Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Faro de esperanza en tiempos de conflicto

Autor:

Roberto Díaz Martorell

Mientras una parte del mundo se sumerge en guerras inútiles, muertes y la insaciable búsqueda de poder de unos pocos sobre muchos, París se convirtió en un faro de sensibilidad, humanismo e inclusión.

La celebración de los Juegos Paralímpicos en esa emblemática ciudad no solo trascendió como evento deportivo: fue, además, un alentador recordatorio de que la vida, el esfuerzo y la voluntad son las verdaderas fuerzas que pueden unirnos y elevarnos como seres humanos por encima de la adversidad.

En el contexto global actual, donde desafortunadamente el conflicto parece ser la norma, el evento en la Ciudad de la Luz reunió por estos días a atletas de diversas capacidades físicas, quienes compitieron no solo por medallas, sino por la dignidad, respeto e igualdad.

Para ilustrar mejor el tema, recordamos que un artículo publicado en este diario el 18 de julio de 2024, revelaba a 285 días del genocidio que perpetra Israel sobre la Franja de Gaza que para ese momento unos 38 794 palestinos habían sido asesinados y 89 364 quedaron heridos, cifras que exaltan el odio, el miedo y el terror, sin embargo a más de 21 000 kilómetros de aquel escenario de muerte, la vida y el amor se unieron en una ciudad francesa.

Datos oficiales del sitio de los Juegos Paralímpicos muestran que del 29 de agosto al 6 de septiembre (nueve días) se entregaron 1 344 medallas al esfuerzo, valor y voluntad sin límites, de ellas a 437 campeones paralímpicos y es imposible no haberse emocionado con cada carrera, salto, lanzamiento… En cada una de las oportunidades de participación fue evidente el mensaje de que la vida es valiosa en todas sus formas y bellezas de la diversidad humana.

La inclusión que caracteriza  este evento fue testimonio del espíritu resiliente que definió a París como a otras sedes que han acogido los Juegos Paralímpicos a lo largo de su historia, escenarios donde las personas, atletas, entrenadores, familiares, amigos… mostraron que los límites son solo percepciones.

El esfuerzo y dedicación de estas personas son ejemplos palpables de cómo el amor por lo que hacemos puede superar cualquier obstáculo y expresan abiertamente al mundo una lección sobre la capacidad humana para adaptarse, resistir y brillar, incluso en las circunstancias más desafiantes.

El humanismo que emanó de estos Juegos resulta esencial en tiempos en que el individualismo y la división parecen (o pretenden con mucha fuerza) prevalecer; por eso en París se celebró no solo el triunfo personal y colectivo, sino también el apoyo mutuo, la camaradería y la solidaridad, en un ambiente de diversidad que resaltó que cada persona tiene un rol importante que desempeñar, independientemente de sus capacidades.

La yuxtaposición de estos escenarios —el genocidio en Gaza y el deporte inclusivo en Francia— nos invita a reflexionar sobre la naturaleza humana. Por un lado, el horror y la brutalidad de un conflicto que despoja a las personas de su dignidad y vida y, por el otro, somos testigos de la capacidad del ser humano para levantarse, encontrar fuerza en la debilidad y celebrar la vida en medio de la adversidad.

Este enfoque inclusivo es una invitación a todos —que desde esta columna extiendo— a reconocer y valorar las diferencias que nos enriquecen como sociedad; a llamarnos a la acción, desterrar el desánimo que generan los conflictos (bélicos globales y socioeconómicos personales) e inspirarnos en el espíritu de los Juegos Paralímpicos. En un mundo donde el dolor y la alegría coexisten, nuestra responsabilidad es elegir ser parte de la solución, abogando por la paz y celebrando la vida en todas sus formas.

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