En busca del origen de una epidemia de cólera en zonas de Londres, el doctor Snow visitaba los hogares a pie. Fue ese un proceder que no ha perdido vigencia y que se bautizó como la epidemiología de los calzados de cuero
La pandemia de la COVID-19 ha impuesto innumerables retos a la humanidad. A más de seis meses de haberse desatado, solo contados países han logrado la contención del mal.
Entre los afortunados se encuentra Cuba, reconocida mundialmente por su capacidad de mantener loables indicadores de salud mientras enfrenta grandes limitaciones económicas provocadas, sobre todo, por el despiadado bloqueo estadounidense.
Son múltiples los factores que han mediado en esos resultados que ostenta la Mayor de las Antillas y que son motivo de orgullo para sus hijos y para todos los que se sientan parte de la familia cubana. Sin duda, una de las estrategias más importantes ha sido y es la pesquisa, junto a otros trabajos epidemiológicos emprendidos en la comunidad.
Aunque esa es una práctica habitual, hay quienes no aprecian el valor y la importancia que ella tiene; y desde luego, tampoco conocen los orígenes de ese método: los apasionantes pasajes de la Medicina que tienen que ver con la llamada «epidemiología de los zapatos de cuero» (o «shoes-leather epidemiology», como se divulga en idioma inglés).
John Snow nació en la ciudad de York, Inglaterra, el 15 de marzo de 1813, en una familia de clase media-baja. Desde muy temprana edad mostró su firme vocación por la Medicina, por lo que a los 14 años trabajó como aprendiz de un cirujano-farmacéutico en la ciudad de New Castle. A los 17 años su vida quedó marcada cuando por primera vez estuvo en contacto con el cólera en la aldea minera de Killings-worth.
En 1836 matriculó en la Escuela Hunteriana de Medicina de Londres y obtuvo el grado de Doctor en Medicina en 1844. Se estableció con una consulta como cirujano y médico general en la céntrica zona londinense de Soho, donde en aquel entonces habitaban predominantemente familias pobres y había burdeles, salones de música y pequeños teatros.
Atraído por la investigación, John Snow estudió los gases anestésicos y su aplicación a mujeres durante el parto. Diseñó un dispositivo para la administración de éter y escribió una guía práctica para su uso. Al poco tiempo se transformó en uno de los más prestigiosos anestesiólogos del Reino Unido.
Entre sus pacientes más importantes figuró la reina Victoria, a quien suministró analgesia con cloroformo durante los partos del príncipe Leopoldo (1853), y de la princesa Beatriz (1856). Tales hechos le confirieron gran reputación, por lo que recibió el título honorario de Sir.
No sería, sin embargo, la Anestesiología la disciplina que le daría realmente un sitial en la historia de la Medicina, sino más bien un área muy diferente: la Epidemiología.
A mediados del siglo XIX Londres no solo era la urbe más poblada del planeta, sino que también llegó a conocerse como la «Capital del cólera», luego de que en ella se desataran varias epidemias de esa afección.
Durante aquellas epidemias muchos sostenían la teoría conocida como «miasmática» para explicar el origen del mal. Según este enfoque, la enfermedad se transmitía mediante un miasma o nube que se aferraba a la superficie de la tierra.
Fiel conocedor del comportamiento físico y químico de los gases, Snow discrepaba con tal presunción. Preocupado por la gran mortalidad, decidió estudiar el comportamiento epidemiológico del cólera.
Mediante un estudio del lugar donde residían las personas que habían sucumbido por el cólera entre los años 1848 y 1849, el afamado médico observó que los distritos de la zona sur de Londres concentraban la mayor cantidad de casos en términos absolutos y daban cuenta de la más alta tasa de mortalidad, muy superior a la del resto de la ciudad.
De igual forma observó que los habitantes de la zona sur de Londres obtenían agua, para beber, río abajo del Támesis, lugar donde las aguas estaban altamente contaminadas, a diferencia de los habitantes de las demás zonas de Londres, quienes obtenían el líquido de sectores menos contaminados, aguas arriba del río o de sus afluentes.
Con estos antecedentes en mente, Snow postuló en 1849 una innovadora hipótesis, sustentando que el cólera se transmitía mediante la ingestión de una «materia mórbida» invisible al ojo humano (se desconocían las bacterias y los virus), la cual producía un síndrome diarreico agudo con deshidratación grave.
Esta «materia mórbida» se reproducía en el intestino y se eliminaba a través de las deposiciones, las cuales, finalmente, terminaban en aguas del Támesis. La gente, al beber el agua contaminada extraída del río, ingería la «materia mórbida», y así cerraba un círculo de contagio.
Snow publicó esta hipótesis en un artículo titulado Sobre el modo de comunicación del cólera (1849). A pocos años de esta publicación, y mientras investigaba de dónde se extraía el agua que bebía la población y su relación con el cólera, Snow debió interrumpir temporalmente sus quehaceres debido a un brote epidémico en un pequeño sector
de Londres llamado Golden Square, muy cerca de su lugar de trabajo.
Como vecino y conocedor del área, Snow sabía que la mayoría de los residentes del sector extraían el agua a partir de una bomba de uso público ubicada en Broad Street. Entonces empezó a visitar los hogares de 83 personas fallecidas a causa del cólera.
En cada visita hacía un minucioso cuestionario donde preguntaba por la proveniencia del agua que habían bebido. Prontamente confirmó que la mayoría de aquellas familias se abastecían de agua extraída de la bomba de Broad Street. Calculó la distancia entre la residencia de cada difunto y la bomba de agua más cercana, y advirtió que mientras más cerca de la bomba, mayor era el número de los afectados.
Esta acción de investigar de casa en casa y de andar examinando en el terreno hizo que se le llamara a esta estrategia como epidemiología de los calzados de cuero, aludiendo a cuán rápido podrían gastarse y deteriorarse los calzados empleados en aquella época por andar a pie por calles y caminos irregulares mientras se buscaban evidencias que permitieran identificar una enfermedad y en consecuencia poder actuar para controlarla.
Ahora que el mundo vive conmocionado por la tragedia de la COVID-19, aquel trabajo de pesquisa realizado por un doctor incansable en las calles de Londres, resulta ser tan necesario y vigente como el primer día.
Bibliografía consultada:
Johnson S. El mapa fantasma: la epidemia que cambió la ciencia, las ciudades y el mundo moderno. 1ra edición. Madrid: Capitán Swing Libros; 2020. 316 p.