Los ha habido duros, durísimos. Otros más suaves, de a poco, que terminan igual de letales. América Latina y el Caribe es un teatro donde se han experimentado todo tipo de golpes de Estado.
El intento de este miércoles en Bolivia fue diseñado a la vieja usanza de sacar los tanques y los militares. Pero esta vez no fue como en 2019 ante Evo Morales. El pueblo boliviano no se dejó arrebatar su democracia.
El hecho, abortado de momento, no fue fortuito, ni un arrebato del ya depuesto jefe del Ejército. Vendrán las investigaciones y con ellas las conexiones y la identificación de los verdaderos cerebros y financistas.
Tampoco va a ser esta una acción aislada sin incitaciones desde el extranjero. Hay pruebas de que la embajada de Estados Unidos en La Paz estaba emitiendo declaraciones injerencistas. No ha habido golpe al sur del Río Bravo sin apoyo de los que viven al norte de ese brazo de agua.
El pueblo boliviano, como las fuerzas de izquierda del continente, han de seguir alertas. No es tiempo para festejos, sino para fortalecer las articulaciones políticas, poner la unidad por encima de probables diferencias e intensificar el empoderamiento de los sectores populares.
Solo los pueblos salvan a sus Gobiernos de esos ganchos al estómago con puños de hierro y balas, que más que el aire, sacan del poder a los líderes legítimamente electos para devolverle el mando a las fuerzas reaccionarias que jamás han cedido en sus pretensiones hegemónicas.
Se viven tiempos turbios, de guerras cognitivas que nublan la vista y desdibujan las realidades para inducir a errores que beneficien a los oligarcas, aliados de los dueños de tecnologías modernas de la comunicación para matar ideas antes que personas.
Hay golpes que no lo parecen, pero lo son, como esos que disfrazados de democracia condujeron a Bolsonaro y Milei a las sillas presidenciales de Brasil y Argentina, respectivamente.
Son las técnicas modernas, con tecnologías invisibles a los ojos comunes, que demandan estudio y mecanismos de defensa en el mismo terreno de las ideas, los símbolos y las emociones.
Se combinan con los golpes judiciales, al estilo del aplicado a Dilma en Brasil, o los aún efectivos de ejércitos disparándole a sus hermanos del pueblo, que tienen vieja data y huellas imborrables en Argentina, Chile, Paraguay, Uruguay, la propia Bolivia y varias naciones centroamericanas y del Caribe…
Unos y otros han dejado marcas, retrocesos y lecciones. Lástima que haya quienes olviden estas últimas. O se dejen resetear intencionalmente el disco duro ideológico por cuatro dólares o algunas prebendas que no soportan el peso de la historia.
Esta semana fue Bolivia. La próxima será otro país, y después otro, y otro… Donde la derecha vea fragilidad en las alianzas de las izquierdas; donde no haya radicalización de los procesos democráticos, ahí será donde emergerán los intentos de golpes de Estado, del tipo que sea, que son golpes a los pueblos, a la democracia, al futuro compartido por las mayorías.
Una vez más queda claro: solo la unidad salva.