¿Existieron dinosaurios y otros reptiles gigantes en Cuba durante el período Jurásico? Motivados por conocer la respuesta a esta interrogante, JR dialogó con el Presidente de la Sociedad Geológica de Cuba
A más de un cubano se le pusieron los pelos de punta con el estreno en 1993 de Parque Jurásico, aquel filme estadounidense de ciencia ficción que recreaba la historia de un parque temático plagado de dinosaurios fuera de control. ¿Quién no recuerda a los protagonistas luchando por sus vidas, intentando escapar de las fauces de un «raptor» o del terrible «T. Rex»?
Pero —a excepción de geólogos, biólogos, espeleólogos o aficionados a la paleontología—, a la mayoría de los cubanos nos cuesta imaginar que hace unos 155 millones de años, en la zona que hoy ocupa Cuba en el Caribe occidental, habitaron reptiles marinos gigantes como los pliosaurios, plesiosaurios, ictiosaurios, cocodrilos oceánicos e incluso reptiles voladores.
Motivados por conocer un poco más sobre aquellos saurios «cubanos», JR dialogó con el Doctor Manuel Antonio Iturralde-Vinent, presidente de la Sociedad Cubana de Geología y estudioso por excelencia de la temática desde la década de 1980.
Según información ofrecida por el Doctor Iturralde-Vinent, durante la primera mitad de la Era Mesozoica (hace de 230 a 170 millones de años) existió una gran masa terrestre que se denominó Pangea.
Este supercontinente comenzó a fracturarse, de modo que en el período entre 170 y 160 millones de años atrás surgieron dos grandes continentes: Gondwana, en el sur, y Laurasia, en el norte, separados por un canal marino precursor de lo que hoy conocemos como Mar Caribe, el cual hacia el este se prolongaba en el mar del Tethys.
En un inicio —precisa— las costas de aquel canal marino del interior de Pangea estaban pobladas de plantas costeras y acuáticas, así como pequeños invertebrados. Pero en la medida en que aquel mar ganaba en extensión, fue habitado por moluscos cefalópodos (ammonites y belemnites emparentados con los pulpos), así como por muchos peces.
Sus restos fósiles son muy comunes en las rocas del occidente de Cuba, con una gran variedad de formas y tamaños que oscila desde redondos y enormes, como el pez luna actual, hasta alargados como las barracudas.
«Estos constituían un excelente alimento para los reptiles marinos y los pterosaurios», explicó durante su entrevista el también académico de mérito de la Academia de Ciencias de Cuba y curador retirado del Museo Nacional de Historia Natural.
En las costas de Laurasia —dijo— existió un terreno emergido que se extendía desde la Florida hasta lo que es hoy Yucatán. Allí vivían dinosaurios y pterosaurios, cuyos fósiles han sido encontrados en las montañas de Cuba occidental, junto a huesos y cráneos petrificados de reptiles marinos del Jurásico Superior.
En las costas pantanosas, por ejemplo, era común la tortuga acuática costera denominada Caribemys oxfordiensis o «tortuga del Caribe». Esta lo mismo nadaba en el mar buscando alimento, que podía ascender a la costa a desovar y guarecerse, como sus congéneres de hoy, pues «tenía las patas con aletas para nadar y uñas para subir a tierra», ahondó.
Al decir de nuestro entrevistado, Caribemys era pequeña, con unos 35 centímetros de largo, y su esqueleto casi completo, sin el cráneo, fue colectado por el campesino y «cazador de fósiles» Juan Gallardo, cerca de Viñales, en Pinar del Río, allá por la década de 1950.
En las aguas más profundas nadaban los ictiosaurios, de tipo ophthalmosaurio, parecidos a un delfín con cola de atún, pero se trataba de reptiles y no mamíferos.
«Estos eran animales robustos, muy rápidos nadadores y dotados de grandes ojos; por eso eran capaces de sumergirse a grandes profundidades donde la luminosidad es escasa. Eran como las vacas de aquel entonces porque, aunque se alimentaban de peces y moluscos, servían de alimento a los otros reptiles», subrayó Iturralde-Vinent.
«Hasta la fecha se han localizado representantes fósiles de al menos cinco ictiosaurios en las montañas de Pinar del Río, tanto fragmentos de cráneos como huesos del cuerpo», añadió.
Pero en las aguas caribeñas de la Era Mesozoica también eran de temer los cocodrilos marinos, del grupo de los metriorhynchidos, dotados de poderosas dentaduras. «Estos se comían lo que le apareciera delante», relató el experto.
Aquellos cocodrilos, a diferencia de los actuales, estaban perfectamente adaptados para la vida en el mar abierto, gracias a unas glándulas que filtraban la sal marina y aseguraban el suministro de agua fresca al animal, señaló.
