El 16 de abril de 1958 Pedraza protagonizaba un hecho verdaderamente trágico. En la tarde de ese día, ametralladora en mano, se presentaba en el edificio de Rancho Boyeros y La Rosa
Dejó de ser jefe del Ejército y fue separado de la institución en 1941, pero el excoronel José Eleuterio Pedraza seguía siendo un hombre temido y respetado en los cuerpos armados, en los que, aun sin mando, se hacía obedecer.
Sucedió este incidente en la ciudad de Santa Clara, en el centro del país. Los cuerpos represivos supieron de alguna manera que el doctor Fernando Rojas colaboraba con el Movimiento Revolucionario 26 de Julio, y el coronel Cornelio Rojas —nada que ver uno con el otro— decidió efectuar un registro en el consultorio del conocido médico, y llevarlo detenido en caso de encontrar evidencias que lo vincularan con la organización insurreccional. Pedraza se enteró de lo que sucedía y, sin perder un minuto, se personó en el lugar de los hechos.
—¡Cornelio! ¡Cornelio! —gritó desde la calle, y el sanguinario jefe de la Policía local, que sería juzgado y fusilado tras el triunfo de la Revolución, salió del consultorio como un manso corderito. Pedraza no gastó palabras, solo dijo:
—Cornelio, primera y última vez que vienes a este sitio sin consultármelo. ¡Recoge a tus hombres y vete!
El excoronel debía favores al buen doctor.
El 16 de abril de 1958 Pedraza protagonizaba un hecho verdaderamente trágico. En la tarde de ese día, ametralladora en mano, se presentaba en el edificio de Rancho Boyeros y La Rosa. Lo acompañaba toda una gavilla de asesinos: el general Pilar García, jefe de la Policía Nacional; el coronel Conrado Carratalá, jefe de Dirección de ese cuerpo; el coronel Orlando Piedra, jefe del Buró de Investigaciones y hombre de absoluta confianza de Batista, que le confiaba su seguridad; y los tenientes coroneles Esteban Ventura Novo, de la Policía, e Irenaldo García Báez, hijo de Pilar y segundo jefe del Servicio de Inteligencia Militar (SIM).
Uno de los apartamentos del inmueble lo ocupaba el ganadero Aurelio Vilella con su familia. Pedraza lo hizo llamar a gritos y le pidieron que saliera con las manos en alto, lo que hizo en compañía de su hijo de 17 años, que insistió en no dejarlo solo. A Vilella, que se oponía a Batista desde el 10 de marzo de 1952 y cuyo nombre había sido incluido en una lista de simpatizantes del 26 de Julio, Pedraza lo acusaba de ser uno de los responsables de la muerte de su hijo Rodolfo, baleado en Manacas pocos días antes, acusación que su esposa e hija siempre negaron.
La inquina, ciertamente, venía de muy atrás: el militar se había encaprichado con la finca rústica de Vilella, por la que llegó a ofrecerle 65 mil pesos. Se negó este a venderla y Pedraza ordenó que arrasaran el predio, y sometió a Vilella a una persecución implacable que llegaba a su fin esa tarde, cuando en plena calle y a la vista de la familia ametrallaba, junto con Irenaldo, a Vilella y a su hijo.
En 1958 se concedió por ley el grado de Mayor General a los oficiales que hubiesen desempeñado la jefatura del Estado Mayor General. La medida benefició a Pedraza que volvió al Ejército con dicho grado cuando Batista lo llamó a filas por el Servicio Militar de Reserva el 26 de diciembre de ese año, a escasos cinco días del derrumbe de la dictadura. Quería el dictador destinarlo, en sustitución del depuesto general Alberto Río Chaviano, a la jefatura militar de la central provincia de Las Villas, cuyo territorio estaba casi en su totalidad en poder de los rebeldes.
No gozó de simpatía unánime la propuesta de Batista, empezando por el general Francisco Tabernilla, jefe del Estado Mayor Conjunto, que no olvidaba que Pedraza había amenazado su vida en los días de la conspiración de 1941 contra Batista. Concuño de Río Chaviano, Tabernilla tenía su propio candidato, el teniente coronel Joaquín Casillas Lumpuy, a la sazón jefe del llamado Presidio Modelo, en Isla de Pinos, y que llevaba en su expediente la triste nota de haber dado muerte, en 1948, a Jesús Menéndez, líder obrero y Representante a la Cámara.
Intentó Batista demorar la salida de Casillas, pero desistió de su propósito al enterarse de que ya, con grados de Coronel, había salido a hacerse cargo de uno de los últimos reductos del Ejército, pues a esas alturas la región oriental estaba casi totalmente controlada por los rebeldes, Fidel y Raúl preparaban un cerco elástico en torno a Santiago de Cuba y en Las Villas 2 000 efectivos no podían contener el empuje de las columnas de Che y Camilo. Se combatía asimismo en las provincias de Camagüey y Pinar del Río. Tropas del II Frente Nacional del Escambray, el Directorio Revolucionario y el Partido Socialista Popular combatían también en la provincia. El primero de enero de 1959, al mediodía, la importante plaza militar de Santa Clara se rendía de manera incondicional a las tropas de Che Guevara.
