Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

¡Tamaña bendición!

Autor:

Raciel Guanche Ledesma

Casi a las tres de la tarde, bajo el inclemente sol de La Habana, en los alrededores de la calle Santa Ana, en el municipio de Plaza de la Revolución, se escucha un pregón singular. A esa hora entra en el sitio el amor, la sobrevivencia y la dulzura de ganarse la vida hoy con una actitud peculiar, potente, que nada perturba.

Es difícil que el vendedor ambulante, tan enfrascado en sus ganancias, piense en hacer de cada día un acto también de justicia y fe mientras pregona su producto. Sin embargo, desde hace algún tiempo escucho al hombre que, además de vender tamales, le rinde tributo a viva voz a su madre.

Él, peinando canas y de piel arrugada, quizá por el paso duro de los años, luego de proponer sus «ricos y exquisitos tamales», añade una contundente frase: «¡Vengo hoy y siempre, con la bendición de mi madre!».

Aunque yo nunca le he comprado tamales, más por gustos personales que por otra cosa, casi por lo general me asomo en la ventana del cuarto y observo a ese señor delgado que proyecta su grito, claro y sentido, mientras desanda las calles con un viejo carro de mano inventado y el tanque azul de letreros inexactos.

No pasa un solo día sin que el hombre repita el ritual dedicado a su madre. Tan humanamente genuino es el gesto, que parece entregarle en presente toda la gratitud al querubín alado que le acompaña siempre. ¿Quién puede dudar entonces aquellas palabras del trovador, la madre vive hasta que muere el sol?

Cuba debiera ser catalogada como el país donde nacen las actitudes más genuinas, y también el de los pregones austeros que conjugan necesidad y amor. A fin de cuentas, en ningún otro sitio he escuchado tan sentidas plegarias a esos seres de luz, queridos y respetados hasta el último aliento.

De la voz del vendedor parece erigirse un monumento, uno muy simple construido con la feliz sensación del recuerdo. En su frase diaria está hecho ese altar íntimo, moral, justo, que los simples espectadores o compradores no vemos, pero que él consagra con la dicha de una palabra que repite cientos de veces en su faena: ¡madre!

En ocasiones, el silencio lo rodea porque todos callan en los alrededores, y su virtuosismo irrumpe parco, agradecido. «La madre, esté lejos o cerca de nosotros, es el sostén de nuestra vida», diría Martí. Para este vendedor de tamales, quizá, escucharse es la forma más viva de sentirse cerca de la mujer a la que debe su existencia.

A las madres se les ha dedicado mucho, pero deberíamos dedicarles más. Procurémosles desde el alma, de frente a ellas, el mayor cariño posible. Todos sin excepción, creyentes o ateos, profesamos alguna mística para que, de alguna forma, nos acompañen siempre.

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