En estos días las recogidas en casa me devolvieron una vieja carpeta que guarda documentos de hace casi siete años. Son archivos de aquellos días finales de noviembre y diciembre de 2018 que me llevaron a la ciudad brasileña de Sao Paulo como enviado especial para realizar la cobertura de la inesperada salida de los galenos nuestros que participaban en el programa Más Médicos, luego de que Cuba decidiera no seguir en él a partir de las declaraciones directas, despectivas y amenazantes del entonces mandatario Jair Bolsonaro, por la presencia allí de profesionales de la Salud de la Isla.
Una rara mezcla de sentimientos encontrados me sacudió el desempolvar cada uno de esos documentos y volver a la computadora donde están guardados celosamente grabaciones, fotos, videos…, parte de un capítulo muy importante de la solidaridad y la cooperación médica cubanas y de mi labor periodística.
Experimenté un poco de rabia por la ignominia que entonces Bolsonaro y sus lacayos cometieron contra la dignidad y los principios de este pueblo y su ejército de batas blancas, pero fue más grande el regocijo que sentí al releer las historias, los testimonios, las vivencias y anécdotas contadas a este reportero por nuestros colaboradores, así como por pacientes, autoridades…
Como en aquel instante preciso, me estremeció el orgullo, la fuerza y el aliento con que hablaban los entrevistados, porque la labor de nuestros médicos en lugares de pobreza extrema, en favelas de Río de Janeiro, Sao Paulo, Salvador de Bahía, en los 34 distritos especiales indígenas, sobre todo en la Amazonía, fue una página de humanismo y sentido del deber ampliamente reconocida, muy especialmente por la población, pero que también mereció el elogio de las autoridades del país.
Hay expresiones muy conmovedoras de aquellos hombres y mujeres, hasta de niños que al conocer la triste noticia del regreso de los nuestros decían con pesar: «Ahora nos quedamos sin médicos, sin su cariño; ustedes son como un Dios», «¿Quién va a curar las enfermedades de mi hijo? Los llevaremos siempre en el corazón» o la de aquella señora que llegó hasta el aeropuerto a despedir a sus médicos, quienes habían salvado a su pueblo «dándole mucha salud y amor».
En esos documentos también está la historia del distrito de Batinga, en la ciudad de Itanhém, en Bahía, el cual organizó una marcha con toda la comunidad para despedir al doctor Ramón Reyes Díaz, quien durante años les brindó atención médica pero, sobre todo, su corazón, y se ganó la simpatía de los lugareños. Salieron con carteles en los que agradecían lo bueno que hizo, y esperanzados, le dejaron saber también que lo esperarían, que contaban con la posibilidad de que él regresara algún día.
Fue y sigue siendo hermoso constatar esas manifestaciones de admiración, respeto y simpatía, porque los galenos de esta Isla fueron más que médicos, y no es un eslogan, es una certeza: ellos llegaron a donde nadie llegó, para curar y atender enfermedades conocidas y desconocidas, para animar el alma de los necesitados y para ser mejores seres humanos y profesionales.
Así ha sido desde 1963, cuando Cuba envió su primera brigada médica a Argelia. En las selvas de Guatemala o Honduras, en las montañas de Haití, en los cerros de Venezuela o en las comunidades indígenas de Bolivia; y más recientemente, en la lucha contra la pandemia de la COVID-19 en naciones como Italia, México, Sudáfrica…, sitios en los que han trabajado sin descanso, enfrentando enfermedades, epidemias y, a veces, hasta el rechazo infundado de quienes intentan politizar su ayuda.
Entonces, me pregunto: con qué moral el Gobierno de Estados Unidos y sus lacayos abren otra infame campaña contra los programas de cooperación médica que Cuba brinda a más de 50 naciones, lanzando falaces acusaciones contra nuestra labor solidaria y su positivo y significativo impacto en la vida de millones de personas. ¿Por qué son las restricciones a las visas de cualquier persona en el planeta que apoye o se beneficie de dichos programas?
Esta nueva cruzada imperial y fascista es otro intento de doblegarnos y aislarnos, es un chantaje vulgar, una flagrante e injustificada agresión a un país que no cede ni cederá en sus principios, y a los compatriotas que hacen de su misión de salvar vidas un sacerdocio, desde su vocación altruista y humanista.
Si no fueran esas razones suficientes, es preciso recordar en esta hora al presidente Luiz Inácio Lula da Silva cuando en 2018, en carta a nuestro pueblo, expresó que «es muy bonito ver cómo una Isla latinoamericana exporta médicos a todo el mundo. Mucho mejor de lo que hacen los países ricos, que exportan soldados, lanzan bombas a las comunidades pobres. Cuba, por su parte, exporta vida, cariño, salud».
En esa misiva —escrita desde una celda de la Policía Federal en la ciudad de Curitiba y donde nos pidió «sentirnos muy orgullosos de nuestros médicos y de nuestras escuelas de Medicina»—, aseguró, además, que «los lazos de fraternidad existentes entre los pueblos son más fuertes que el odio irracional de algunos representantes de la élite», y que esa era «la lección dada por los médicos cubanos en tantos países del mundo y también en Brasil».
Hoy, casi siete años después, mientras Estados Unidos intenta opacar nuestra verdad, los colaboradores de la Salud cubana siguen llevando afecto, conocimientos, medicinas y hermandad a miles de personas en el mundo. Y la Isla renueva su compromiso: sigue formando médicos —incluso estadounidenses de bajos recursos— en la Escuela Latinoamericana de Medicina, demostrando que otro mundo es posible: uno donde la salud no sea un negocio, sino pasión, ternura, dedicación… un derecho.
Hay que decirlo: las campañas contra nuestros médicos no son solo un ataque a Cuba, sino un golpe a la salud global. Eso lo comprendemos muy bien y, por tanto, nuestros galenos —muchos de ellos muy jóvenes—, continúan en las trincheras del mundo, recordándonos que la solidaridad es una práctica que nos define. Como dijera el Che, «el revolucionario verdadero está guiado por grandes sentimientos de amor».