Este año se anillaron 373 polluelos, la mayor operación de este tipo en la
historia del Sitio de Nidificación Río Máximo, en esta provincia cubana
CAMAGÜEY, Minas, Río Máximo.— «Quien vea a un flamenco y no sienta amor no podrá sentirlo por nada. A ese le falta un tornillo en el alma», dijo Ever Esquivel Pérez, obrero conservador, quien junto a sus tres hermanos cuidan la comunidad flamenca del Refugio de Fauna Río Máximo, merecedor del título honorífico de Humedal de Importancia Internacional (Sitio RANSAR).
Con empeño, los hombres y mujeres del Máximo, liderado desde hace más de tres décadas por José Morales Leal «Fefo», aseguraron que la reducida población de pájaros se multiplicó desde entonces hasta la fecha, de unos 12 000 a más de 100 000 ejemplares.
«Este crecimiento, aunque lo esperábamos, nos sorprende, porque son los más de 50 000 nacimientos durante los últimos cinco años la mayor recompensa a tanto esfuerzo», comentó Loidy Vázquez Ramos, subdirectora Técnica del Sitio, quien se ha unido en la vida y en la profesión a Fefo, convertido en casi una leyenda para los habitantes de este paraje.
En el año 2004 comenzó una de las labores científicas más extraordinarias efectuadas en Río Máximo, el anillamiento de pichones, que permite no solo la identificación del animal, sino que refleja su historia tras el reencuentro. Al cierre de este reportaje se habían identificado cerca de mil ejemplares que llevaban aros de códigos alfanuméricos, utilizados en los cuatro anillamientos efectuados desde entonces.
«Anillar a los pájaros en su etapa de polluelos permite estudiar con mayor exactitud la movilidad, distribución, hábitat, longevidad, mortalidad, población, comportamiento en la alimentación y abundancia de los individuos a lo largo de su vida», informó Vázquez Ramos. Este año se anillaron 373 polluelos, la mayor operación de este tipo en la historia de Río Máximo.
El nacimiento de tantos polluelos en este paraje no se debe solo a la obra de la naturaleza, porque en la desembocadura del Máximo los ruber ruber han encontrado en su apareamiento las manos solidarias de Fefo, su familia y los habitantes de Mola, asentamiento de mayor interacción con este refugio de fauna.
Colocar en la pata de las aves la argolla de PVC (altamente resistente y que no las perjudica), pesarlas y medir sus patas, picos y alas se ha convertido en una gran fiesta donde participan grandes y chicos. La noche previa al suceso se vuelve corta, y al amanecer un camión repleto de hombres y mujeres conocedores de la actividad desembarcan en el área, se adentran en la ciénaga y traen a los polluelos atravesando abundante lodo por más de 300 metros.
«Es el día más esperado por todos en la zona y los niños ni duermen», dijo atareado Juan Carlos Esquivel Pérez, otro de los hermanos, que heredó del abuelo y de su padre el deseo de estar junto a los flamencos camagüeyanos.
«Primero fuimos guías voluntarios y ahora somos obreros que cuidamos a los “rosados”», enfatizó José Luis, el tercero del familión, que narra cómo estos animales tienen mucho que enseñarle al ser humano: «Los flamencos no pelean ni para aparearse. Ellos danzan entrelazando sus cuellos y la hembra acepta en santa paz al que más le agrade».
Una de las características más llamativas de estas aves es la forma en que construyen sus nidos: «Se dice que son albañiles naturales porque con su pico repellan las paredes y con sus delgadas patas apisonan el fango que moldean a su antojo» comentó Ever.
Su sobrino Leiner, de solo ocho años de edad, los ama por la fidelidad hacia sus hijos: «Al volar dejan bien atendidos los pinchones con la flamenca nodriza, la más rosada, que los cuida fielmente hasta que logran emprender el vuelo».
Eran bien pequeños los hermanos de la familia Esquivel Pérez cuando el biólogo José Morales Leal decidió asentarse cerca de los flamencos en el año 1974. Desde entonces, mucho ha llovido y muchos también son los logros en lo que parecía una empresa perdida entre maleza y fango. «Hoy nacen anualmente cuatro veces más pichones», enfatizó el investigador Morales.
Su historia lo ha convertido en el «padre de los flamencos», como lo nombran sus amigos conservadores, quienes asumen ahora junto a él un nuevo reto: «Cuidamos en cautiverio a pichones más rezagados de la nidificación, y cuando están criados, con alto valor económico y de salud, los exportamos sin afectar la población natural».
—¿El manejo de conservación en el Sitio ha permitido el uso sostenible de los flamencos?
—Sí, pero también los estudios científicos han sustentado los adecuados manejos. Ambos elementos han permitido que Cuba sea el único país que exporte esta subespecie que ya no está amenazada.
—Se ha reportado la llegada del flamenco cubano a varias zonas del territorio nacional y otras regiones…
— A solo unos años de aplicada esta técnica se destacan más de 20 reportes de presencia de flamencos rosados en Antillas Holandesas, Venezuela, México y Bahamas, así como en el sur de las provincias de Granma y Camagüey, y al norte de Ciego de Ávila, Villa Clara y Sancti Spíritus.
Esta presencia revela que los flamencos del Máximo no son específicos de esta área: son patrimonio del mundo. Por sus vínculos e intercambios genéticos con otros territorios del orbe se les considera una metapoblación. Se trata de una información que permite desarrollar pronósticos y establecer planes de conservación y protección en las áreas del flamenco en Cuba».
La novela Islas en el golfo, publicada diez años después de la muerte de su autor, Ernest Hemingway, se destaca como su obra más autobiográfica y a la vez la de temática más cubana, por la descripción de escenarios en La Habana y en la cayería de la franja Sabana-Camagüey. Juventud Rebelde reproduce un pequeño fragmento:
«Thomas Hudson había recorrido la playa y se había metido tierra adentro, detrás de la laguna. Había encontrado el lugar al que venían los flamencos con la marea alta (…)
«Las raíces de los mangles se veían claramente ahora y el cayo parecía estar sobre zancos. En ese momento vio una bandada de flamencos que se acercaba desde la izquierda. Volaban pegados al agua, hermosos a la luz del sol. Sus largos cuellos se inclinaban hacia abajo y las patas incongruentes las llevaban rectas hacia atrás, inmóviles mientras batían sus alas rosadas y negras que los llevaban hacia el banco de fango que tenían delante, hacia la derecha. Thomas Hudson los observó, maravillándose de sus picos blancos y negros curvados hacia abajo y del color rosado que agregaban al color del cielo y que hacía perder importancia a sus extrañas estructuras individuales. Sin embargo, cada uno de ellos representaba un estímulo para él. En ese momento, cuando llegaron al cayo verde, vio que todos giraban bruscamente a la derecha en vez de cruzar el cayo».