El edificio que ocupa La Moderna Poesía, una de las librerías más antiguas de Cuba y sin duda la más emblemática, está siendo remozado. Fue fundada en 1890 por José López Rodríguez, un gallego que hizo célebre el sobrenombre de «Pote», y que llegó a Cuba con menos de 20 años de edad, sin dinero ni estudios, ni familia ni amigos que lo apoyaran y que ya en 1911 lograba desplazar al capital norteamericano encabezado por la casa Morgan del control del Banco Nacional de Cuba, que no era nacional ni cubano, con más de cien sucursales bancarias en todo el país y depósitos por 190 millones de pesos.
En la mañana del 28 de marzo de 1921 ese hombre, que se permitía entrar en mangas de camisa al Palacio Presidencial y que había logrado infiltrar su aladinesca fortuna en los sectores más disímiles de la economía nacional, era encontrado en el cuarto de baño de su casa colgado del tubo de la ducha. Su posición como vicepresidente del Banco le permitió disponer a su antojo de los fondos de la entidad a fin de cubrir con esos sus especulaciones en diversos campos. Los tomaba con absoluta confianza y falta de previsión ante una posible crisis. Cuando esa crisis estalló, el Banco Nacional tuvo que cerrar sus puertas, miles de personas perdieron sus depósitos y quedaron en la miseria, y Pote, tras considerarse traicionado por socios y amigos, según expresó en una carta, se suicidó, aunque es posible que fuera asesinado. Lo había perdido casi todo, aunque una delicada operación financiera permitió salvar once millones de pesos de aquella gigantesca fortuna y algunas propiedades, como el terreno de 13 esquina a L, donde su hijo construiría el rascacielos López Serrano. Salvó además La Moderna Poesía.
Renée Méndez Capote, la autora de Memorias de una cubanita que nació con el siglo, lo recordaba como un hombre amable y simpático, muy cordial con los niños y preocupado hasta el detalle por satisfacer a su familia, y que pese a su inmensa fortuna vivía modestamente, con una austeridad casi espartana.
Un día, recordaba la Méndez Capote, Pote enfermó de gripe y dos religiosas de la Orden de las Servitas, magníficas enfermeras, fueron a atenderlo en su casa, aquel palacio de 13 y L, una mansión de tonos blancos y azules, de dos pisos y un alto abuhardillado. Penetraron las monjitas y fueron atendidas por un solo sirviente. Se maravillaron ante la espléndida belleza y la riqueza de los muebles, alfombras y cortinas. Atravesaron todo aquel emporio y subieron al piso alto, acondicionado con la misma riqueza. El sirviente las llevó todavía más alto, a lo que parecía un enorme desván en completo abandono. Allí, amueblado con una mesa de madera basta y sin pintar, una silla y un antiguo lavabo de porcelana y jofaina esmaltada, yacía Pote en una columbina.
En 1890 la Plaza de Albear no era aún la Plaza de Albear, sino la Plaza de Monserrate. Allí hicieron piquera los coches de Valeriano San Pedro. Cuando esa empresa se instaló en la calle Obrapía, la plaza acogió las funciones de los títeres y panoramas de Soler; proyecciones de vista fija que a la caída de la tarde hacían las delicias de grandes y chicos, con las aventuras de Toribio y Cristobita, y estampas que evocaban hechos históricos como el sitio de la Periquera y la batalla de Las Guásimas.
Alrededor de la plaza abrían sus puertas la sombrerería El Casino, la casa de cambio de Con y Montoro, la librería de Ricoy, frecuentada por Varona y por el más tarde presidente Alfredo Zayas; el café La Cebada y la bodega propiedad de unos catalanes que andando el tiempo sería el bar Floridita. En la peletería de Sánchez Cuétara instaló Pote su negocio de libros. Para ello se deshizo de los zapatos a lo que dieran por ellos y con tablas bastas y sin pintar que hizo montar en burros de madera construyó los mostradores. Día a día revisaba Pote los obituarios que publicaba la prensa. Veía si consignaban el fallecimiento de un médico, un profesor, un abogado y no demoraba en visitar a la viuda con el ofrecimiento de adquirir la biblioteca del finado.
En aquellos tiempos, Obispo era la calle más comercial de La Habana, superada solo por Muralla. Federico Villoch, en una de sus Viejas postales descoloridas, la evoca como el gran simpático del organismo habanero, el torrente circulatorio que daba vida a la capital. El negocio, la moda, el turismo, el romance… todo desbordaba en aquella calle elegante, estrecha y ruidosa; un horno en verano y una nevera en invierno.
