Nuevos acercamientos antropológicos demuestran que las guerras en la cultura maya fueron más intensas de lo pensado
Si alguna civilización antigua es suficientemente enigmática para continuar intrigándonos con el paso del tiempo, es la de los gloriosos mayas que habitaron Centroamérica antes del choque del «viejo» y el «nuevo» mundo.
Aunque las novedosas técnicas Lidar de resonancia nos han permitido conocer algo más sobre ellos, y años de investigación nos los han acercado, lo cierto es que aún hay varios misterios mayas que se nos escapan.
Algunos, convertidos en verdaderas obsesiones, roban la tranquilidad a antropólogos mayistas, y no es extraño que cada un par de meses algún nuevo descubrimiento revele una faceta desconocida de nuestros ilustres ancestros americanos.
Esta vez, es la enigmática ciudad de Bahlam Jol la que se pone al centro de la mira arqueológica. Un petroglifo daba fe de que la ciudad fue «quemada»; sin embargo, se desconocía el lugar del asentamiento, y la precisión de la traducción, pues la palabra posee muchas acepciones diversas. No ha sido hasta este mes que se ha dado a conocer el verdadero sitio de la ciudad misteriosa, y lo que sus restos nos han revelado, en un estudio publicado por la revista de antropología Nature Human Behaviour, es capaz de rescribir la historia de un período completo de historia maya.
El 21 de mayo de 697, de acuerdo con las escrituras mayas, la ciudad de Bahlam Jol «se quemó por segunda vez», así rezaba la inscripción que llevó a todo un estudio interdisciplinario.
Ya se sabía, por las representaciones mayas, que la guerra no era cosa ajena a esta cultura. Sin embargo, el consenso de los historiadores había repetido durante años que los mayas no habían incursionado en conflictos importantes hasta después del año 800, cuando comenzaron guerras más violentas y el inicio del colapso de la civilización.
Ahora las ruinas que los arqueólogos conocen como Witzná, en el norte guatemalteco, han revelado su verdadera identidad, Bahlam Jol, y han demostrado que la región sufrió un devastador incendio. Pero lo más sustancioso que revelaron fue la magnitud bélica del siniestro. La ciudad fue reducida a cenizas como parte de una estrategia bélica que se aseguraba de arrasar todo el territorio, y a todos sus habitantes, en lugar de centrarse en importantes jefes, como en otros períodos. Todo indicaba que se trataba de una guerra de gran magnitud.
Acaso lo más curioso del descubrimiento, que rescribe el período anterior al 800 sin los tradicionales tintes pacíficos, sea que el estudio responsable no andaba precisamente buscando estudiar la historia. Se trataba de un proyecto más centrado en determinar el impacto de la humanidad en el deterioro ambiental en la antigüedad.
«Este incendio fue gigantesco», dijo David Wahl, geógrafo del Servicio Geológico de Estados Unidos y uno de los autores del estudio, quien comparte una doble naturaleza como investigador, pues ha estudiado a los antiguos mayas desde hace dos décadas a la vez que indaga en el impacto que tuvieron en el clima y el medioambiente.
Al descubrir las revelaciones de Bahlam Jol, afirmó que una capa gruesa de restos de carbón en los sedimentos de un lago cercano a la ciudad era muestra de la intensidad impresionante del conflicto. «No se parece a nada que haya visto en los 20 años que llevo haciendo este trabajo», afirmó.
Los tzompantlis, o muros de cráneos, podían ser esculpidos, o con cabezas reales de enemigos sacrificados, como este muro de Chichén Itzá. Foto: Tomada de Pinterest
Pero los mayistas suelen ser cautelosos antes de hablar de grandes descubrimientos. Los antiguos indígenas prehispánicos han demostrado ser más difíciles de descubrir que el ansia de grandes titulares periodísticos. David Freidel, profesor de Arqueología en la Universidad Washington en San Luis, halagó la nueva investigación como «elegante y convincente» al lograr enlazar pruebas ambientales y arqueológicas, pero fue cuidadoso al afirmar que se pueda rescribir el período anterior al 800.
Los habitantes comunes de la ciudad sí fueron blancos del ataque. «La incineración de Witzná demuestra que existía la guerra total», comentó, pero otros casos de violencia extrema durante el período del año 100 al 250, incluida la destrucción masiva en Tikal, son intensamente conflictivos, y no califican a todo el período como altamente bélico.
Otra de las eternas obsesiones de mayistas de ayer y de hoy es dar con las causas de la caída del imperio indígena, por el siglo VIII, cuando comenzaron a abandonar los centros urbanos, hasta desaparecer.
Hace apenas un par de meses, otro descubrimiento de la faceta bélica de los mayas pareció apuntar a otra pista al respecto. Se trataba de dos cráneos usados como trofeos de guerra, de los que quedaban aún los restos de la mandíbula decorada.
Enterrados hace más de mil años en la ciudad maya de Pacbitun junto al cuerpo de un guerrero, los cráneos estaban decorados de manera similar a las representaciones de trofeos de guerra halladas en pinturas y petroglifos y reafirman que junto a la sequía, y la creciente superpoblación, la violencia y la guerra supusieron un factor esencial en el fin de varias ciudades de las tierras bajas meridionales, como demuestran las fortificaciones construidas precipitadamente identificadas mediante tecnología Lidar también recientemente.
«Los cráneos trofeo proporcionan una interesante prueba de que el conflicto pudo ser de carácter civil y enfrentar a los poderes emergentes del norte con las dinastías tradicionales del sur», afirmaba para The New York Times el mayista Gabriel D. Wrobel.
Los recipientes cerámicos hallados junto al guerrero de Pacbitun y su cráneo trofeo se fechan en los siglos VIII o IX, justo antes del abandono de la ciudad, época en la que los asentamientos del norte de Yucatán iban adquiriendo predominio sobre los menguantes del sur.
Junto a la presencia de los cráneos, las representaciones de cráneos y huesos, de ejecuciones y decapitaciones de prisioneros, pueblan las regiones sureñas señalando hacia la misma hipótesis: la guerra fue más determinante de lo que se pensaba en la decadencia maya.
En Pakal Na, otro yacimiento de Belice, al sur, la presencia de un cráneo trofeo similar reveló que su poseedor provenía del norte, apuntalando aún más la teoría.
Otros arqueólogos especializados en el tema, como Patricia McAnany, sostienen que la presencia de individuos procedentes del norte en los valles fluviales de Belice central podría asociarse con la lucha por el negocio del cacao, símbolo de poder y objeto ritual de gran importancia en la época. Además, apuntan que otras evidencias en la zona sugieren la existencia de una familia real norteña con creciente poderío por la fecha de la decadencia.
Aunque estos últimos son estudios en curso, en el presente sí es posible afirmar que los mayas eran más guerreros de lo que sabíamos, y que de un modo u otro, se las han arreglado para dejarnos sus señas de a poco, como si la obsesión por descubrirlos totalmente estuviera pensada para nunca dejarlos morir.