El recientemente desaparecido periodista y narrador Jaime Sarusky rememora en esta, quizá su última entrevista, sus inicios en el periodismo cubano
Allí estaba su sillón y, junto a él, la computadora, la última novela que leía, los espejuelos, la vieja grabadora y los libros. Había cientos de ellos por toda la habitación. Parecía que escapaban de los libreros. Los estantes resultaban pequeños. Era imposible, a primera vista, descifrar los ejemplares que Jaime Sarusky Miller guardaba en su biblioteca.
El camino que lo condujo a las letras está cargado de osadía y atrevimiento. Pero, en esta ocasión, no conversará sobre sus novelas La búsqueda, Rebelión en la octava casa y Un hombre providencial. No explicará el origen de la trama, ni cuán biográficos son sus personajes. Su Premio Nacional de Literatura, otorgado en 2004, tampoco forma parte de esta historia. Esta vez solo interesan los inicios, la génesis de una vida ligada, indisolublemente, al periodismo y a la cultura cubana de la segunda mitad del siglo XX. Todo comenzó en la pequeña tienda La Feria que poseía, en 1953, en el municipio de Marianao.
«Tiempo después de estar funcionando me hice amigo de varios escritores, periodistas y artistas del municipio. Casi todas las tardes hacíamos una tertulia. Por aquel entonces ya tenía preocupaciones por la cultura y trataba de encontrar un horizonte lejos de la tienda. En medio de esas conversaciones, me propusieron colaborar en el periódico El Sol, de Marianao. Así fue como comencé a publicar un artículo todas las semanas.
«Finalmente me deshice de la tienda. Apareció alguien interesado en comprar solo el espacio para abrir una peletería. La vendí y me alejé para siempre de la tradición familiar de comerciantes. Me parecía que la vida no puede irse día tras día, así de fácil».
La venta de la tienda daría un vuelco irreversible a su vida. Quizá ser hijo de inmigrantes —sus padres eran los únicos judíos que vivían en el municipio avileño de Florencia— incentivó su espíritu trotamundos.
«Con el poco dinero que me dieron fui a Francia. Pensé no que quería escribir, sino que tenía que aprender. Así fue como ingresé en La Sorbona y matriculé cursos de Literatura Francesa Contemporánea y Sociología del Arte».
Por un momento detiene la historia, se queda en silencio, pensativo… «Todo esto visto racionalmente era una gran locura —asegura—, pero me doy cuenta de que las locuras no me han salido tan mal».
Los años en París fueron difíciles y, a la vez, enriquecedores. «Parecía una gran diversión, pero no lo era», advierte con reserva. Para poder vivir en la capital francesa, Jaime impartió clases de Español y lavó platos en Suecia. Durante aquellos años conocería al poeta Fayad Jamís. Esa época fue propicia también para viajar por España e Inglaterra.
«Cuando regresé de París, en 1959, Fayad me esperaba en el puerto y comentó que en los próximos días iríamos al periódico Revolución. Allí conocí a Pablo Armando Fernández, quien dirigía la página editorial en la que se publicaban las colaboraciones. Al mismo tiempo, Saúl Yelín me propuso ir, como traductor de francés, al Icaic y, a la vez, me invitó a participar en los talleres de guiones que se impartían por entonces».
El país había cambiado, se vivía la euforia del triunfo revolucionario. Las calles de la Isla transformaron su imagen. Banderas cubanas ondeaban en edificios públicos y en las puertas de los hogares carteles como «Gracias, Fidel» o «Esta es tu casa, Fidel» evidenciaban el apoyo popular al nuevo proceso social.
«Era una Cuba en plena ebullición —recuerda. Ocurrían cosas que en tiempos normales podían llevar cinco, diez o 15 años y aquí sucedían de un día para otro. Era la Revolución y el pueblo apoyándola con entusiasmo».
Jaime colaboraría primero con la página dos y, después, comenzaría como periodista fijo en el periódico Revolución. Al principio tendría a su cargo la síntesis de lo ocurrido, durante la semana, en política internacional. También hacía reportajes en distintos lugares del país. Sobre aquella época rememora dos anécdotas que, a pesar de los años, no puede olvidar:
«Cuando Estados Unidos rompió relaciones con Cuba se pensó que los americanos iban a invadir la otrora llamada Isla de Pinos y me enviaron como corresponsal. Allí estuve como 15 días hasta que la situación amainó.
«Algo similar ocurrió cuando Playa Girón. En esa ocasión fui para Caimanera porque se esperaba que los americanos desembarcaran. Estuve un mes. Cuando la invasión había terminado seguía allá. Mi centro de trabajo era la casa del corresponsal de Revolución en Guantánamo. Viajaba casi a diario a Caimanera para ver lo que estaba pasando. Conmigo estuvieron dos fotógrafos. Uno de ellos era muy parecido a Hemingway viejo, se llamaba Luis Pierce, aunque lo conocían como el viejo Hemingway; y el otro fue Liborio Noval».
Como parte de su trabajo en el periódico Revolución, Jaime dirigió el suplemento de Rotograbado, que comenzó a salir tiempo después del cierre de Lunes de Revolución, en noviembre de 1961.
«Nunca iba a sustituir a Lunes de Revolución. Se publicaba tres veces por semana y llevó ese nombre por la técnica de impresión. Tenía aproximadamente 16 páginas en formato tabloide. César López y Ambrosio Fornet escribían asiduamente. La esencia era hablar de la cultura y darle un rango popular, pero no populachero y tampoco demasiado docto».
La prensa, gestada luego de la victoria de enero de 1959, sin lugar a dudas definió las rutas esenciales del periodismo cubano contemporáneo. Revolución, órgano del Movimiento 26 de Julio, transformó de manera radical todas las normas que regían la prensa periódica hasta ese momento.
«Era muy importante. Tiraba diariamente miles de ejemplares. Eso nunca se había visto en la prensa cubana. El periódico se había convertido en una especie de mural movilizador. Se usaban grandes letras, carteles, fotos. Hacíamos un periodismo muy vivo, muy ligado a la vida».
Más de medio siglo después, Jaime Sarusky valora la trascendencia de aquellos pasos fundacionales del periodismo revolucionario, cuando afirma convencido que «el mejor homenaje a la expresión cultural de aquella época es que hoy, en Cuba, existe una cultura y un respeto por la cultura».