Casi todos sabemos que ratas y perros han aportado mucho a la experimentación, pero otras especies también han entrado a los laboratorios
Más de una vez he pensado en lo útil que sería para la ciencia que el cerebro de un viejo conocido mío fuera analizado. No debe ser algo particular. Siempre hay una persona cuya enrevesada manera de ver la vida podría desterrar misterios de la siquiatría si fuera estudiada en un laboratorio. Al menos, no lo neguemos, hay quien nos hace sentir así.
Pero más allá de un simple chiste, hay seres que sí han dejado todo en un laboratorio en nombre de un gran aporte a la humanidad. En esa masa animal que han sido los «conejillos de Indias», los perros, los simios y las ratas son acaso los más conocidos. Pero hay un grupo que es aún más anónimo.
En ese grupo queremos hoy adentrarnos para conocer un poco las especies implicadas en grandes descubrimientos y polemizar sobre el uso de animales en experimentación científicamente necesaria.
Los beagles son los perros más usados para experimentos. Foto: Tomada de Concientiza.
La mosca de la fruta (Drosophila melanogaster) ha sido considerada por el escritor y divulgador científico español Pedro Gargantilla la reina animal de la genética. Ese insecto, que es nombrado de tal modo porque se alimenta de frutas fermentadas, puede llegar a desovar cientos de huevos al día, lo que permite a los genetistas estudiar varias generaciones en tan solo una jornada.
Thomas H. Morgan (1866-1945) iniciaría sus estudios cromosómicos en estos animales, y desde entonces los laboratorios de genética no han dejado de trabajar en la mosca de la fruta. Así que no es poco lo que le debemos.
Edward Jenner (1749-1823), el médico inglés que consiguió descubrir la vacuna contra la viruela, es otro de los que debe mucho a los animales de laboratorio. Pero no a los más comunes. Su estudio lo realizó en la vaca, animal que terminó por bautizar a todas las curas similares a la de Jenner: vacuna.
Jenner observó que las ordeñadoras que contraían la viruela bovina (cowpox) quedaban inmunizadas frente a la viruela humana (smallpox). A partir de ese dato elaboró su vacuna con el líquido que obtuvo de las pústulas bovinas y sentó un precedente para la vacunación en general.
Otro de los animales poco comunes, pero que aportó mucho a la ciencia fue la oveja. Hasta los más neófitos reconocen el nombre de la oveja Dolly, el primer animal que fue clonado, en el año 1997. El suceso tuvo lugar en el Instituto Roslin de Edimburgo, y abrió la puerta a un debate ético que todavía genera polémicas, sobre todo a partir de los más recientes aportes de la edición genética y la falsa noticia de una edición en un bebé humano.
Las pruebas en animales se remontan a la antigüedad, con médicos como Erasístrato (siglo III a. C.) y Galeno (siglo II d. C.), que analizaban la anatomía de cerdos y cabras a partir de vivisecciones. Hay escritores, como el patólogo e inmunólogo Ruy Pérez Tamayo en su artículo La investigación médica en seres humanos, que se atreven a rastrear esta praxis hasta la prehistoria.
El profesor emérito de la Facultad de Medicina de la UNAM considera que cada vez que un animal doméstico era curado para lograr realizar una tarea «se estaba realizando un experimento médico». Lo cierto es que a partir de la Ilustración, cuando todo tipo de exploraciones del conocimiento tomaron un gran auge, la investigación en animales alcanzó terrenos tan diversos como la medicina, la química, la biología, la farmacología, la sicología y la exploración espacial.
Los experimentos sobre comportamiento condicionado de Ivan Pavlov, con perros que salivaban al oler la carne, son acaso de los más famosos. En 1921 los médicos Frederick Banting y Charles Best lograron aislar y producir la hormona insulina tras extraerla del páncreas de cerdos, alcanzando el trascendente paso de tratar médicamente la diabetes.
En 1949, Estados Unidos envió al espacio a un mono rhesus llamado Albert II en un cohete V2, que llegó a 134 kilómetros de altitud, y en 1957 la perra Laika se convirtió en el primer ser vivo en orbitar el planeta en la cápsula soviética Sputnik II. Todos estos mártires en nombre de la ciencia formaron parte de verdaderos saltos de calidad para la vida de millones de personas en el mundo.
Sin embargo, aunque los avances de los estudios que han utilizado a diferentes tipos de animales son innegables, y hubieran escapado de nuestras manos de no haberse utilizado «conejillos de Indias», lo cierto es que por estos días el tema de la experimentación animal toca hilos muy delicados.
Si se tratara solo de la ciencia médica, la comprensión de que un animal deba tomar el lugar de un humano es obvia. El problema ético llega cuando los experimentos vienen desde la industria armamentista, la de cosméticos o, incluso, la del tabaco.
El Consejo de Bioética Nuffield (organismo no gubernamental que reporta y examina casos polémicos en biología y medicina) calcula que podrían ser entre 50 y cien millones de animales los que cada año se utilizan con fines científicos. La cifra incluye desde peces hasta primates no humanos, aunque más del 90 por ciento son ratas y ratones.
Aunque se trata en buena parte de estudios de tipo médico, y con utilidad social relevante, algunos grupos protectores de la fauna no opinan lo mismo.
El pulseo entre sectores amantes de los animales es una reacción lógica y respetada por muchos científicos. Sin embargo, hay casos que generan preocupación. Para ilustrar las tensiones entre comunidades, el caso del inmunólogo colombiano Manuel Elkin Patarroyo, quien desarrolló la primera vacuna contra la malaria, es bastante aleccionador.
En 2008, el científico estableció en su país natal una colonia de monos nocturnos (Aotus nancymaae) procedentes de Perú y Brasil. Esos primates poseen un sistema inmunitario similar al humano, por lo que el ganador del Premio Príncipe de Asturias pretendía probar vacunas sintéticas contra la malaria, que afecta a dos millones de personas en naciones pobres.
Pero en 2012 un tribunal administrativo le revocó los permisos para capturar a esos animales como especímenes de reproducción en sus colonias. El tribunal alegó violación de controles de estudio, caza e importación de especies, así como de normas locales sobre fauna silvestre. La demanda, interpuesta por la primatóloga Ángela Maldonado (de la organización conservacionista Entropika), procedió, y los estudios para obtener una mejor vacuna contra la malaria quedaron estancados.
Muchos grupos profauna defienden la experimentación que cumple con los estándares de protección de ecosistemas en pos de un bien humanitario. Esos se enfocan en denunciar el uso de animales para experimentaciones para cosméticos o en pruebas de toxicidad en la industria química.
Mientras, algunos otros siguen patrones más particulares de lo que consideran que es la protección animal, y llegan a desestimar los resultados médicos que se puedan generar en laboratorios. Quizá, una vez más, lo que los mártires animales de la ciencia tienen para mostrarnos, es el bien que puede nacer del equilibrio entre buena ciencia y ética.