Prosigue Villoch: «Era aquella de Obispo una típica calle de los trópicos, alegre, excitada, con algunos tenderetes casi sobre las aceras, bulliciosa, caldeada por una atmósfera ambarina de oro en polvo que tamizaba el sol a través de los toldos de lona que cubrían la vía en toda su trayectoria. Por su elegancia recordaba la Rue de la Paix, de París; la calle Fernando, de Barcelona; la Carrera de San Jerónimo, de Madrid; la calle de la Sierpe, de Sevilla, o algunos de esos pasajes comerciales y concurridos que tanto abundan en Nueva York y otras capitales del mundo».
No pocas librerías abrían sus puertas en Obispo. Además de la de Ricoy, ya mencionada, en dicha calle estaba la librería Minerva. La de González Porto, creadores de la enciclopedia Uthea, en Obispo entre Compostela y Aguacate, la de la Editorial Lex, en el 465 de la calle, que además de libros escolares publicó las obras completas de Martí y las de Simón Bolívar. La librería Victoria, en Obispo entre Compostela y Aguacate. La librería Wilson, de Severino Trinquete Solloso. La Galería Literaria, en Obispo y Aguiar, espacio que ocupa hoy la librería Fayad Jamís, y Rambla y Bouza, al final de la calle Obispo.
Aclaremos un error que se repite con frecuencia. Obispo no comienza en Monserrate. Todo lo contrario. Termina en Monserrate.
Pote tuvo dos hijos con Ana Luisa Serrano Ponce, una viuda con la que nunca se casó. Fueron María de la Caridad, nacida en 1909, y que contraería matrimonio con Joaquín Gumá, conde de Lagunillas, y José Antonio, nacido en 1905 y que se graduó como abogado en 1925. Algo curioso. Pote reconoció e inscribió a José Antonio como hijo suyo el 18 de marzo de 1921, diez días antes de su polémico y confuso suicidio y cuando el muchacho contaba ya con 15 años de edad.
José Antonio acrecentó el legado de su padre. En la escala de adinerados que establece Guillermo Jiménez en su Los propietarios de Cuba; 1958, y en la que sitúa valores que van, de mayor a menor, del uno al cinco, el personaje clasifica en la segunda categoría como presidente y propietario principal del Hotel Comodoro Yacht Club y de los Laboratorios Lex; de la compañía comercializadora del café marca Tu-Py., y del Matadero Industrial. Era accionista y miembro del Consejo Director del Banco de Fomento Comercial, y accionista de The Trust Company of Cuba. Además tenía acciones en la Supermezcladora de concreto y en varias canteras.
Era de su propiedad el edificio López Serrano, erigido en el espacio de la casa donde se suicidó su padre. Fue uno de los primeros inmuebles de acero revestido en concreto y de los más altos en su época. Se comenzó a construir en enero de 1932 por los contratistas Martínez y Rojas sobre un proyecto de los arquitectos Ricardo Mira y Miguel Rosich.
El edificio de La Moderna Poesía que hoy conocemos, obra también de Mira y Rosich, se concibió y ejecutó por encargo del hijo de Pote, dueño de Cultural S.A., la más importante editora e impresora de libros en Cuba, con talleres en Agua Dulce número 111 y dos librerías Cervantes, en la calle Galiano y en Obispo. Fue una empresa fruto de la unión de La Moderna Poesía con la librería Cervantes, del español Ricardo Veloso Guerra, un hombre que llegó a Cuba en los días de la Guerra de Independencia para servir en el Cuerpo de Sanidad del ejército español y que en 1910 fundó la librería Cervantes, de honda significación en la vida intelectual cubana. Fue presidente de honor de la Cámara Cubana del Libro y en su nombre fue creado el Premio Veloso, que galardonó en su primera convocatoria los Diálogos sobre el destino, de Gustavo Pittaluga. Falleció en 1954.
El inmueble de La Moderna Poesía es, como el López Serrano, un típico edificio Art Déco. En su construcción, los arquitectos cedieron a la calle dos metros de acera a fin de embellecer y ensanchar la esquina. Impacta por su sobriedad, sin más decoración que la tipología de metal que identifica el sitio. Aparte de los libros, se ofertaban allí papel y efectos de escritorio y contaba con un departamento para la reparación y el mantenimiento de máquinas de escribir.
Ahora vuelva a la vida.