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Playa, sol y… bomba atómica

Proliferan estudios que descubren restos de los efectos atómicos en lugares y organismos impensados

Autor:

Iris Oropesa Mecías

Un comensal ante un buen plato de mariscos en algún fino restaurante asiático podría estar ingiriendo radioactividad resultante de la bomba atómica de Hiroshima.

No es que esta columna se haya mudado a hacer humor absurdo. Es que estudios recientes han hallado restos radiactivos de la bomba Little Boy en lugares y organismos jamás imaginados.

Uno de esos lugares es precisamente el cuerpo de cientos de crustáceos que han ingerido microrganismos impactados por la radiación derivada de la bomba de 1945.

En el mar la vida es más… ¿sabrosa?

Desde fines de la década de los años 50 se había descubierto que varias especies que viven en la superficie oceánica habían incorporado carbono procedentes de las bombas nucleares en su cuerpo.

Pero ahora Geophisical Research

Letters publicó la investigación que estudió especies de las grandes profundidades marinas para hallar que incluso en las distancias mayores bajo el nivel del mar el impacto de las bombas se ha integrado a los organismos de crustáceos.

Hasta en la Fosa de las Marianas, el punto más profundo del océano, fueron localizados organismos con este tipo de rastro radiactivo integrado a sus cuerpos.

Si uno se pregunta cómo llegan estas sustancias a los sitios más profundos, la respuesta no está en ninguna corriente o movimiento marino, sino en la cadena alimenticia, esa misma que provoca que usted y yo podamos ingerir el plástico diluido de nuestros productos de limpieza en lo que comemos.

«Aunque a la circulación oceánica le llevaría cientos de años para llevar agua que contenga restos procedentes de las bombas atómicas a la zanja más profunda, la cadena alimentaria lo logra mucho más rápido», dijo el autor del estudio, Ning Wang, geoquímico de la Academia de Ciencias de China.

Las conclusiones del estudio alertan sobre la rapidez con que cualquier sustancia puede ser transportada e integrada a la cadena alimenticia en el mar. No solo los restos de bombas atómicas, la contaminación humana penetra cada vez más rápido en la red alimentaria y la Fosa de las Marianas, con una profundidad máxima conocida de 11 034 metros, se convierte en un importante medidor del alcance de esa contaminación.

Ven a dorarte en la radiación

Otra pregunta sobre los daños derivados de ese horror que fueron las bombas nucleares era a dónde fueron

a parar las decenas de edificaciones,

vehículos y objetos que fueron arrasados aquel agosto siniestro.

Y la respuesta la trajo otra investigación que se publica por estos días en la revista especializada Anthropocene. Fueron a parar hasta la arena de las playas japonesas.

Lo descubrió por vez primera Mario Wannier, cuando paseaba por las playas de la península nipona de Motoujina y se dio cuenta de que la arena era algo… extraña.

Marc de Urreiztieta, un colega, hallaría después granos de arena que por su rareza, supo le interesarían a su compañero de disciplina. Pero tal vez en aquel inicio del estudio jamás pensaron que pudieran provenir de todo lo arrasado por las explosiones nucleares.

El gran número de «partículas de vidrio redondeadas», muy diferentes de las cuarcitas y feldespatos que forman el grueso de una playa parecían recordarles los materiales fundidos y solidificados de una erupción volcánica. Excepto porque en 200 kilómetros a la redonda en Hiroshima no ha habido actividad volcánica en el periodo histórico.

Rápidamente la investigación se extendería a seis playas de la península y la cercana isla de Miyajima. La ayuda de la tecnología, con microscopios ópticos, electrónicos de barrido y el acelerador de partículas (sincrotón) del Laboratorio Nacional Lawrence Berkeley, de Estados Unidos, encauzaban el análisis petrográfico de las muestras para desentrañar el misterio.

La concentración de partículas vítreas es muy alta. Por cada kilogramo de arena seca, había 18 gramos de materiales vidriosos. Tomando la proporción como general, la masa de estas partículas en la capa superficial (diez centímetros) rondaría las 36 000 toneladas solo en las playas de Motoujina, explicaron los autores.

Aun así, uno pudiera pensar que otro fue el origen de las brillantes esferas vidriosas de las playas. Pero no. «Todas estas partículas tienen en común un

origen en un ambiente de alta temperatura y alta velocidad. Algunas partículas (por ejemplo los vidrios filamentosos

con vesículas) no tienen analogías con

partículas conocidas», explicó Wannier al diario español El País.

«Los vidrios cuajaron muy rápidamente después de haber estado en un estado fluido. Como este proceso se produjo en un ambiente donde este material se movía con alta velocidad, los fluidos tomaron una forma aerodinámica durante este cambio de temperatura», añade.

Aun así, los científicos no se dejaron seducir por la emoción del momento, «contrastamos nuestra hipótesis meticulosa y rigurosamente con todas las

alternativas contaminaciones naturales o industriales (áreas de dispersión de polvo cósmico, lluvia volcánica, tifones, las mareas de la bahía de Hiroshima, fuegos artificiales, un incendio que hubo en la factoría Mazda —fabricante de automóviles—...) Una concienzuda investigación complementada por los análisis realizados por Hans-Rudolf Wenk, de la Universidad de California Berkeley», asegura el geólogo vasco.

Gracias al sincrotón, identificaron microscópicos glóbulos de cromo y hierro y otras partículas compuestas de carbono y oxígeno. «Había formas bastante inusuales. Algo de hierro y acero puro. Algunas de ellas tenían la composición de los materiales de construcción», añade.

La prueba final realizada por los investigadores para asegurarse de sus hipótesis fue comparar las arenas vidriosas de Hiroshima con la trinitita, el material residual de la explosión de Trinity, la primera bomba atómica, detonada en el desierto de Nuevo México días antes del 6 de agosto de 1945. El proceso de formación y estructura vítrea era muy similar al de esta arena de Hiroshima, que no dudaron en llamar hiroshimaítas.

A dónde van nuestras sustancias

Lo más preocupante de estudios como estos no es solo que apunten a un hecho del pasado sobre el cual reflexionar. Además, siguen demostrando que la «disolución» es un mito. La introducción de contaminantes nocivos en los ecosistemas incluye desde plaguicidas, herbicidas, fertilizantes químicos, detergentes, productos de belleza, hidrocarburos, aguas residuales, plásticos y otros sólidos que no terminan por irse a «ninguna parte» aunque no sean observables a simple vista.

Los restos vidriosos camuflados como arena en las playas estudiadas, fueron bautizados como hiroshimaítas. Foto: Tomada del perfil de Facebook de Antropocene

Muchos de estos contaminantes se acumulan en las profundidades del océano, donde son ingeridos por pequeños organismos marinos a través de los cuales se introducen en la cadena alimentaria global. Y en ese ciclo, sí llegan a aquel plato de cualquier comensal. Entonces no hay distinciones entre el rico que pide un marisco muy refinado, y el pobre que compra dos pescaditos para el almuerzo.

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