Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Sin protocolos ni esquematismos

Autor:

Raciel Guanche Ledesma

Subir y bajar el Pico Turquino por Santiago de Cuba en un solo día puede ser, sencillamente, una aventura única,  pero a su vez desafiante. Entre la ida en constante ascenso y el regreso en picada, los 22 kilómetros de trayecto terminan extenuando cada parte del cuerpo.

Mas los dolores musculares, la sed y el escabroso camino quedan a un lado si se vive con intensidad y deseo la experiencia que tiene como momento cumbre el encuentro con Martí en las «nubes», justo en la elevación más alta de la Isla. De ello comenté hace poco en estas páginas, cuando un grupo de jóvenes del hospital clínico quirúrgico Hermanos Ameijeiras realizaron la travesía por esos senderos históricos.

Bien sabemos todos del valor simbólico que lleva implícito para las nuevas generaciones subir el Pico Turquino. Superarnos a nosotros mismos y a nuestras propias capacidades es cosa intrínseca del cubano. Y debo reconocer que si algo me llamó la atención de los muchachos y muchachas del Ameijeiras fue el deseo, aun cuando algunos estaban en las peores condiciones físicas, de llegar a la cima del país y recorrer parte del imaginario revolucionario de la Sierra Maestra.

Nuestra juventud está permeada de una extraña mística para sobreponerse a cada gigantesco molino, enfrentarlo y vencerlo. Así ha sido siempre. La mayoría de los muchachos finalmente subieron a fuerza de voluntad los 1 973 metros de altura, pero otro detalle inesperado me sorprendió (para bien) de vuelta, en la base de la elevación.

Sin sospecharlo, justo en Ocujal del Turquino y ya en el ocaso de la tarde, con las piernas adoloridas, se gestó una especie de debate que bien podría simplificarse, sin haberlo buscado, en la reunión del comité de base de los jóvenes de este hospital. Bastó que alguien encendiera la palabra con cierto comentario, para que cada punto de vista, diverso y sincero, saliera a flote.

Las distintas corrientes de pensamiento se entrelazaron como la vida misma, en que lo absoluto es inexistente. No todos los aventurados eran militantes de la Unión de Jóvenes Comunistas (UJC), pero la mayoría sentía el derecho de opinar sobre nuestra realidad: diversa, difícil y contrastante. Allí, en la penumbra informal de los primeros compases de la noche y tirados en el suelo, emergían los criterios de la juventud plural que habita este archipiélago lleno de matices.

Fuera de la rectitud y el esquematismo, sin previa planificación, la crítica a los problemas cotidianos devino cuestionamiento sobre lo que cada cual hacía en el camino de aportar soluciones desde sus trincheras. ¿Para qué sirven en ocasiones los formalismos, si no para burocratizar ciertas acciones?, me he cuestionado. Cuando nos alejamos de la frialdad de las paredes, incluso, me atrevo a decir, las nuevas generaciones de cubanos somos más comunicativos, desenfadados y críticos.

En ese atardecer se habló de la organización juvenil a la que aspiramos y necesitamos, «perfectible y aterrizada», según dijo uno de los muchachos. Pero a la que tampoco podemos renunciar,  porque en su núcleo descansan ideas esenciales que sostienen el alma de la patria en su virtud socialista. También comentaron sobre las disyuntivas de estos años complejos. Migrar o quedarse para construir juntos, economía estatal o privada, el presente o el futuro. Son conceptos que subyacen en la realidad cubana y que no escapan del fragor de cualquier diálogo cotidiano.

Al pie del Turquino estuvo una muestra de la necesidad de sacar los debates de las oficinas, de buscar iniciativas que den paso a criterios francos y amplios, en que los protagonistas no seamos solo la militancia que porta un carné. Comencemos por reformular nuestros espacios y estaremos dándole mayor sentido y vida a la organización juvenil. Ese diálogo oportuno —sin protocolos— es la llave que abre el camino a mejores soluciones colectivas y a ganar nuevas voces para el debate. A eso nos convocó el 12mo. Congreso de la UJC. ¡Hagámoslo realidad!

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