Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

El Padre de Cuba

Autor:

Osviel Castro Medel

Aquella dramática y absurda muerte, el viernes 27 de febrero de 1874, no deja de quemarnos el alma, por más que hayan pasado 151 años. Las circunstancias de los hechos aún se recuerdan porque resultó demasiado triste ver morir, batiéndose solo, al iniciador de nuestras gestas, al primer Presidente de la República en Armas, al Padre de la Patria.

Cayó Carlos Manuel de Céspedes, sin oropeles en los bolsillos, con total humildad, después de haber sido un señor acaudalado, con «un bastón de carey», fincas, esclavos y títulos.

Su final demuestra que en él sí cabe, con su fuerza, la frase: «Lo dio todo». Porque este hombre, antaño aristócrata, en los días previos a su muerte —y aún antes— había comido, con la mayor naturalidad, «semillas de mamoncillos y dulces de mangos sin azúcar ni miel» junto a otros platos manigüeros.

Nunca hemos de obviar que, al caer por aquel abismo, a punto de cumplir 55 años, el viejo Presidente tenía el brazo izquierdo lesionado, la dentadura deteriorada, la visión escasa por una conjuntivitis que se le complicó. Y, a pesar de eso, no se quejaba de la vida.

Tampoco se lamentaba por toda la sal que le echaron en la herida a lo largo del tiempo: la deposición ilegal que sufrió ante un mar de tropas, las zancadillas que le pusieron desde la Asamblea de Guáimaro, las intrigas de varios. Y es que el verdadero Céspedes, el que no pueden borrar sus enemigos, estaba por encima de cualquier interés personal. Su deseo era ver a Cuba zafada de España, convertida en nación civilizada y virtuosa.

Olvidó los odios y cofradías en su contra, aunque no dejó de lanzar juicios críticos sobre sus adversarios. Pasó los días finales en San Lorenzo —actual territorio de la provincia de Santiago de Cuba— con la conciencia tranquila, sabiendo que había cumplido su compromiso: por él no se derramaría sangre en Cuba.

Vivió sus últimas jornadas jugando al ajedrez y enseñando a unos niños que lo querían con la vida a leer y a escribir las mejores palabras de este mundo.

Ese Céspedes humilde y grande a la vez, maestro de la virtud, imperfecto en la vida, buscador de amores, pensador y estadista, literato y actor, compositor y abogado, fue capaz de preferir la nación antes que su huella en la historia.

Aquel viernes, Céspedes comenzaba otro camino para juntarse con más de 20 familiares que también murieron por la independencia. Su gloria infinita radica en haberse convertido en Padre de Cuba sin pensar en eso; en luchar con las ideas y las armas por una causa, en haber sacudido una nación que dormía y haberla lanzado a los cielos, a conquistar algo más que la libertad.

Comparte esta noticia

Enviar por E-mail

  • Los comentarios deben basarse en el respeto a los criterios.
  • No se admitirán ofensas, frases vulgares, ni palabras obscenas.
  • Nos reservamos el derecho de no publicar los que incumplan con las normas de este sitio.