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La extraña felicidad en los sonetos de Liliana Rodríguez

Desde el pórtico, Liliana Rodríguez Peña nos confirma que El libro de la extraña felicidad es un cuaderno para acompañarnos a lo largo del camino

Autor:

Erian Peña Pupo

La poesía —aun la más desgarradora— resume y rezuma una búsqueda de la felicidad. El poeta ansía, evoca, rememora, con nostalgia o anhelo… y esa ansia o remembranza está dada por la plenitud o ausencia de las múltiples formas, posibles o extrañas, de eso que llamamos felicidad.

Buscamos la felicidad —decía Voltaire— sin saber dónde, como los borrachos buscan su casa, sabiendo que tienen una. Tropezando, palpando paredes y puertas, dando traspiés un día tras otro. A veces la asimos, otras se aleja irremediablemente, dejándonos en los labios la extraña sensación del roce, de la posibilidad y sus fragilidades. De lo que pudo ser, pero jamás sucedió. Confirmándonos que la felicidad —frágil idea— no era como yo la imaginaba: Una canasta llena. Un dios mirando/mis huesos en desgaste, perdonando/la ausencia que perdí, la que no tuve.

Pero lo que importa es la búsqueda, pues la felicidad es el camino.

Desde el pórtico, Liliana Rodríguez Peña (Puerto Padre, 1991) nos confirma que El libro de la extraña felicidad (Ediciones La Luz, 2019) es un cuaderno para acompañarnos a lo largo del camino. Incluso la portada —una fotografía de Lino Valcárcel que nos hace recordar algunas páginas neogóticas y tenebristas, o un camino simbólico hacia la luz— evoca el ascenso, el viaje. Cada poema —sus confesiones y búsquedas—nos parece tan próximo que nos invade, después de la lectura, similares afirmaciones, dudas y deseos como somos capaces de aprehender.

En alguno de sus poemas, el mexicano José Emilio Pacheco escribió que el verso solo vive cuando se encuentra en el lector. Poeta y lector se identifican y se hacen uno. Idéntica materia etérea. La poesía no explica, sino indaga. Busca ella en los entresijos de la vida, excava, ahonda.

Hoy mi pájaro azul ya es incoloro/ y olvida que soy triste. Que no lloro.

Liliana —a quien conocemos en las lides del repentismo y la décima escrita, que conllevan al ejercicio de la palabra y sus posibilidades, puestas en función del verso— nos entrega un cuaderno de sonetos, estructura compleja y ambiciosa, que para mí —aunque confieso:soy un lector no asiduo de la mecánica clásica contemporánea— porta la fuerza de los maestros cultores de esta composición en la que priman en versos de arte mayor, los endecasílabos en su forma clásica. Esta tradición, esta pureza, transmuta su abolengo y se encamina hacia nuevas formas de expresión, diferentes usos de la palabra y el lenguaje que buscan, en las estructuras clásicas y sus posibilidades, maneras de experimentación formal con las bases originales del soneto.

Puedo beberme todo, sin embargo/las aguas que se juntan en mi lengua/no me curan la sed ni la memoria.

Cuando leo a mis contemporáneos —sobre todo los de mi generación, nacidos a inicios de la década de 1990— otra cuestión me asalta a simple vista, pues sobrevuela los poemas: nos acompañan en el vía crucis de la poesía, de la literatura, que es el vía crucis de la vida misma, similares voces tutelares, similares maderos a donde aferrarnos. Voces que, en este caso, componen las múltiples influencias creativas de Liliana Rodríguez. El libro de la extraña felicidad, por tanto, es también un homenaje y un receptáculo de poéticas de escritores y artistas queridos: Charles Bukowski, Frida Kahlo, Gastón Baquero, Wolfgang Amadeus Mozart, Haruki Murakami, Mahatma Gandhi, Fernando Pessoa, Raúl Hernández Novás, Anna Ajmatova, Czeslaw Milosz, Alfonsina Storni, Jim Morrison, Roberto Juarroz, Amy Winehouse, Federico García Lorca, Gustavo Adolfo Bécquer y John Lennon, encuentran eco y continuidad en su poesía. Ecos —en forma de versos— que nos resultan familiares, queridos y cercanos, necesarios.

Aunque a ella —a Liliana— no le interesa ser un porvenir provisto de ilusión. Pues la mayor felicidad que puedes tener es saber que no necesariamente necesitas la felicidad, como diría Saroyan.

Los poemas de El libro de la extraña felicidad, estos sonetos de Liliana, pueden salvarnos en la medida en que puede hacerlo la poesía. Y la poesía es una forma, una de ellas, de la felicidad.

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