No pudo Casillas reconstruir el mando militar villareño. Pidió entonces a Pedraza autorización para, en aviones militares o en transportes terrestres, trasladar hacia la Ciudad Militar en La Habana a militares y civiles comprometidos con la dictadura. El ya jefe de Operaciones de las FF. AA. no aceptó. Sabía, desde su último recorrido por el territorio, que el fin estaba cerca y que esa estampida no era más que el primer paso para que todo el régimen colapsara. Él mismo no las tenía todas consigo: sus órdenes no se cumplían o se asumían con lentitud.
El clan de los Tabernilla copaba el mando, lo margina y no le hacían caso si solicitaba armas o un movimiento de tropas. Una tarde, como para ratificarle su confianza, Batista lo visitó en la torre de control del aeropuerto militar. Lo encontró en traje de campaña al tanto de las comunicaciones con los frentes de guerra. Se descorcharon botellas de champán y los vivas a Batista matizaron el chinchín de copas.
En un aparte, Pedraza susurró al Presidente: «Santa Clara se pierde. Demoraron mucho en llamarme». En el propio aeropuerto, antes de que abordara el avión que lo conduciría a la República Dominicana para asumir como agregado militar de la embajada de Cuba, abofeteó al exgeneral Río Chaviano acusándolo de marica, lo que, según el jefe del Buró de Investigaciones, que debía saberlo bien, parece que era cierto. El entonces coronel Chaviano fue el carnicero del cuartel Moncada el 26 de julio de 1953.
Derrocada la dictadura, Batista huyó a República Dominicana, y poco después llegó Pedraza. Escribe el general trujillista Arturo Espaillat que de inmediato el militar cubano se reunió con el «Jefe», y fue él quien lo escogió para dirigir las acciones contra la Revolución Cubana pues, al decir del sátrapa dominicano, solo había «un líder del exilio cubano que tenía agallas e inteligencia para enfrentar a Fidel».
Era Pedraza. Se organizó enseguida un Ejército Cubano de Liberación conformado por cubanos, sobre todo ex militares batistianos, que emigraron desde Cuba y Florida. Al frente de esa tropa fue designado el teniente coronel batistiano Ángel Sánchez Mosquera, que fue, decía Che Guevara, «el más bravo, asesino y ladrón de todos los jefes militares que tenía Batista». Se le conocería como Legión Anticomunista del Caribe, y, más tarde, como Legión Extranjera Anticomunista.
Una tropa selecta de esbirros que se preparaba para una invasión a Cuba y que tendría a Pedraza como cabecilla. Hay un detalle interesante. La relación entre Trujillo y Pedraza venía de atrás. Cuando el coronel del palmacristi que puso a dormir a La Habana a las nueve de la noche, intentaba, en 1945, el golpe de Estado contra el presidente Grau, utilizaría el armamento que para ese fin le ofreció Trujillo a través de Rodolfo Bosch Pearson, un maleante argentino que adquirió el material bélico para el gobierno de Santo Domingo a fin de entregarlo a Pedraza.
También estuvo vinculado Pedraza a La Rosa Blanca, la primera de las organizaciones contrarrevolucionarias, creada por Rafael Díaz Balart en Nueva York, el 28 de enero de 1959 y que perseguía el fin, aseguran historiadores, de hacer creer que las acciones contrarrevolucionarias en curso tenían una dirección cubana. Fue de esa organización que nació el primer gobierno cubano en el exilio, en el que Pedraza, jefe de la «unidad combatiente de cubanos» en la Legión Extranjera, aparecía como futuro jefe del Ejército.
Con posterioridad el jefe de la Conspiración Trujillista planeó la voladura de un barco petrolero en la bahía de La Habana, el envío de aviones para bombardear campos de caña y otros objetivos económicos, y un sabotaje en la antigua refinería de la Shell, en Guanabacoa. Fueron en vano los intentos de Cuba por lograr su extradición. El gobierno dominicano hizo caso omiso a la solicitud cubana de 27 de febrero de 1959 de que se le extraditara a fin de que respondiera ante los tribunales como autor o cómplice de asesinatos, robo y malversación de caudales públicos. Lo mismo hizo el gobierno norteamericano después del 4 de marzo de ese año, cuando se le autorizó la entrada a Estados Unidos. Cuba quería que respondiera en la Causa 3821/59 del cuarto juzgado de Instrucción por los crímenes de Boyeros y La Rosa.
Max Lesnik quiso, en Miami, entrevistar a Pedraza para su revista Réplica. A fin de estructurar su cuestionario, pactó con el exmilitar un encuentro previo, en el cual Pedraza contaría detalles de su vida, que luego Max abordaría en la entrevista que a la postre no se efectuó. Max sospechaba que una de sus entradas provenían del dinero prestado al garrote; en definitiva, el personaje fue garrotero en sus días de sargento. ¿Cómo es su vida ahora?, inquirió el periodista, y Pedraza aseguró que llevaba una existencia tranquila, que se levantaba y se acostaba muy temprano. Disimulando la sonrisa, añadió: «Ahora soy yo quien se acuesta a las nueve de la noche».
Fuentes: Textos de Batista, Padrón-Betancourt, Zaldívar-Etchevery y Vázquez.