Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

La Cuba del ayer ¿vivía cantando?

Autor:

Nelson Rodríguez Roque

De la Cuba del ayer, la anterior a 1959, ha bajado en intensidad, principalmente en redes sociales, aquel aluvión de estadísticas posteriores a 1902, recordándonos la próspera neocolonia, primacías productivas, y electrodomésticos, coches, cines, y estaciones de radio y televisión por cada cierta cantidad de habitantes, consumo de carne, desarrollo ganadero y acceso a universidades estadounidenses, entre otras.

La supuesta irrebatibilidad de los datos nada decía del número de habitantes sin hogar, tierras propias para producir o estudios superiores, de personas analfabetas, en situación de mendicidad, prostituidas o relegadas hasta lo más hundido de la escala social —elitista por génesis y enraizada de forma vigorosa—, el índice de parasitismo infantil, y el desempleo absoluto o vivo de tiempo en tiempo, a expensas de zafras azucareras y construcciones que beneficiaban a pocos.

Colocar al descubierto tamañas desigualdades es fácil, exponiendo a profundidad peculiaridades de aquel contexto, signado por el vaivén de gobiernos e intervenciones extranjeras, dependencia potenciada en muchos órdenes y un sistema represivo que mostró su peor cara en los años 50, los mismos que han querido priorizar a la hora de ensalzar quienes no perdieron un padre, un hermano o todos sus hijos, bajo la vileza de uno de los más detestables dictadores que ha tenido nuestro hemisferio.

Sin desaparecer en su totalidad el estadístico embuste de revisionista mirada, se han agregado multiplicidad de imágenes, las últimas colecciones a todo color, por cierto, que casi nunca salen de La Habana y exhiben un país harto de urbanizaciones, y tiendas, mercados y bodegas nunca desabastecidos, hoteles con lujos inimaginables, casinos y cabarés de sano esparcimiento y clientela ilustre, gasolineras que garantizaban reaprovisionarse las 24 horas, y ceremonias matrimoniales perfectas, entre selectos invitados y anuncios de lunas de miel al extranjero.

Es imposible encontrar testimonio allí de guerra gansteril, marines ebrios e irrespetuosos, campesinos y familias arrastrados por la guardia rural, barrios obreros, limosneros por el malecón capitalino, pabellones miserables del Hospital Siquiátrico de Mazorra, manifestación de racismo, escuelas públicas de pizarras y pupitres desechos, carboneros de la Ciénaga de Zapata doblando el lomo por pagos mínimos, gente hambrienta, a la cual los manjares jamás les hacían digestión, latifundio crudo y verdadero, y tortura, asesinato y desaparición como escarmiento, represalia y terror.

¡Qué va!, hallará al niño «mejor comido» en un comercial compotero, a la mujer deslumbrante posando con el último ferry arribado del norte (como telón de fondo), a filas de autos ubicados para la largada de los Grand Prix organizados en plena cacería de jóvenes revolucionarios u opositores, a andamios donde pintores felices (las oportunidades laborales «sobraban») alistaban fachadas de mansiones, al concurso o lotería que alardeaba de suerte, a la ama de casa, carrito repleto mediante, saliendo del comercio —toda risas ella—, al fantaseado estado de cosas…

Una parte significativa de la prensa de la época denunció, por suerte, desmanes, desatenciones y crímenes. Y pueden consultarse reflexiones en La Historia me absolverá, y de políticos norteamericanos, estudiosos cubanos e instituciones, que dejaron constancia, a manera de registro histórico y mención de causas del apoyo popular a la Revolución del Primero de Enero. Es llamarse a engaño si solo se valora o exalta lo edulcorado y brillante, lo privilegiado y banal, pues ni la vida fue carnaval, ni el rosa coloreó al idealizado período.

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