Dos hallazgos confirman que el arte es mucho más antiguo de lo que creíamos, como una cualidad inherente al ser humano
Si hubiera que elegir una sola cualidad como el rasgo inherente a la humanidad algunos hablarían de la empatía, otros de la resiliencia, y otros, un poco más científicos, de la autoconciencia de la muerte… pero un grupo, seguramente algo más sensible, se atrevería a mencionar al arte. Tal vez para argumentar la selección bastaría constatar que precisamente el arte, en sentido amplio, es lo único capaz de condensar todos esos rasgos anteriores en una sola expresión, y desde que lo descubrimos, no hemos podido, ni querido, separarnos de él.
Hace exactamente dos años atrás, un hombre llamado Pak Hamrullah descubrió una cueva ignota en la isla de Célebes, en Indonesia, y accidentalmente, como muchas de las grandes cosas de la historia, sus ojos miraron por primera vez en miles de siglos lo que hoy se empieza a identificar como la obra de arte figurativo más antigua que se conozca: un lienzo de roca de más de cuatro metros de largo con una polícroma escena de caza vivamente estampada.
Al menos 730 días fueron necesarios para que un equipo de arqueólogos lograra asegurar con certeza, en la revista Nature, que esta es la expresión figurativa más longeva de nuestra especie que se conserve.
Con esa extraña sensación de contactar emocionalmente con personas remotas en el tiempo, los investigadores estudiaron la representación de dos jabalíes y cuatro búfalos enanos en torno a los cuales pueden verse al menos ocho figuras más pequeñas que parecen humanas acechando con lanzas o cuerdas.
Para satisfacción de los historiadores del arte, otro descubrimiento realzó el valor de la obra: se cuenta una historia, la primera de la que hay constancia.
Para gusto de arqueólogos y antropólogos, los depósitos minerales acumulados sobre tres de las figuras de animales indican que se pintaron hace al menos 43 900 años. Gracias al estudio del color y su nivel de deterioro, los científicos concluyeron que todas las figuras se hicieron a la vez y por lo tanto, en efecto, componen una narración.
El artista, sin firmas ni subastas rimbombantes, es el Homo sapiens, nuestra especie, que, apunta BBC, arribó a estas islas asiáticas hace entre 40 000 y 50 000 años, lo cual definitivamente añade toda la emoción de estar observando lo que uno de nuestros semejantes temió, sintió y quiso perpetuar hace demasiado tiempo.
«Pensamos que además es el ejemplo más antiguo de obra narrativa y tal vez de espiritualidad», afirmó el arqueólogo Adam Brumm, de la Universidad Griffith (Australia) y coautor del hallazgo.
Pero esto de la mayor antigüedad es siempre tema discutido en el mundo de la arqueología y, por supuesto, actualizado constantemente. La obra de la que se tenía constancia de mayor longevidad antes de surgir estos cazadores indonesios era la del hombre pájaro, una representación de la cueva de Lascaux, en Francia, con una estampa que parece sacada del más moderno surrealismo, en la que un protagonista masculino, con cabeza de ave y pene erecto enfrenta a un bisonte destripado.
Algunas de las figuras humanas de la cueva parecen tener hocico o pico que el equipo identifica como teriántropos —una figura de ficción que mezcla rasgos animales y humanos.
El equipo de Brumm parecía destinado a rescribir la historia del arte cuando un año atrás encontraba en la isla de Borneo la imagen de un animal ensartado datada en 40 000 años y desplazaba el origen del arte rupestre de Europa a Asia definitivamente. Pero en el caso de Célebes, el equipo identificó que el hallazgo databa de mucho antes. «Esto nos obliga a preguntarnos si los humanos modernos desarrollaron la capacidad artística cuando salieron de África (hace unos 70 000 años)», enfatizaba el autor principal, dejando en el aire un enorme campo de estudio que seguirá a su descubrimiento.
Esculpida en yeso y de cuatro centímetros de altura, una nueva y despampanante Venus ha entrado en la pelea por el arte paleolítico desde Francia, en una vieja excavación en Renancourt. Como interesada en dar la pelea del lado femenino de los personajes, la pequeña estatuilla vuelve a lanzar las enigmáticas preguntas de las Venus prehistóricas: ¿retratos exagerados para rituales de fertilidad, diosas adoradas, o simple divertimento sexual moldeado en piedra? No lo sabemos con exactitud, pero ese es otro de los dones del arte.
Lo que sí se sabe de ella, gracias a un equipo del Instituto Nacional de Investigación Arqueológica Preventiva (Inrap) que protagonizó la investigación, publicada en un comunicado oficial, es que como sus abuelas y tías ya conocidas, esta Venus presenta la fascinante esteatopigia que exagera las proporciones de caderas y senos.
Como explica el sitio especializado en ciencia Quo, en esta estatua «los brazos apenas están presentes y la cara está representada sin líneas», lo cual la incluye perfectamente en el canon estético de la tradición estilística gravetense, integrada por las conocidísimas Venus de Lespugue y Willendorf y la Venus en bajo relieve de Laussel.
La nueva Venus de Amiens entusiasma no por señalar hacia nuevos puntos de surgimiento, como el mural de Indonesia, sino por el excepcional estado de conservación, y porque en Francia no se habían descubierto este tipo de estatuillas portátiles desde 1959.
Tanto con los hombres con pico en Indonesia, como con la Venus de Amiens, los hallazgos dejan más preguntas que respuestas, y es esto, precisamente, lo que entusiasma a investigadores del Paleolítico.
La representación de escenas con personajes que integran rasgos animales y humanos revela la primigenia necesidad de expresar algo más allá de la realidad al alcance, y la rutina diaria.
Tal vez con fines rituales, como atraer para sí esas virtudes, una teoría que parece ser la de mayor consenso en este tema; o bien para dejar constancia de un buen botín con ciertos elementos idealizados, lo cierto es que estos hombres pájaros supercazadores, y estas mujeres de anchas caderas y sensualidad nos dejan un mensaje muy claro: el arte va en nuestras venas, viene de cualquier parte sin creer en primacías europeas, y en todos lados lleva el mismo sello, el de nuestros temores, ansias y sueños más profundos, esos que surcan los miles de años para venir a generarnos el mismo estremecimiento que sintieron nuestros remotísimos antepasados. Después de todo, es cierto, ars longa, vita brevis.
La Venus descubierta en Amiens revela rasgos comunes con sus antecesoras, y similares enigmas sobre su función. Foto: Tomada de La Vanguardia