Los propósitos pueden ser comunes, pero no hay recetas para el cambio en América Latina. Los caminos se transitan según las posibilidades que la derecha empuje a seguir. Y a veces hay que ser innovadores.
Las fuerzas del conservadurismo ligadas a las oligarquías locales tratan de impedir las transformaciones, alertadas después de los procesos que en los albores de los años 2000 marcaron el nacimiento de otra América Latina luego del arranque en Venezuela, con la Revolución Pacífica proclamada por Hugo Chávez, y se extendieron luego a Bolivia y Ecuador, siguiendo un modelo similar: tras las leyes habilitantes que decidieron los derechos del pueblo sobre el agua, la tierra, la pesca… Chávez convocó a una Constituyente que refundara la nación. Lo mismo hicieron en su momento Evo y Correa.
Paraguay y Honduras transitarían, sin embargo, senderos igualmente progresistas pero menos radicales. El ya bautizado como Socialismo del siglo XXI no sería lo que los identificaría.
No obstante, ambos fueron defenestrados por golpes de Estado solapados tras el Congreso, como ocurrió al presidente paraguayo Fernando Lugo, o con el empleo de los gorilas a la usanza de las décadas de 1960, 70 y 80, una actuación anacrónica y desproporcionada que hizo víctima de la saña a Mel Zelaya, apenas porque iba a someter a consideración de la ciudadanía si querían votar una nueva Carta Magna.
Las trabas son erigidas ahora ante Gustavo Petro, a quien la derecha en el legislativo colombiano le echó definitivamente atrás su aspirada reforma de salud, que buscaba asegurar a los sin nada el acceso a la asistencia médica y, a largo plazo, instaurar un sistema sanitario preventivo.
Así mismo, esa propia derecha intenta hacer fenecer el proyecto de reforma de pensiones, dilatando sus debates: junto con la reforma laboral, esas iniciativas conformaban la tríada principal de 12 proyectos legislativos contemplados en el programa del Pacto Histórico, que también aspira a hacer de la educación un bien público con carácter de derecho, entre otras transformaciones, incluidas las relacionadas con el campo, por donde pasa un problema tan trascendental para Colombia como la propiedad sobre la tierra.
No estaba en los planes anunciados, al menos, por Petro, una nueva Constitución que estatuya, desde la principal ley nacional, los cambios a que aspiran quienes le dieron el voto. Pero esa posibilidad parece cada vez más necesaria. Lejos de desanimar, las presiones sobre el ejecutivo lo radicalizan.
Su participación junto al pueblo en el acto por el 1ro. de Mayo en Bogotá resultó inédita, y el respaldo de la multitud congregada a su alocución, una demostración de fuerza popular tras su figura que dejó chica a la movilización en su contra azuzada por los conservadores, una semana atrás.
«La historia de Colombia ha cambiado definitivamente y no tiene reversa, y esta es la demostración popular de esa decisión», afirmó, en una ratificación de que su Gobierno defenderá el cambio.
Las claves las había dado Petro desde marzo, ante las amarras que le tiende la derecha en el Congreso.
«Si esta posibilidad de un Gobierno electo popularmente en medio de este Estado y bajo la Constitución de Colombia no puede aplicar la Constitución, porque lo rodean para no aplicarla y le impiden, entonces Colombia tiene que ir a una Asamblea Nacional Constituyente», dijo entonces. Ahora ha
tendido un puente más, invitando para ello a un acuerdo nacional.
El vocablo Constituyente ha reforzado la animadversión de quienes siempre estuvieron contra el proyecto del primer presidente progresista que llega al Gobierno colombiano en los últimos tiempos, y lo ha hecho de la mano de la Colombia negra, de los pobres, de los desposeídos.
Ellos son los llamados a defender el mandato de Petro si avanzan los planes de defenestrarlo mediante un juicio bajo acusaciones falsas que apuntaron primero a supuesto dinero sucio en su campaña electoral, y se concentran ahora en afirmar que la alianza política en el Palacio de Nariño, paga para que se aprueben las reformas.
A esos, los potenciales beneficiarios de los cambios y defensores, por ende, de su proyecto, también les habló Petro: «(…) si van a intentar un golpe, enfrentarán al pueblo en las calles (…), sugirió. No somos menos y no somos cobardes».
El paso hacia la Constituyente todavía no se ha dado en firme, ni se sabe bien cómo se instrumentará. Pero parece que será por la amplia vía refundacional que el conservadurismo colombiano está obligando a transitar. ¡Allá ellos!