Hasta hoy en los lechos fosilíferos de Pinar del Río han sido encontrados restos de tres ejemplares de cocodrilos marinos, dos de los cuales son fragmentos de cráneos con sus mandíbulas.
Otros reptiles de mar que se deben tener en cuenta en la escala evolutiva eran los plesiosaurios de cuello largo, como el Vinalesaurus caroli. La fortaleza de su cuerpo y sus largas y potentes aletas natatorias sugieren que se desplazaban desde las profundidades oceánicas hasta las costas. Estaban dotados de una peligrosa dentadura, con dos o tres hileras de dientes puntiagudos como espinas.
«Las reducidas dimensiones de la cabeza con respecto al cuerpo y su largo cuello sugieren que debieron comer muy a menudo para poder obtener suficiente alimento. Pero sus presas debían ser fundamentalmente peces y reptiles más pequeños, porque su boca no era tan grande», destacó el Doctor Iturralde-Vinent. Los plesiosaurios tenían como enemigos a los pliosaurios y cocodrilos marinos.
En las rocas del Jurásico Superior de Cuba se han descubierto cráneos fragmentados, vértebras aisladas o en grupo, costillas, huesos pectorales y una mandíbula de aquellos reptiles.
Pero son los pliosaurios, como el enorme Gallardosaurus iturraldei, los que se consideran los mayores predadores del Caribe primitivo, ya que podían alimentarse de cualquier otro animal marino de aquella época. Cazaban por emboscada, ocultándose en las profundidades y atacando a las presas que nadaban cerca de la superficie.
«Su cuerpo tenía unos tres o cuatro metros de largo, con el cuello corto, la cabeza muy prominente y con unas fauces gigantescas. Sus mandíbulas estaban dotadas de agudos dientes entrecruzados, que impedían la huida de la presa una vez mordida. No tenía enemigos, a menos que fuese un ejemplar muy joven», señaló.
El cráneo y mandíbula de este animal fue localizado en la segunda mitad del siglo XX por Juan Gallardo, en la Cordillera de Guaniguanico, de Pinar del Río. Más recientemente los paleontólogos del Museo han encontrado una mandíbula.
En el Caribe primitivo es posible que vivieran los tiburones, pero sus restos no han aparecido en Cuba. «Estos no constituían un peligro como la mayoría de los actuales, pues eran filtradores, o sea, parecidos a la ballenas, que filtran el agua y consumen el plancton», reveló el especialista.
En los ecosistemas terrestres de las costas del Caribe primitivo eran frecuentes los dinosaurios («lagartos terribles»). Estos podían ser carnívoros, carroñeros, insectívoros, frugívoros y herbívoros; siendo estos últimos los que alcanzaron tallas mayores.
A diferencia del resto de los reptiles, los dinosaurios se distinguían por tener sus patas por debajo del cuerpo, como los mamíferos, y no hacia los costados, lo cual les permitía caminar y correr con mayor facilidad.
El Doctor relató que el primer reporte de la presencia de restos fósiles de dinosaurios en Cuba se remonta a 1949, cuando Alfredo de la Torre y Callejas reportó el hallazgo de un hueso de 45 centímetros de largo cerca del valle de Viñales.
«Él pensó que ese hueso enorme era un húmero o un fémur de un brontosaurio u otro animal gigantesco. Pero en honor a la verdad perdió un poco la perspectiva. Cierto día, en un museo americano, me paré junto al esqueleto de un brontosaurio y el hueso del fémur era muy superior a 45 centímetros, era incluso más grande que yo.
«Entonces mandamos una foto a un especialista argentino en dinosaurios, el Doctor Leonardo Salgado, quien nos confirmó que se trataba del tarso-metatarso, un hueso pequeño de la mano de algún reptil emparentado con los camarasaurios (enormes dinosaurios herbívoros que existieron durante el Jurásico)», apuntó.
El fósil apareció en rocas de origen marino. Por eso Alfredo de la Torre explicó en su tesis que el animal debió morir en tierra y sus restos desmembrados llegaron al mar tal vez conducido por la corriente de un río o un huracán, añadió.
En tierras ribereñas también habitaban una variedad de reptiles voladores o pterosaurios, dotados de cola. Al parecer tenían la capacidad de recorrer largos trechos, tanto en busca de alimento como para aparearse.
Al decir de Iturralde-Vinent, estos se especializaron en la pesca, pues en el mar encontraban su principal alimento. Para capturar los peces realizaban un vuelo rasante sobre el agua, y utilizaban sus mandíbulas y dientes como red.
Los miembros anteriores de estos animales estaban constituidos por alas membranosas, sostenidas en su mayor parte por el alargamiento del cuarto dedo; una manera exclusiva y diferente al diseño de las alas de aves y murciélagos, precisó.
En Cuba se han localizado varios restos fósiles de estos animales en rocas de inicios del Jurásico Superior. Hasta la fecha se han podido clasificar dos especies: Nesodactylus hespericus y Cacibupteryx caribensis.
