El 15 de marzo de 1878 no solo se dejaba clara la postura más revolucionaria de los patriotas cubanos ante la desunión, el regionalismo, las indisciplinas y los intereses personales, que habían conducido a la Guerra de los Diez Años hasta el triste episodio del Pacto del Zanjón.
Antonio Maceo, ante los rumores que corrían sin frenos sobre conferencias y tratos con los españoles, tuvo a bien reunirse con Máximo Gómez, otro revolucionario empedernido que no se dejó sobornar por quienes condujeron a la Patria a un acuerdo desleal que no la hacía independiente ni abolía la esclavitud.
La decisión era una: hacerle saber al alto mando español su inconformidad con el convenio de paz que había tenido lugar el 10 de febrero en el Zanjón.
Mangos de Baraguá sería la oportunidad para levantar la honra de quienes no habían depuesto las armas, de quienes aún soñaban y peleaban por una Cuba independiente.
Maceo expresó a Arsenio Martínez Campos su postura e intención de reanudar la guerra. Ocho días después se rompería el corojo, como recoge la historia.
Pero ya estaban muy resquebrajadas las tropas. El caudillismo, entre otros factores muy negativos, lastraron la gesta que hacía casi una década se libraba en el país.
La moral de quienes apostaron por seguir luchando se mantuvo como un bastión en las palabras de Maceo cuando espetó a Martínez Campos: «¡Guarde usted ese documento!», y desde entonces la Protesta de Baraguá es un símbolo de firmeza y honor para Cuba.
Ese día quedó demostrada la solidez del Titán de Bronce como patriota, su pensamiento revolucionario que no declinaría jamás en medio de la crisis moral y el desgaste por los años en guerra que invadía la Isla.
Ningún hecho histórico puede sacarse de contexto, ninguno puede ser extrapolado de su momento, de las causas y consecuencias que lo propiciaron y que provocaron, mas sí puede tener múltiples lecturas.
Han pasado más de cien años desde que la Protesta de Baraguá tejiera en las páginas de la Patria un hecho que trascendería su tiempo, porque sobre todas las cosas, defendía, ante la incertidumbre y la apatía, lo más genuino de quienes se aferraban a la lucha: las ansias de libertad.
Sobre Baraguá dijo Fidel en su centenario: «Las banderas de la Patria y de la revolución, de la verdadera revolución, con independencia y con justicia social, fueron colocadas en su sitial más alto».
No hubo acuerdo entonces que desmoralizara la nación, ni siquiera una tregua extensa. Se consolidaba así, como refieren varios textos que abordan el hecho, el pensamiento revolucionario cubano, ese que forjó una sola Revolución, la que iniciara Carlos Manuel de Céspedes el 10 de octubre de 1868 y que ha mantenido sus principios hasta hoy.
Siempre habrá un Baraguá cuando se hable de injerencia, de dominación, de colonización; siempre habrá un Baraguá cuando las crisis den tres vueltas de rosca y algunos piensen que el camino más sencillo es el de claudicar. En Cuba, siempre habrá un Baraguá.