Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

El nuevo demonio, eso dicen

Autor:

Luis Raúl Vázquez Muñoz

Como van las cosas, desde hace rato parece que la humanidad va a necesitar una alfabetización en redes sociales. Tal vez la causa esté en que los seres humanos necesitamos un demonio delante para endilgarle cuatro trapos. Solo que ahora ese diablo tiene acordes en plural: demonios, diablillos, cosas fu. 

 Y, para rematar, con nombres diversos: Facebook, Instagram, X (antes Twitter, con su pajarito azul, hasta que Elon Musk dijo: «Aquí estoy yo», y se lo pasó por la piedra), Youtube, TikTok, Threads, WhatsApp, Telegram o Menéame (qué nombrecito).

 Es posible que dentro de un tiempo aparezca una nueva, una más en un bosque que se vuelve más intenso. Aunque de ahí a quitarle el pastel de primeras en el vecindario a Facebook, WhatsApp o Instagram, pues parece que no. Que ahí la cosa es para andar un trecho, amiga mía, aun cuando venga en su ayuda un gestor inmobiliario o de esos que hacen papeles de ciudadanía.

Fíjense ustedes por dónde anda el tema. De acuerdo con Statista, un portal alemán, con acceso a más de un millón de estadísticas sobre más de 170 sectores industriales de unos 50 países, Facebook se mantiene en su trono con más de 3 000 millones de usuarios, seguido por Youtube (2 530 millones), Instagram y WhatsApp (2 000 millones cada uno) y TikTok, que, con todo el pataleteo de los gringos, luce 1 590 millones de seguidores.

Al asunto le entra un nuevo tipo de sazón (y parece que no es artificial) con la cantidad de seguidores. Las plataformas Social Network y Datareportal dicen que, en lo que va de 2025, en el mundo ya existen 5 310 millones de usuarios de redes sociales, el equivalente al 64,7 por ciento de la población mundial. 

La velocidad de crecimiento también anda con aires de Fórmula Uno: en los últimos 12 meses, 241 millones de personas se unieron a las redes, lo que implicó una tasa de crecimiento de 4,7 por ciento y a un ritmo de 7,6 nuevos usuarios por segundo. 

En resumen, a lo que apuntan estos números, tan mondos y lirondos, es simplemente ratificar lo que otros ya han planteado. Que lo de las redes sociales no tiene marcha atrás. Que hay un nuevo estilo de vida ya metido en el mundo, con nuevas sensibilidades (distintas, al menos, a las conocidas por los tembas, ocambos y veteranos de estos tiempos) y con otras maneras (les guste a algunos o no) de entender las relaciones con la sociedad, incluido (oigan bien) el poder político.

La cuestión, sin embargo, es lo que le endilgan. Ellas son el paraíso de las falsificaciones, dicen y se oye a cada rato. La tribuna de las medias verdades, capaces, incluso, de tumbarlo todo antes de tiempo: los Gobiernos, las empresas, los productos, las familias y hasta aquello que, por ley de la vida, se tiene que derrumbar, aun cuando se apoye en las felices bondades de la pastilla azul.

Algo de eso tiene un basamento de verdad. Y todo indica que sí. Que, a la hora de concebir ciertas redes sociales, está una intensión de ciertos tipos (con mucho poder y ya ustedes saben lo otro), de averiguar todo lo que puedan sobre nuestras vidas, incluso, el color de los pelos que crecen en las profundidades de esa otra geografía, donde la espalda cambia de nombre y funciones. 

Sin embargo, ¿esa es toda la realidad? ¿El asunto solo se queda ahí, en el fisgoneo en el que no se debe? ¿Y dónde queda esa otra parte en la que accedemos a fuentes de actualización permanente, y hasta de participación y libertad ciudadana? ¿O será que al asunto no es tanto las redes sociales, con todos los riesgos que ellas impliquen, como el de aplicar un sentido crítico, con cabeza propia y la debida mesura, en la manera de usarlas?

De ahí la necesidad de alfabetizar, a estas alturas del juego. Sobre todo, porque las calificaciones no dejan ver la otra parte del problema. Que con las redes sociales se puede contrastar la información y que podemos llegar a ciertas personas sin pedir audiencia. Que las oportunidades de búsquedas de información y del conocimiento son grandes, nuevas, expeditas. 

 Solo que hay que saberlas usar. Y no es que sea un mundo de inocentes y sin riesgos. ¿Pero es que alguien puede decir dónde ese planeta existe? Dígalo, aunque solo sea para verificarlo por una red social.

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