Un grupo italo-germano de geólogos ha descubierto la raíz de un mito romano de siglos: las «puertas infernales» de Frigia
«Este espacio está lleno de un vapor tan misterioso y denso que uno difícilmente puede ver el suelo. Cualquier animal que pase más allá conoce instantáneamente la muerte. Intenté pasar unos gorriones e inmediatamente exhalaron su último aliento y cayeron muertos».
Esas no eran las palabras de ningún documental de seudociencia, hablaba Estrabón (64 a.C.–24 d.C.), geógrafo e historiador griego, para referirse a las llamadas «puertas del infierno» en la ciudad de Hierápolis en la antigua Frigia.
El tono general de las leyendas acerca del tema en tiempos antiguos eran muy similares. Los aedos helenos cantaban a sus oyentes sobre el Tártaro, que según sus poemas se hallaba por debajo del inframundo y el Hades. Durante siglos, niños, viejos, mujeres y jóvenes tuvieron siempre la preocupación de contar con algún ser querido que se ocupara de asegurarles un par de monedas para Caronte, el ácido barquero que debía transportar sus almas a través del río Aqueronte para que no quedaran atrapadas en el mundo de los vivientes.
El mito romano reciclaría luego la idea de un inframundo y de la deidad del Hades como regente malévolo del lugar de tormento. Y con la llegada del judeocristianismo, el mito del infierno adquiriría matices que tiñeron para siempre la cultura occidental y mundial. Quizá el punto más renovador: la posibilidad revolucionaria de vencer al hasta entonces insuperable mundo de condenación sin fin.
Para un cubano de hoy, acaso la «puerta del infierno» le resulte más parecida a las del P 14 cuando el cobrador-conductor grita un siempre tormentoso «¡Dale, que abro por atrás o te quedas!», pero lo cierto es que la naturaleza terrible del lugar de muerte eterna no cambia mucho en sus características culturales esenciales de una civilización a otra.
Por eso era un hecho común que en las culturas antiguas se localizaran espacios geográficos reales como nexos o canales de entrada a las dimensiones infernales.
Científicos de la Universidad de Salento, en Italia, han redescubierto recientemente uno de esos enigmáticos lugares y con el gesto cientificista usual, se han dispuesto a espantarle la «solemnidad» del pensamiento mágico como se espanta a un insecto molesto. ¡Y bien que les ha salido!
Según la revista norteamericana Science Alert, se trata de una cueva localizada en Turquía que pertenecía a la antigua Frigia y era utilizada para el sacrificio de animales por parte de sacerdotes.
Se cuenta, según vox populi y los anales literarios, que un vapor inexplicable y letal recubría el lugar, pero no era mortal para los propios sacerdotes. Los asistentes a ceremonias oficiadas en la «puerta infernal» podían observar desde sus asientos como un toro desfallecía ante los misteriosos vapores en cuestión de pocos segundos.
Con ese misterio como provocación, el grupo de científicos se dio a la tarea de asomar la cara a la mismísima puerta de la muerte... a ver si se asomaba alguien.
«Un movimiento sísmico subterráneo, mediante el cual gran cantidad de dióxido de carbono es expulsado a la superficie ocasionando la muerte a los animales, pero no a los sacerdotes». Esa fue la «contraleyenda» esgrimida por el grupo de arqueólogos que visitó el misterioso lugar en Turquía.
Expertos alemanes de la Universidad de Duisburg-Essen colaboraron analizando muestras de los niveles de dióxido de carbono en la zona alrededor de la cueva y encontraron que el gas alcanza en el lugar una densidad tan alta que forma una especie de lago que se eleva unos 40 centímetros sobre el suelo, lo que aporta una visualidad muy característica al espacio.
El vulcanólogo Hardy Pfanz, de la Universidad alemana, guio al grupo italiano hacia las evidencias geológicas y halló una fisura que causaba el escape de dióxido de carbono volcánico a niveles tan inusualmente altos.
Durante el día, detalló Science Alert, el sol causa la disipación del gas a niveles más bajos, pero es más letal al amanecer, momento en el cual alcanza una concentración que supera el 50 por ciento en el fondo del «lago» gaseoso y cerca de un 35 por ciento a unos diez centímetros de altura, densidades que podrían incluso llegar a afectar de modo grave a un humano. Sin embargo, la concentración es mucho más baja después de los 40 centímetros.
El equipo italiano-germano también notó que había un gran elemento turístico en el tema de las propiedades de la «puerta» desde tiempos antiguos. Un mecanismo de marketing mantenía viva la leyenda, propiciando la compra de pequeños animales para sacrificio.
«Mientras el toro era colocado al alcance del vapor del lago en su boca y hocico a una altura de entre 60 y 90 centímetros, el sacerdote siempre se colocaba teniendo cuidado de que su boca y nariz estuvieran alejadas del gas (...) Está registrado incluso que en ocasiones los sacerdotes usaban piedras para pararse encima», detallaron en el estudio, también publicado en la revista Archaeological and Anthropological Sciences.
De esta manera, los participantes en las ceremonias en la afamada «puerta del infierno» veían a los grandes toros sucumbir, mientras los sacerdotes, conocedores de la toxicidad del gas en el lugar, demostraban su superioridad al salir intactos de los rituales.