: en un futuro no muy lejano, bastará con colocar el dispositivo móvil delante de un scanner para abonar el importe de los productos en las tiendas. Y algo similar pasará con los recibos por servicios, con los boletos aéreos y hasta una simple lata de refresco.
O sea, no habrá una cuenta de teléfonos, o de agua o del mercado. Habrá una sola cuenta para pagar y listo. O, mejor dicho, el dinero será virtual, porque se depositará directamente por la empresa en la cuenta de su empleado y este irá comprando con su smartphone y descontando automáticamente su salario.
Y a lo mejor, así, la cuestión de la falta de menudo para vueltos queda finalmente solucionada.
Si alguien no cree que el dinero cae del cielo a lo mejor se engañe. Por lo menos así piensan las empresas y entidades dedicadas a fomentar en todo el mundo el comercio electrónico, quienes con crisis mundial y todo, han visto aumentar sus dividendos, llegados por el aire.
No exagero. Simplemente las comunicaciones móviles han sido la tabla de salvación del comercio electrónico, al menos de cara al consumidor, para quien si comprar por Internet tiene sus encantos, más atractivo aún es hacerlo gracias a un teléfono móvil.
A eso agreguemos su capacidad para geolocalizar en un mapa digital en propia mano desde hoteles, restaurantes, tiendas y hasta hospitales, y será fácil darse cuenta del porqué de la insistencia de quienes crean un sitio web promocional en que este tenga, como medida inevitable, una versión para Palm, Blackberry o iPhone.
No obstante todo tiene su lado oscuro, y en este caso la gran suspicacia es la seguridad y la privacidad de los datos en esas y otras transacciones electrónicas.
Un informe del Wall Street Journal sobre 101 aplicaciones para smartphones arrojó un resultado un tanto aterrador: casi un 50 por ciento de las aplicaciones transmiten la locación del usuario y por lo menos cinco envían detalles personales como el sexo y la edad.
Por ello la confianza sigue siendo el lado débil en el comercio electrónico, y muchos creen que si bien es verdad que los dispositivos inalámbricos lo hacen más fácil y asequible, también se vuelven más vulnerables a las intromisiones ajenas, por lo cual las dudas todavía impiden una verdadera explosión.
Algunos de los actores claves para 2011 en materia de tecnología, y especialmente en la móvil, que no podemos olvidar, serán las redes sociales, como Facebook, Twitter, MySpace y YouTube, entre tantas otras.
Sus versiones móviles han sido tan bien acogidas y utilizadas, que en Facebook, por ejemplo, ya casi la mitad de los contenidos, incluyendo videos y fotos, se suben así.
A la cinta adhesiva de las aplicaciones para redes sociales se han enganchado en toda ley las empresas de telefonía móvil, ideando software de todo tipo para Facebook, Twitter y demás, como el Flipboard lanzado por Apple para su iPhone y considerado por esa empresa como la «aplicación del año».
Gracias a este programa, los usuarios del iPhone pueden ver en sus teléfonos las informaciones, actualizaciones, videos y fotos de sus cuentas en Facebook y Twitter, bajo un diseño tipo revista que permite navegar con la yema del dedo.
No es ni mucho menos la más ingeniosa o mejor vendida, pero sí una muestra de lo mucho que se puede hacer en ese campo, y también de lo económicamente rentable que resulta el mundo móvil, sin que por ello dejemos a un lado su utilidad práctica e incluso humanitaria.
Así lo demostró el terremoto de Haití, que enlutó a ese país a principios de enero de este año, y cuyos efectos, multiplicados por el cólera ahora, todavía se hacen sentir en esa sufrida nación.
Porque tanto los móviles como sus múltiples aplicaciones evidenciaron su utilidad en ese desdichado escenario, ayudando a la localización de víctimas, la movilización de la ayuda e incluso en sus aplicaciones para redes sociales, a gestionar recursos humanitarios y despertar la solidaridad.
Lo anterior es solo una de las múltiples facetas, que más allá de los negocios multimillonarios, también pueden adoptar las nuevas tecnologías comunicativas, puestas en función de nobles intereses.
Se trata así de no desdeñar a priori el desarrollo tecnológico, sino de ponerlo en función de la sociedad y, en especial, destinar los recursos necesarios para que eso suceda.