Los estudios sobre los saurios fósiles cubanos comenzaron en la primera mitad del siglo XX, con las investigaciones de Ricardo de la Torre, América Ana Cuervo, Alfredo de la Torre y otras eminentes figuras de la Universidad de La Habana.
Según rememoró el Doctor Manuel Iturralde-Vinent, un fiel continuador de las pesquisas para localizar fósiles de reptiles fue el campesino Juan Gallardo, que durante muchos años recorrió la Cordillera de Guaniguanico en Pinar del Río en busca de representantes de la vida en un pasado remoto.
El material fosilífero colectado durante décadas fue revisado por Iturralde-Vinent, sobre todo en los últimos diez años, y clasificado con la participación de los expertos argentinos Zulma Gasparini, Marta Fernández, Leonardo Salgado y Marcelo de la Fuente; la francesa Natalie Bardet y el norteamericano Mark Norell.
«Fue un trabajo arduo localizar nuevos fósiles en el campo, para lo cual tuvimos la ayuda de Gallardo, y luego de su hijo Juanito, fiel continuador de la tradición de su padre. Después hubo que preparar los ejemplares, describir las especies y publicar los resultados en revistas internacionales. Hasta hoy se han seguido investigando por los científicos», comentó.
No obstante, la tarea de identificación de las especies cubanas ha sido compleja, puesto que en las rocas de Pinar del Río generalmente se encuentran solo huesos fósiles aislados y fragmentados. Es decir, algunas vértebras, fragmentos de huesos largos, partes de cráneos… y nunca un esqueleto completo, como sucede en otros países como Inglaterra, Francia y Argentina.
El Doctor Iturralde-Vinent explica que ello se debe al clima húmedo característico de Cuba. «El agua, cuando pasa por la atmósfera se carga de CO2 y en el suelo también adquiere una serie de sustancias químicas que le dan cierta acidez, de manera que se disuelven la roca caliza y algunos huesos. En Cuba nada más que se recupera la parte del esqueleto que quedó protegido dentro de las concreciones de caliza denominadas “quesos” por los campesinos», subrayó.
Las investigaciones sobre la antigüedad de los restos fósiles de dinosaurios y reptiles marinos y voladores hallados en Cuba demuestran que existieron hace 154 a 146 millones de años atrás, lo cual se corresponde al piso oxfordiano medio a superior del período Jurásico Superior.
Como ha apuntado Iturralde-Vinent en sus investigaciones, este hecho les confiere una gran importancia, ya que rocas de esta misma edad con restos de dichos saurios son muy poco conocidas fuera de Cuba, de modo que el estudio de estos fósiles ha permitido conocer mejor la historia evolutiva de los saurios marinos del mundo.
Al preguntarle al destacado investigador si finalmente se puede afirmar que en Cuba existieron dinosaurios y otros reptiles gigantes, este alegó que en aquella época no había nada que se pudiera llamar Cuba, y mucho menos Pinar del Río o Viñales. «Nuestro territorio entonces era parte del fondo del Mar Caribe primitivo y de las costas de Laurasia», refirió.
Por lo tanto, aquellos animales en realidad no son originarios de Cuba, sino que llegaron a nuestra tierra, ya fosilizados, dentro de las rocas que los atesoran.
Por todas estas cualidades, tan únicas de la fauna caribeña del Jurásico representada en las rocas de Pinar del Río, es que el investigador se ha empeñado en promover en el cubano una cultura sobre aquellos tesoros de nuestro pasado primitivo, del cual —dice— podemos sentirnos orgullosos.
Con el objetivo de que niños y jóvenes conozcan sobre los reptiles que poblaron el Caribe primitivo, el Doctor Manuel Iturralde-Vinent se dio a la tarea de confeccionar dos libros de carácter científico-didáctico.
El primero, Reptiles gigantes del Caribe primitivo, es esencialmente un cuaderno para dibujar, con una información técnica mínima.
Este libro, cuyo coautor es el joven Yasmani Ceballos Izquierdo, graduado de Ciencias Informáticas y estudioso de la paleontología, cuenta con excelentes ilustraciones y láminas para colorear, elaboradas por José Antonio Medina.
Fue publicado por la editorial Gente Nueva, y vio la luz a finales de 2012, con una tirada de 10 000 ejemplares, ya prácticamente agotada.
El segundo libro, con el sello de la Editorial Oriente, será publicado a finales de este año bajo el título Animales del Caribe primitivo y sus costas. Dinosaurios, pterosaurios y reptiles marinos de la Era Mesozoica, en coautoría con la argentina Zulma Brandoni de Gasparini.
Este libro, con un hermoso diseño a todo color, fue ilustrado magistralmente por el ruso Dmitri Bogdanov y el norteamericano Tracy Lee Ford.