Palabras pronunciadas en la inauguración del Festival Universitario del Libro y la Lectura, en Villa Clara
Siempre tengamos un buen
libro a mano, es como tener un
sueño, un proyecto por empren-
der, un deseo por el que estamos
dispuestos a todo. Es por eso que
sugerimos a ustedes EL PLACER
DE LEER.
Hombre que lee
Amigos, deseo en primer lugar hacerles una confesión: estoy intentando leer todos los libros del mundo, lo cual evidentemente es imposible, lo cual me alegra, me alegra saber que mi vida puede ser ese intento. Creo que más terrible resultaría poder leer todos los libros del mundo. Aun si un desastre nos dejase con un solo libro, ese único ejemplar engendraría la infinitud de los libros; ese único ejemplar sería la relectura infinita. Además, no me desagradaría, la improbable tarea de volver a escribir toda la literatura; escribir, por ejemplo, como Pierre Menard, el Quijote. Eso presupone un pensamiento no menos simple y asombroso de los estructuralistas, y es que en todo hombre habita el deseo de haber escrito el libro que está leyendo. Recuerdo que Borges escribió que todos los hombres que leen a Shakespeare son Shakespeare; yo, de algún modo, fui entonces Borges, como también puedo ser aquel prisionero en Argel, aquel soldado de Lepanto que se complacía en leer hasta los papeles que ruedan por las calles; «hasta los papeles que ruedan por las calles», así lo confiesa Cervantes en el Quijote; el Quijote, caballero andante que nació «del mucho leer y el poco dormir», el Quijote que parece decirnos: Somos lo que leemos, somos porque leemos.
Pero no redundaré en la importancia del libro, en la importancia de la literatura, en la infinita importancia de la infinita lectura; si existiese la necesidad de hacerlo es porque el libro, la literatura, la lectura no forman parte de nosotros. O lo que resulta peor: son en nosotros un artificio. Por eso quisiera que este festival que hoy iniciamos no se celebre con entusiasmo deportivo —aunque nuestro espíritu ciudadano es lleno de metáforas deportivas—, sino con el espíritu de uno de esos festivales de alguna aldea del Japón, donde los pobladores celebran la buena cosecha y las cosechas futuras; un festejo que es en verdad sus vidas mismas; eso quisiera: un festival del libro y la literatura, es decir, un festival de lo que es ya nuestra vida misma. Yo creo que la lectura es un arte, que existe un eros de la lectura, y un festival como este debe tener ese esplendor, esa dignidad; no mostrar libros y autores a la venta como si fuese un mercado de esclavos, sino como la hostia que el creyente recibe a la vista de todos, pero cuya comunión ocurre en lo íntimo de su ser. No sé si exista un monumento al lector; pienso que de alguna forma, todo lector lo es; no sé si exista un monumento al libro; pienso que de alguna forma, todo libro lo es. Para mí toda lectura es un homenaje, así lo confirma este festival.
Por otra parte, me alegra y felicito que ocurra en este sitio. Yo creo en las universidades, las universidades que salvaron al hombre del dogma, aunque hayan comenzado por el dogma. Yo creo en las bibliotecas, las circulares y laberínticas de Borges y la habitable y espaciosa que soñó Lezama. Yo creo que los libros arden más, alumbran más que las hogueras a las que fueron lanzados. Yo creo que en el mundo el libro era inevitable.
Imaginen el mundo sin libros y verán el infierno. Yo creo en el estudiante y el maestro; no en el hombre que se dice estudiante siempre, para justificar sus errores; no en el hombre que se dice maestro siempre, para anular sus errores; creo en el estudiante y el maestro que conviven en el interior del hombre, y eso me lo enseñó un libro, me lo enseñó la literatura, me lo enseñó la lectura.
Por eso, amigos lectores, mis hermanos, mis iguales, solo puedo decir como Borges para cerrar este círculo que a él le gustaría o que a mí me gustaría que a él le gustase: «Que otros se jacten de las páginas que han escrito; yo, de las que he leído».